STEPHEN KING (mientras escribo)
El primer cuento fue sobre cuatro animales mágicos que iban en un coche viejo ayudando a los niños.
Dice ser de la última promoción de novelistas que aprendieron a leer y escribir antes de tragarse su ración diaria de basura visual.
El primer cuento que envié a una revista sobre el mono asesino con cabeza de pecera fue rechazado.
Hay algo me gustaría aclarar lo antes posible. No hay ningún depósito de ideas, central de relatos o isla de los Best – Séller enterrados. Parece que las buenas ideas narrativas surjan de la nada, planeando hasta aterrizar en la cabeza del escritor: de repente se juntan dos ideas que no habían tenido ningún contacto y procrean algo nuevo. El trabajo del narrador no es encontrarlas, sino reconocerlas cuando aparecen.
A los catorce años el un clavo en la pared no apuntaba tantas notas de devolución. Pero seguí escribiendo.
A los 16 años recibí una devolución diciendo: El cuento es bueno. No está en nuestra línea, pero es bueno. Tiene usted talento. Envíenos más cosas.
El mismo cuento, un poco retocado, lo envié 10 años después, cuando ya había vendido un por de novelas. Esta vez lo aceptaron. He observado que, cuando ya has tenido un poco de éxito, recurren menos a la fórmula “No está en nuestra línea”.
Después del viaje de fin de estudios conseguí un empleo en una fábrica textil. No me apetecía, pero necesitaba un sueldo ya que mi madre ganaba una miseria.
Ella me aconsejó sacar el título de maestro para tener un cojín. Piensa que algún día puedes pensar casarte. Le hice caso y a los cuatro años salí de la Universidad de Miami con el título de maestro.
Como no encontraba plaza de maestro entré a trabajar en una lavandería. Después del trabajo escribía y hasta en las horas de comer. Vendí un relato por 200 dólares y otro después por 500.
Ya estaba casado con Tabby y en aquellos años fuimos muy felices, pero también pasamos mucho miedo, aunque el cariño ayudaba a olvidar los números rojos. Nos cuidábamos (cada uno a si mismo y a los niños). Yo seguía lavando sábanas de hotel y escribiendo películas de terror de un solo rollo.
Llegó lo de profesor con sueldo de 6.400 dólares mensuales, mi esposa seguía trabajando y mandando recetas a revistas que se las devolvían con el siga escribiendo. Fue la época que he estado más cerca de perder mi porvenir de escritor. Aunque mi mujer no expresó ninguna duda y su apoyo fue constante.
A veces hay que seguir escribiendo, sin gana de hacerlo, porque teniendo la sensación de estar acumulando mierda al final sale algo bueno.
En 1.985 se había sumado a mi problema alcohólico la adicción a las drogas, pero seguía funcionando con relativa facilidad, como muchos consumidores de estupefacientes. La idea de no hacerlo me provocaba pavor. Me había olvidado como vivir de otra manera. Me desvivía por esconder las sustancias que tomaba, tanto por miedo (¿Qué me ocurriría sin droga? L e había perdido el tranquillo a la vida normal). Aun así, la parte de mí que escribía novelas y cuentos, la parte profunda que en 1.975 (año en el que escribí “El Resplandor”) ya sabía que era alcohólico, no estaba dispuesto ha aceptarlo.
Como no sabe de silencios, empezó a gritar pidiendo ayuda de la única manera que sabía: a través de mis relatos y de mis monstruos.
A finales de 1.985 y principios de 1.986 escribí “Misery (”título que describe mi estado
Ánimo) la historia de un escritor que cae prisionero de una enfermera psicópata y es torturado por ella. En primavera y verano de 1.986 escribí “Tommyknockers”, en sesiones que solían prolongarse hasta la media noche, con el corazón a 130 pulsaciones y las orejas tapadas con algodón para cortar la hemorragia debida al consumo de coca.
Tommyknockers es un relato de ciencia ficción a los años cuarenta donde la protagonista, que es escritora, descubre una nave alienígena enterrada en el suelo. La tripulación sigue dentro, pero no muerta, sino en hibernación. Se trata de unos extraterrestres que se te meten en la cabeza y hacen trastadas. El resultado es energía y una inteligencia de orden superficial (La escritora inventa su máquina de escribir y un calentador de agua atómico, pero se paga con el alma.
Fue la mejor metáfora de las drogas y el alcohol que se le ocurrió a mi cerebro, cansado y sometido a un estrés brutal.
Poco después, mi mujer llegó a la conclusión de que no saldría solo de aquella espiral descendente e intervino. Dudo que fuera fácil, porque yo ya estaba muy lejos de cualquier sensatez, pero lo consiguió. Montó un grupo de intervención formado por parientes y amigos, y fui obsequiado con una especie “Esto es su vida en el infierno”.
