ESTUDIO SOBRE EL AMOR (Ortega Munilla)
Comienzo a leer el 2 de octubre de 2005
No sólo ama el hombre a la mujer y la mujer al hombre, sino que amamos el arte o la ciencia, ama la madre al hijo y el hombre religioso ama a Díos.
Del amor nacen, pues, en el sujeto muchas cosas: deseos, pensamientos, voliciones, actos; pero todo esto que del amor nace como la cosecha de una semiente, no es el amor mismo; antes bien, presupone la existencia de éste. Aquello que amamos, claro está que, en algún sentido y forma, lo deseamos también; pero desear un buen vino no es amarlo; el drogadicto desea la droga al tiempo que la odia por su nociva acción.
El amor es un eterno insatisfecho. En el amor es uno el que va al objeto amado, mientras que en el deseo es que lo deseado venga a uno.
Convendría hacer una aclaración entre el amor sexual y el instinto sexual.
En el instinto sexual se presiente el apetito antes de conocer la persona o situación que lo satisfaga. Consecuencia de esto es que puede satisfacerse con cualquiera. El instinto no prefiere cuando es sólo instinto.
El instinto sexual asegura, tal vez, la conservación de la especie, en cambio el auténtico amor sexual, el entusiasmo hacia otro ser, hacia su alma y hacia su cuerpo, en indisoluble unidad, es por si misma una fuerza gigantesca encargada de mejorar la especie. En lugar de preexistir a su objeto, nace por un ser que aparece ante nosotros y de una cualidad que dispara el erótico proceso.
Estrictamente hablando, no hay nadie que vea las cosas en su nuda realidad. El día que esto acaezca será el último día del mundo, la jornada de la gran revelación. Entretanto consideremos adecuada la percepción de lo real que, en medio de una niebla fantástica, nos deja apresar siquiera el esqueleto del mundo, sus grandes líneas tectónicas. Lo que llamamos genio no es sino el poder magnífico que algunos tienen de discernir un poro de esa niebla imaginaria y descubrir a su través un trozo auténtico de realidad. La mayoría de las personas son torpes en la percepción de los demás que, como personas, son el objeto más complicado y más sutil del Universo.
Hablamos de amor, entre personas; pero también de amor a Díos, amor a la patria, amor al arte, amor maternal, amor filiar, etc. Una sola, y misma voz, ampara y nombra la fauna emocional más variada.
Un vocablo equivocado cuando con él denominamos cosas que no tienen nada entre si comunidad esencial, sin nada importante que en todas ellas, sea idéntico.
Se desea un vaso de agua cuando se tiene sed; pero no se le ama. Nacen del amor deseos; pero el amor mismo no es desear.
Hay muchos amores donde existe de todo menos amor. Hay deseo, curiosidad, obstinación, manía, sincera ficción sentimental; pero no esa cálida afirmación de otro ser. El maniático practica un régimen de atención anómala. Casi todos los grandes hombres han sido maniáticos, sólo que las consecuencias de su manía, de su idea fija, nos parecen útiles o estimables.
El enamoramiento es un fenómeno de la atención, un estado anómalo de ella que en la persona normal se produce.
El enamoramiento, en su inicio, no es más que eso: atención anómalamente detenida en otra persona. Si ésta sabe aprovechar su situación privilegiada y nutre ingeniosamente aquella atención, lo demás se producirá con irremediable mecanicismo.
San Agustín dijo: Mi amor es mi peso: por él voy donde quiera que voy.
El amor es obra de arte mayor, magnifica operación de las almas y de los cuerpos.
El alma de un enamorado huele a cuarto cerrado de enfermo, a atmósfera confinada, nutrida por los pulmones mismos que van a respirarla.
Todos los que se enamoran, se enamoran lo mismo, el listo y el tonto, el joven y el viejo, el burgués y el artista. Esto afirma su carácter mecánico.
Para Platón es el amor una manía divina, y todo enamorado llama divina a la amada, se siente a su vera “como en el cielo” hablan de todo y de nada, y se le pasan las horas sin enterarse.
Decía San Juan de la Cruz: Yo no guardo ganado; esto es, no conservo preocupación ninguna. San Juan estaba enamorado de Díos.
No tienen nada y lo tienen todo. Quedamos en que el místico, como el enamorado, logra su anormal estado fijando la atención en un objeto cuyo papel no es otro, por el momento, que retraer esa atención de todo lo demás y hacer posible el vacío de la mente.
Santa Teresa de Jesús entre las dos suertes de transfusión: una es como si dos velas de cera se juntaran tanto que toda la luz fuera una… mas, después bien se puede apartar la una de la otra, y quedan en dos velas. La otra es como si cayendo agua del cielo en un río o una fuente adonde queda hecho todo agua, que no podrán ya dividirse ni apartar cual era el agua del río y cual la que cayó de las nuves.
La situación superlativa encuentra en su pareja en la evolución del enamoramiento. Cuando el otro corresponde, sobreviene un periodo de “unión transfusiva”, en que cada cual traslada al otro las raíces de su ser y vive, piensa y actúa, no desde si mismo, sino desde el otro.
Un estado de gracia común al enamorado y al místico. Esta vida y este mundo, ni en bien ni en mal le afectan.
Con la generosidad de un gran señor, sonríe feliz a cuanto le rodea.
Recordando los versos de San Juan de la Cruz:
Mil gracias derramando,
Pasó por estos sotos con premura,
Y yéndolos mirando
Con sola su figura
Vestidos los dejó de su hermosura.
Si el lector dedica un rato a analizar, descubrirá con sorpresa –tal vez con espanto- que gran parte de sus opiniones y sentimientos no son suyos, sino que proceden del entorno social y le cayeron como al transeúnte el polvo del camino.
El malvado que a fuerza de crímenes ha aumentado su fortuna puede un buen día ejecutar un acto benéfico, sin dejar por ello de ser malvado. Por lo cual conviene más fijarse en los gestos y en la fisonomía por si dejan escapar noticias del secreto y lo reflejan con exactitud. Así en estos gestos y expresiones puede averiguarse el verdadero amor, no el fingido que algunas personas puedan practicar.
A lo largo de una vida, la intervención del albedrío contra el carácter es prácticamente nula. Al hombre normal le gustan casi todas las mujeres que pasan cerca de él. Esto permite destacar más el carácter de profunda elección que posee el amor. Así este sentirse el varón atraído, arrastrado hacia la mujer que taconea delante de él. Sin ello no habría nada de lo demás, ni lo malo ni lo bueno, ni el vicio ni la virtud. (Esto lo escribía ortega, cuando la costumbre y la norma obligaban al hombre a exponer su amor a la mujer que, necesariamente, había de mostrar su desacuerdo con palabras, aunque sus gestos denotaran lo contrario)El amor es el interés que actúa eliminando la mayoría de las atracciones sentidas para fijarse en una.
Si es una tontería creer que el verdadero amor del hombre a la mujer, y viceversa, no tiene nada de sexual, es otra tontería decir que el amor es sexualidad.
La belleza que atrae, rara vez coincide con la belleza que enamora.
Beber sin sed y amar en todo tiempo -dijo Beaumarchais- distingue al hombre de los animales.
En el aullido del perro percibimos su dolor, y en la pupila del tigre, su ferocidad. Por eso distinguimos a la máquina de la figura con carne.
¿Ha sido en alguna época normal que la mujer prefiera al tipo mejor de hombre existente en ella? Sabemos que el hombre mejor para el hombre y el hombre mejor para la mujer no coinciden; pero también se puede dar que un hombre o mujer se enamoren y, como pasó en los enamorados de Marcela en “El Quijote” no sea correspondido, lo cual no otorga ningún derecho a culpar de sus posibles desgracias a quien no correspondió a su amor, por que como dijo la tal Marcela puede darse el contrasentido de que el enamorado quiera decir sin decirlo: Te amo por hermosa y tú me has de amar aunque sea feo. Por cierto que me apetece anotar el verso de Lope de Rueda por aquello de la pastora Marcela.
Andad mi bronco ganado
Por la frondosa ribera,
No vais tan alborotados,
Seguid hacia la ladera
Desde tan ameno prado.