El primer paso que dio mi esposa fue vaciar en la alfombra una bolsa de basura llena de cosas de mi despacho: latas de cerveza, colillas, cocaína en botellitas de gramo, más cocaína en bolsitas, cucharitas para coca manchadas de mocos y sangre seca, Valium, Xanax, frascos de jarabe Robitussin para la tos y de NyQuil anti – catarro y hasta botellas de elixir bucal.
En sentido de la intervención, de la cual puedo asegurar, que fue igual de desagradable para mi mujer e hijos que para mí. Es que yo me estaba matando delante de sus narices.
Dijo ella que tenía dos alternativas: o hacer un tratamiento de rehabilitación o marcharme enseguida de casa.
Dijo que me querían los tres, ella y los niños, y por eso no querían presenciar mi suicidio.
Yo regateé que es lo que hacen los adictos. Estuve encantador, como todos los adictos, y conseguí dos semanas para pensármelo. Ahora visto en perspectivo, se me antoja el resumen de toda la locura de aquella época…
Hay alguien en el tejado de un edificio en llamas. Llega un helicóptero, se coloca encima, sueltan una escalerilla de cuerda y grita alguien desde la cabina: ¡Suba! Y contesta el del edificio: “déjeme dos semanas para pensarlo”.
La verdad, sin embargo, es que pensé (al menos hasta donde me permitiría mi estado, y acabó por decirme Annie Wilknes la enferma de Misery. Annie personificaba la coca y la bebida, y decidí que estaba cansado de ser su escritor mascota. Temí no poder seguir trabajando si alcohol ni droga, pero decidí (hasta donde me lo permitía mi estado de confusión y desánimo) darlo todo a cambio de seguir casado y ver crecer a mis niños. Si de veras había que escoger.
Que no fue el caso. La idea de que la creación y las sustancias sico-trópicas vayan de la mano es uno de los grandes mitos de nuestra época, tanto a nivel intelectual como de cultura popular.
Los cuatro escritores del siglo xx cuya obra ha tenido mayor responsabilidad en ello deben de ser Hemingway, Scout Fitzgerad, Sherwood Antersan y el poeta Dylan Thomas. Son los que han formado nuestra visión de un yerzamo existencial en lengua inglesa donde la gente ya no se comunica y vive en un ambiente de asfixia y desesperación emocionales. Ninguno de esos conceptos le es desconocido a la mayoría de los alcohólicos, pero la reacción habitual es encontrarlo gracioso. Los escritores que se enganchan a demasiadas sustancias no se diferencian en nada de los demás adictos; son, en otras palabras, borrachos y drogatas vulgaris. Las afirmaciones de que la droga y el alcohol son necesarios para atenuar un exceso de sensibilidad no pasa de ser la típica chorrada para justificarse. He oído el mismo argumento en boca de operadores de quitanieves: que beben para calmar a los demonios. Da lo mismo ser James Janes, John Cheever o un simple borracho de banco de estación; pero un adicto, el derecho al alcohol o la droga elegida bebe para protegerse a toda costa.
Hemingway y Fitzgerald no bebían porque fueran personas creativos, alienados de déviles moralmente, sino por la misma razón que todos los alcohólicos. No digo que la gente creativa no corra mayor riesgo de engancharse que en otros trabajos, pero ¿y qué? A la hora de vomitar en la cuneta nos parecemos todos bastante.
Al final de mis aventuras bebía cada noche una caja de latas de medio litro, y tengo una novela, “Cujo”, que apenas recuerdo haber escrito. No lo digo ni con orgullo ni con vergüenza; sólo con la sensación de haber perdido algo. Es un libro que me gusta, y ojalá guardara un recuerdo agradable de haber redactado las partes buenas.
En los peores momentos no quería beber ni estar sobrio. Me sentía desahuciado de mi propia vida. Al iniciar el camino de vuelta, mi máxima ambición era creerme a los que me prometían una mejora a condición de tiempo. Y en ningún momento dejé de escribir. Me salieron muchas páginas sin garra, como de aprendiz, pero al menos salían. Poco a poco volví a encontrar el ritmo, y después la alegría. Me reintegré a mi familia con gratitud, y a mi trabajo con alivio. Volvía como cuando se vuelve a la casa de campo después de un largo invierno y se empieza comprobando que no hayan robado ni roto nada durante los meses de frío. Estaba todo intacto; todo en su sitio, y dada la corriente, funcionaba todo.
El escritor ha de hacerse una caja y en la bandeja superior poner las herramientas normales o sea el vocabulario.
Puedes utilizar lo que tengas sin complejo de culpa o de inferioridad. Es lo que le dijo una mujer al marinero. Oye, guapo, que no es cuestión de lo que tienes sino como lo usas.
También se ha de poner la gramática. La gramática se aprende leyendo o oyendo hablar. No hablaré de gramática, predicaré a los conversos. En cualquier frase no puede faltar nombre y verbo.
Aborrezco las expresiones “que legal”, “al final del día”, “aquel precioso instante”.