Gozad la fresca mañana
Llena de cien mil olores,
Paced las floridas flores
Por las selvas de Diana,
Por los collados y alcores…
Reconoce pues, Marcela:
Fuego soy apartado y espada puesta lejos
¿Qué culpa tengo yo de la muerte de Crisóstomo?
La verdadera misión histórica de la hembra humana aparece sin claridad por olvidarse que la mujer no es la esposa, ni la madre, ni la hermana, ni es la hija. Pues ese cuadruple oficio conmovedor coexistiría si la hembra humana no fuera además y, ante todo, mujer.
¿Pero que es la mujer cuando no es sino mujer?
El oficio de la mujer, cuando no es sino mujer, es ser en concreto ideal “encanto, ilusión” del varón. (Esto lo escribía Ortega cuando la mujer no era pieza tan importante en las ocupaciones de gobierno, la enseñanza, la productividad, la cultura, el ocio y todos los espacios de la sociedad española y mundial) El hombre se siente dichoso si consigue el corazón de la mujer que ama.
Puede que la madre, la esposa, la hermana y la hija sean perfectas sin poseer la perfección de la mujer y viceversa.
La ilusión podrá vivir un instante o no morir nunca: breve a duradera es la ocasión de influencia máxima que a la mujer se ofrece. Hubo tiempo en que la mujer se dio como premio al más valiente, al más capacitado… pero después ella misma se encargaría de juzgar y elegir al excelente, aunque, como en todo, algunas veces al elegir el que le parece mejor no es mejor en realidad.
De lo que hoy tejen en su secreta fantasía las adolescentes depende, en buena parte, el sesgo que tomará la historia dentro de un siglo.
Yo señora –decía Ortega- no quiero tomar posición ante el feminismo, aunque sus aspiraciones concretas me parezcan dignas de estima y fomento, pero esto deja intacta la influencia femenina en la historia.
Todo hombre dueño de una sensibilidad bien templada ha experimentado a la vera de alguna mujer la impresión de algo superior a él. En una palabra: el hombre vale por lo que hace, la mujer por lo que es. La mujer lo que hace sin hacerlo, simplemente estando, siendo, irradiando.
Se acerca a ella el varón, buscando ser su preferido; con lo mejor de su persona para presentarlo a la juzgadora y sobre cada expresión de ésta, sea de aprobación o desdén; el hombre toma nota y va anulando, podando sus gestos reprobados y fomenta los que hallaron aquiescencia.
Información y opinión: Podemos decir que hoy a Principios del siglo xxI, cuando la mujer ocupa espacios de la sociedad que, en épocas pasadas, recaían sobre el hombre, sigue sin perder lo que ha sido siempre. Y con el progreso debe seguir siendo delicada y exigente, aunque llegaron los tiempos que ella también exige la perfección del hombre.
En épocas pasadas la mujer ha tenido su ideal de hombre a elegir y también ahora lo ha hecho saber: El hombre que en la actualidad quiera agradar a la mujer ha de cocinar, ayudar a sacar los hijos adelante, incluyendo el cambio de pañales de éstos, así como compartir las tareas del hogar y, además de todo esto, que no es poco, no ser un eterno juerguista que comparte con amigos horas de tiempo y de cubatas. El hombre que ellas quieren ha de compartir tiempo, trabajo y diversiones (De la cosecha propia).
De suerte que, casi sin darnos cuenta nos sentimos reformados, depurados según un nuevo estilo de vida. Sin hacer nada, quieta como una rosa en un rosal, la mujer encantadora ha esculpido una nueva estatua de varón. La mujer exigente, que no se contenta con la vulgar manufactura varonil, produce con su desdén una especie de vacío en las alturas sociales, y como la naturaleza tiene horror a éste, pronto lo veremos llenarse de realidades: surgirán nuevas ideas, nuevas ambiciones y proyectos, empresas surcarán los espacios vitales, la existencia toda a marchar en ritmo ascendente, y en el país venturoso donde esa feminidad aparezca florecerá triunfante una histórica primavera.
Información y opinión: En los primeros años del siglo xxI, sucede que ciertos hombres les cuesta situarse en el ideal de preferencia femenina, ven como se les pasa el tiempo mientras algunas jóvenes esperan lo que no les llega. Así Unos y otras quedan en una soltería que no deseaban. Ésos hombres situados entre no querer y no saber adaptarse, sustituyen lo natural de una vida compartida con una mujer por el consuelo de unos compañeros de tabernas, cuando no llegan a adicciones más peligrosas. A ciertas mujeres se les pasa el arroz, como suele decirse ahora, por no resignarse a unos hombres que no han llegado a su ideal. Unos y otras no sabrán nunca de la ilusión incendiada que se siente cuando se cruzó un amor compartido. (De la cosecha propia)
Un individuo, como un pueblo, queda más definido por sus ideales que por sus realidades.
Siendo el amor el arte más delicado del alma, en él se reflejan la condición e índole de ésta. Puede darse y de hecho se dan matrimonios sin amor, aunque exista lo que se llama cariño, dos personas sienten mutua simpatía, adhesión, pero no hay encantamiento ni entrega. Cada cual vive sobre si mismo, sin arrebato en el otro, y desde si mismo envía al otro efluvios suaves de estima, benevolencia y corroboración.
Información y opinión: Estos matrimonios suelen ser tranquilos y duraderos, aunque no exista entre ellos el encanto y la entrega absoluta. De éstas uniones se producen bastantes porque el enamoramiento no llega, o porque lo hubo y no fue correspondido. Son matrimonios de conveniencias que, aunque muy criticados desde los tiempos en que los padres hacían los arreglos, donde lo racional y económico sustituían los sentimientos amorosos, serán apacibles si se dan entre personas honestas y responsables. (De la cosecha propia)
Es normal que un jovencito pretenda enamorarse de mujeres mayores y que el hombre hecho de mujeres con algunos años menos. El enamoramiento de un hombre de cuarenta de una mujer de veinte puede producirse, pero no será fácil que en ella prenda su estilo de entusiasmo.
Sólo resulta preferida la mujer muy joven cuando no se trata de amoroso afán, sino de abstracta complacencia sexual.
El descubrimiento de que estamos fatalmente adscritos a un cierto grupo y estilo de vida es una de las experiencias melancólicas que, antes o después, todo hombre sensible llega a hacer.
Información y opinión: Por esa razón, la de nuestro grupo de vida, costumbres, religiones…, las uniones entre hombres y mujeres de países con un nivel cultural y económico distanciado suelen tener problemas de adaptación, sin embargo en la actualidad se ven en España muchos hombres que se unen a mujeres ibero-americanas, y parece que cumplen una necesidad de tener compañía y asistencia, por parte de ellos, y mejoras económicas por parte de ellas. Éstas son las verdaderas uniones de conveniencias que aprovechan ciertos hombres a los que no aceptan las mujeres de aquí, y se compenetran con aquellas mujeres que aún retienen el sentimiento de sumisión que desapareció de las mujeres españolas. (De la cosecha propia)
El europeo a fuerza de ser listo ha aprendido el encanto y la utilidad de no serlo. El listo se dedica a andar hurgando en las cosas, a hacer carantoñas delante de ellas, en vez de abrirse sin más e ingenuamente a ellas, de dejarlas ser –ser lo que las cosas sean- y así nutrirse y enriquecerse con su efectiva sustancia. La listeza es un arcaísmo que al hombre ha debilitado y entontecido, tras dos siglos y ahora comienza a descubrir la ingenuidad.
Una nación es, ante todo y sobre todo, el tipo de hombre que va logrando hacer, y ese tipo de hombre, dominante en la historia de un pueblo, depende de cual sea el tipo de mujer ejemplar que fulgura en su horizonte.
En la mujer hay siempre algo de corza, para ventura de ella, para derrota del hombre. El arma de la corza es la fuga. Y nosotros, siempre ingenuos, obsesionados por darle caza, hasta que nos lleva al lugar de los encantamientos. Si esto pasa no hay nada que hacer. Quedamos encantados.
Como el saber de la materia exige laboratorios, matemáticas y técnicas difíciles, el saber de la vida humana, personal o nacional, exige inexcusablemente vivirlo.
Comienzo a leer el 2 de octubre de 2005
No sólo ama el hombre a la mujer y la mujer al hombre, sino que amamos el arte o la ciencia, ama la madre al hijo y el hombre religioso ama a Díos.
Del amor nacen, pues, en el sujeto muchas cosas: deseos, pensamientos, voliciones, actos; pero todo esto que del amor nace como la cosecha de una semiente, no es el amor mismo; antes bien, presupone la existencia de éste. Aquello que amamos, claro está que, en algún sentido y forma, lo deseamos también; pero desear un buen vino no es amarlo; el drogadicto desea la droga al tiempo que la odia por su nociva acción.
El amor es un eterno insatisfecho. En el amor es uno el que va al objeto amado, mientras que en el deseo es que lo deseado venga a uno.
Convendría hacer una aclaración entre el amor sexual y el instinto sexual.
En el instinto sexual se presiente el apetito antes de conocer la persona o situación que lo satisfaga. Consecuencia de esto es que puede satisfacerse con cualquiera. El instinto no prefiere cuando es sólo instinto.
El instinto sexual asegura, tal vez, la conservación de la especie, en cambio el auténtico amor sexual, el entusiasmo hacia otro ser, hacia su alma y hacia su cuerpo, en indisoluble unidad, es por si misma una fuerza gigantesca encargada de mejorar la especie. En lugar de preexistir a su objeto, nace por un ser que aparece ante nosotros y de una cualidad que dispara el erótico proceso.
Estrictamente hablando, no hay nadie que vea las cosas en su nuda realidad. El día que esto acaezca será el último día del mundo, la jornada de la gran revelación. Entretanto consideremos adecuada la percepción de lo real que, en medio de una niebla fantástica, nos deja apresar siquiera el esqueleto del mundo, sus grandes líneas tectónicas. Lo que llamamos genio no es sino el poder magnífico que algunos tienen de discernir un poro de esa niebla imaginaria y descubrir a su través un trozo auténtico de realidad. La mayoría de las personas son torpes en la percepción de los demás que, como personas, son el objeto más complicado y más sutil del Universo.
Hablamos de amor, entre personas; pero también de amor a Díos, amor a la patria, amor al arte, amor maternal, amor filiar, etc. Una sola, y misma voz, ampara y nombra la fauna emocional más variada.
Un vocablo equivocado cuando con él denominamos cosas que no tienen nada entre si comunidad esencial, sin nada importante que en todas ellas, sea idéntico.
Se desea un vaso de agua cuando se tiene sed; pero no se le ama. Nacen del amor deseos; pero el amor mismo no es desear.
Hay muchos amores donde existe de todo menos amor. Hay deseo, curiosidad, obstinación, manía, sincera ficción sentimental; pero no esa cálida afirmación de otro ser. El maniático practica un régimen de atención anómala. Casi todos los grandes hombres han sido maniáticos, sólo que las consecuencias de su manía, de su idea fija, nos parecen útiles o estimables.
El enamoramiento es un fenómeno de la atención, un estado anómalo de ella que en la persona normal se produce.
El enamoramiento, en su inicio, no es más que eso: atención anómalamente detenida en otra persona. Si ésta sabe aprovechar su situación privilegiada y nutre ingeniosamente aquella atención, lo demás se producirá con irremediable mecanicismo.
San Agustín dijo: Mi amor es mi peso: por él voy donde quiera que voy.
El amor es obra de arte mayor, magnifica operación de las almas y de los cuerpos.
El alma de un enamorado huele a cuarto cerrado de enfermo, a atmósfera confinada, nutrida por los pulmones mismos que van a respirarla.
Todos los que se enamoran, se enamoran lo mismo, el listo y el tonto, el joven y el viejo, el burgués y el artista. Esto afirma su carácter mecánico.
Para Platón es el amor una manía divina, y todo enamorado llama divina a la amada, se siente a su vera “como en el cielo” hablan de todo y de nada, y se le pasan las horas sin enterarse.
Decía San Juan de la Cruz: Yo no guardo ganado; esto es, no conservo preocupación ninguna. San Juan estaba enamorado de Díos.
No tienen nada y lo tienen todo. Quedamos en que el místico, como el enamorado, logra su anormal estado fijando la atención en un objeto cuyo papel no es otro, por el momento, que retraer esa atención de todo lo demás y hacer posible el vacío de la mente.
Santa Teresa de Jesús entre las dos suertes de transfusión: una es como si dos velas de cera se juntaran tanto que toda la luz fuera una… mas, después bien se puede apartar la una de la otra, y quedan en dos velas. La otra es como si cayendo agua del cielo en un río o una fuente adonde queda hecho todo agua, que no podrán ya dividirse ni apartar cual era el agua del río y cual la que cayó de las nuves.
La situación superlativa encuentra en su pareja en la evolución del enamoramiento. Cuando el otro corresponde, sobreviene un periodo de “unión transfusiva”, en que cada cual traslada al otro las raíces de su ser y vive, piensa y actúa, no desde si mismo, sino desde el otro.
Un estado de gracia común al enamorado y al místico. Esta vida y este mundo, ni en bien ni en mal le afectan.
Con la generosidad de un gran señor, sonríe feliz a cuanto le rodea.
Recordando los versos de San Juan de la Cruz:
Mil gracias derramando,
Pasó por estos sotos con premura,
Y yéndolos mirando
Con sola su figura
Vestidos los dejó de su hermosura.
Si el lector dedica un rato a analizar, descubrirá con sorpresa –tal vez con espanto- que gran parte de sus opiniones y sentimientos no son suyos, sino que proceden del entorno social y le cayeron como al transeúnte el polvo del camino.
El malvado que a fuerza de crímenes ha aumentado su fortuna puede un buen día ejecutar un acto benéfico, sin dejar por ello de ser malvado. Por lo cual conviene más fijarse en los gestos y en la fisonomía por si dejan escapar noticias del secreto y lo reflejan con exactitud. Así en estos gestos y expresiones puede averiguarse el verdadero amor, no el fingido que algunas personas puedan practicar.
A lo largo de una vida, la intervención del albedrío contra el carácter es prácticamente nula. Al hombre normal le gustan casi todas las mujeres que pasan cerca de él. Esto permite destacar más el carácter de profunda elección que posee el amor. Así este sentirse el varón atraído, arrastrado hacia la mujer que taconea delante de él. Sin ello no habría nada de lo demás, ni lo malo ni lo bueno, ni el vicio ni la virtud. (Esto lo escribía ortega, cuando la costumbre y la norma obligaban al hombre a exponer su amor a la mujer que, necesariamente, había de mostrar su desacuerdo con palabras, aunque sus gestos denotaran lo contrario)El amor es el interés que actúa eliminando la mayoría de las atracciones sentidas para fijarse en una.
Si es una tontería creer que el verdadero amor del hombre a la mujer, y viceversa, no tiene nada de sexual, es otra tontería decir que el amor es sexualidad.
La belleza que atrae, rara vez coincide con la belleza que enamora.
Beber sin sed y amar en todo tiempo -dijo Beaumarchais- distingue al hombre de los animales.
En el aullido del perro percibimos su dolor, y en la pupila del tigre, su ferocidad. Por eso distinguimos a la máquina de la figura con carne.
¿Ha sido en alguna época normal que la mujer prefiera al tipo mejor de hombre existente en ella? Sabemos que el hombre mejor para el hombre y el hombre mejor para la mujer no coinciden; pero también se puede dar que un hombre o mujer se enamoren y, como pasó en los enamorados de Marcela en “El Quijote” no sea correspondido, lo cual no otorga ningún derecho a culpar de sus posibles desgracias a quien no correspondió a su amor, por que como dijo la tal Marcela puede darse el contrasentido de que el enamorado quiera decir sin decirlo: Te amo por hermosa y tú me has de amar aunque sea feo. Por cierto que me apetece anotar el verso de Lope de Rueda por aquello de la pastora Marcela.
Andad mi bronco ganado
Por la frondosa ribera,
No vais tan alborotados,
Seguid hacia la ladera
Desde tan ameno prado.
Gozad la fresca mañana
Llena de cien mil olores,
Paced las floridas flores
Por las selvas de Diana,
Por los collados y alcores…
Reconoce pues, Marcela:
Fuego soy apartado y espada puesta lejos
¿Qué culpa tengo yo de la muerte de Crisóstomo?
La verdadera misión histórica de la hembra humana aparece sin claridad por olvidarse que la mujer no es la esposa, ni la madre, ni la hermana, ni es la hija. Pues ese cuadruple oficio conmovedor coexistiría si la hembra humana no fuera además y, ante todo, mujer.
¿Pero que es la mujer cuando no es sino mujer?
El oficio de la mujer, cuando no es sino mujer, es ser en concreto ideal “encanto, ilusión” del varón. (Esto lo escribía Ortega cuando la mujer no era pieza tan importante en las ocupaciones de gobierno, la enseñanza, la productividad, la cultura, el ocio y todos los espacios de la sociedad española y mundial) El hombre se siente dichoso si consigue el corazón de la mujer que ama.
Puede que la madre, la esposa, la hermana y la hija sean perfectas sin poseer la perfección de la mujer y viceversa.
La ilusión podrá vivir un instante o no morir nunca: breve a duradera es la ocasión de influencia máxima que a la mujer se ofrece. Hubo tiempo en que la mujer se dio como premio al más valiente, al más capacitado… pero después ella misma se encargaría de juzgar y elegir al excelente, aunque, como en todo, algunas veces al elegir el que le parece mejor no es mejor en realidad.
De lo que hoy tejen en su secreta fantasía las adolescentes depende, en buena parte, el sesgo que tomará la historia dentro de un siglo.
Yo señora –decía Ortega- no quiero tomar posición ante el feminismo, aunque sus aspiraciones concretas me parezcan dignas de estima y fomento, pero esto deja intacta la influencia femenina en la historia.
Todo hombre dueño de una sensibilidad bien templada ha experimentado a la vera de alguna mujer la impresión de algo superior a él. En una palabra: el hombre vale por lo que hace, la mujer por lo que es. La mujer lo que hace sin hacerlo, simplemente estando, siendo, irradiando.
Se acerca a ella el varón, buscando ser su preferido; con lo mejor de su persona para presentarlo a la juzgadora y sobre cada expresión de ésta, sea de aprobación o desdén; el hombre toma nota y va anulando, podando sus gestos reprobados y fomenta los que hallaron aquiescencia.
Información y opinión: Podemos decir que hoy a Principios del siglo xxI, cuando la mujer ocupa espacios de la sociedad que, en épocas pasadas, recaían sobre el hombre, sigue sin perder lo que ha sido siempre. Y con el progreso debe seguir siendo delicada y exigente, aunque llegaron los tiempos que ella también exige la perfección del hombre.
En épocas pasadas la mujer ha tenido su ideal de hombre a elegir y también ahora lo ha hecho saber: El hombre que en la actualidad quiera agradar a la mujer ha de cocinar, ayudar a sacar los hijos adelante, incluyendo el cambio de pañales de éstos, así como compartir las tareas del hogar y, además de todo esto, que no es poco, no ser un eterno juerguista que comparte con amigos horas de tiempo y de cubatas. El hombre que ellas quieren ha de compartir tiempo, trabajo y diversiones (De la cosecha propia).
De suerte que, casi sin darnos cuenta nos sentimos reformados, depurados según un nuevo estilo de vida. Sin hacer nada, quieta como una rosa en un rosal, la mujer encantadora ha esculpido una nueva estatua de varón. La mujer exigente, que no se contenta con la vulgar manufactura varonil, produce con su desdén una especie de vacío en las alturas sociales, y como la naturaleza tiene horror a éste, pronto lo veremos llenarse de realidades: surgirán nuevas ideas, nuevas ambiciones y proyectos, empresas surcarán los espacios vitales, la existencia toda a marchar en ritmo ascendente, y en el país venturoso donde esa feminidad aparezca florecerá triunfante una histórica primavera.
Información y opinión: En los primeros años del siglo xxI, sucede que ciertos hombres les cuesta situarse en el ideal de preferencia femenina, ven como se les pasa el tiempo mientras algunas jóvenes esperan lo que no les llega. Así Unos y otras quedan en una soltería que no deseaban. Ésos hombres situados entre no querer y no saber adaptarse, sustituyen lo natural de una vida compartida con una mujer por el consuelo de unos compañeros de tabernas, cuando no llegan a adicciones más peligrosas. A ciertas mujeres se les pasa el arroz, como suele decirse ahora, por no resignarse a unos hombres que no han llegado a su ideal. Unos y otras no sabrán nunca de la ilusión incendiada que se siente cuando se cruzó un amor compartido. (De la cosecha propia)
Un individuo, como un pueblo, queda más definido por sus ideales que por sus realidades.
Siendo el amor el arte más delicado del alma, en él se reflejan la condición e índole de ésta. Puede darse y de hecho se dan matrimonios sin amor, aunque exista lo que se llama cariño, dos personas sienten mutua simpatía, adhesión, pero no hay encantamiento ni entrega. Cada cual vive sobre si mismo, sin arrebato en el otro, y desde si mismo envía al otro efluvios suaves de estima, benevolencia y corroboración.
Información y opinión: Estos matrimonios suelen ser tranquilos y duraderos, aunque no exista entre ellos el encanto y la entrega absoluta. De éstas uniones se producen bastantes porque el enamoramiento no llega, o porque lo hubo y no fue correspondido. Son matrimonios de conveniencias que, aunque muy criticados desde los tiempos en que los padres hacían los arreglos, donde lo racional y económico sustituían los sentimientos amorosos, serán apacibles si se dan entre personas honestas y responsables. (De la cosecha propia)
Es normal que un jovencito pretenda enamorarse de mujeres mayores y que el hombre hecho de mujeres con algunos años menos. El enamoramiento de un hombre de cuarenta de una mujer de veinte puede producirse, pero no será fácil que en ella prenda su estilo de entusiasmo.
Sólo resulta preferida la mujer muy joven cuando no se trata de amoroso afán, sino de abstracta complacencia sexual.
El descubrimiento de que estamos fatalmente adscritos a un cierto grupo y estilo de vida es una de las experiencias melancólicas que, antes o después, todo hombre sensible llega a hacer.
Información y opinión: Por esa razón, la de nuestro grupo de vida, costumbres, religiones…, las uniones entre hombres y mujeres de países con un nivel cultural y económico distanciado suelen tener problemas de adaptación, sin embargo en la actualidad se ven en España muchos hombres que se unen a mujeres ibero-americanas, y parece que cumplen una necesidad de tener compañía y asistencia, por parte de ellos, y mejoras económicas por parte de ellas. Éstas son las verdaderas uniones de conveniencias que aprovechan ciertos hombres a los que no aceptan las mujeres de aquí, y se compenetran con aquellas mujeres que aún retienen el sentimiento de sumisión que desapareció de las mujeres españolas. (De la cosecha propia)
El europeo a fuerza de ser listo ha aprendido el encanto y la utilidad de no serlo. El listo se dedica a andar hurgando en las cosas, a hacer carantoñas delante de ellas, en vez de abrirse sin más e ingenuamente a ellas, de dejarlas ser –ser lo que las cosas sean- y así nutrirse y enriquecerse con su efectiva sustancia. La listeza es un arcaísmo que al hombre ha debilitado y entontecido, tras dos siglos y ahora comienza a descubrir la ingenuidad.
Una nación es, ante todo y sobre todo, el tipo de hombre que va logrando hacer, y ese tipo de hombre, dominante en la historia de un pueblo, depende de cual sea el tipo de mujer ejemplar que fulgura en su horizonte.
En la mujer hay siempre algo de corza, para ventura de ella, para derrota del hombre. El arma de la corza es la fuga. Y nosotros, siempre ingenuos, obsesionados por darle caza, hasta que nos lleva al lugar de los encantamientos. Si esto pasa no hay nada que hacer. Quedamos encantados.
Como el saber de la materia exige laboratorios, matemáticas y técnicas difíciles, el saber de la vida humana, personal o nacional, exige inexcusablemente vivirlo.
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