Escribe el tímido: “La reunión ha sido programada para las siete”. Es como si le dijera una vocecita: “Dilo así y la gente creerá que sabes algo”. ¡Abajo con la vocecita traidora! ¡levanta los hombros, yergue la cabeza y toma las riendas de la reunión! “La reunión es a las siete y punto. ¡Ya está!, ¿A que sienta mejor?
No se ha de abusar de los adverbios que modifican: completamente, avasalladoramente, fuertemente…
Soy de la opinión que los defectos de estilo suelen tener sus raíces en el miedo, un miedo que puede ser escaso si se escribe por gusto.
Aunque las equivocaciones se pueden corregir como: “el hecho de que”, “seguro que no lo dices en serio” –dijo incrédulamente Hill”. Por fácil que parezca un idioma, está sembrado de trampas. Sólo te pido que te esfuerces al máximo, y ten presente que escribir adverbios es humano, pero escribir “es divino”.
Los escritores se ordenan siguiendo la misma pirámide que se aprecia en todas las áreas del talento y la creatividad humanos. Los malos están en la base. Encima hay otro grupo ligeramente más reducido pero abundante y acogedor: son los escritores aceptables, que también pueden estar en la plantilla del periódico local, en las estanterías de librerías de pueblo o en las lecturas poéticas a micrófono abierto. Es gente que ha llegado a entender que una cosa es que esté indignado una lesbiana y otra que sus pechos sean eso, pechos.
El Teruel nivel es mucho más pequeño: se trata de los escritores buenos de verdad.
Encima de ellos, (de casi todos nosotros) están los Shakespeare, Faulkner, Yeats, Shaw y Endora Welty: genios, accidentes divinos, personajes con un don que no podemos entender.
Si quieres ser escritor, lo primero has de hacer dos cosas: leer mucho y escribir mucho. No conozco ninguna manera de saltárselas. No he visto ningún atajo.
Leyendo prosa mala es como se aprende de manara más clara a evitar ciertas cosas. Una novela como Mineros de Asteroides, El Valle de las muñecas, Flores en el Ático y los Puentes de Madison, por dar algunos ejemplos, equivalen a un semestre en una buena academia de escritura, incluidas las conferencias de los invitados estrella.
Quizá una novela como “Las Uvas de La ira” provoque desesperación y celos en el escritor novel.
El que quiera ser escritor ha de leer. Si no tienes tiempo para leer o no quieres hacerlo, es que no tienes tiempo (ni herramientas) para escribir.
La verdadera importancia de leer es que genera confianza e intimidad con el proceso de la escritura. Se entra en el país de los escritores con los papeles en regla. La lectura constante te lleva a un lugar (o estado mental, si lo prefieres), donde se puede escribir con entusiasmo y sin complejos. También te permite ir descubriendo qué está y qué por hacer, y te enseña a distinguir entre lo trillado y lo fresco, lo que funciona y lo que sólo ocupa espacio.
Cuanto más leas menos riesgo correrás de hacer el tonto con el bolígrafo o procesador de textos.
Escribir en una habitación cerrada, aleja las distracciones. Escribe de lo que quieras, de lo que sea, mientras cuentes la verdad.
Se empieza escribiendo de lo que le gusta a uno.
Hay que respetar la línea de los personajes y dejarlos que digan lo que tengan que decir. Aunque pienso que los tacos y la vulgaridad son el lenguaje de la ignorancia y la limitación verbal, pero si relatas un personaje que los dice los tendrás que poner.
Si quieres prescindir de sus expresiones has de prescindir del personaje.
Yo creo que hay que prestar atención a la gente que te rodea y contar la verdad de lo que has visto. Quizá te hayas fijado que el vecino, cuando cree que no le ve nadie, se mete el dedo en la nariz. Es un detalle valioso, pero no serás mejor escritor por fijarte, sino por estar dispuesto a incluirlo en algún episodio de la narración.
Antes de llevar el libro a la imprenta, lo normal es que lo hayas leído una docena de veces, se me de memoria párrafos enteros y me muero de ganas de quitarme este tocho de encima.
En 1.966 recibí un comentario manuscrito que cambió para siempre la manera de enfocar las revisiones. Debajo de la firma de director, reproducida a máquina, figuraba a mano lo siguiente: “No es malo, pero está inflado. Revisa la extensión. Formula: 2ª. Extensión = a 1ª. Versión –menos el 10%. Suerte.
Lo que hace la perla en el grano de arena que se mete en la concha de la ostra, no los seminarios de hacer perlas con otras ostras. Y cuanto más trabajo se me acumule, cuanto más se acerque el debo y se aleje del simple quiero, mas problemático puede llegar a ser. Los talleres de escritura presentan el grave problema de exigir el debo a categoría de norma, porque claro no vas para dar paseos románticos y gozar de la belleza de los bosques o la majestad de las montañas.
Cuando estoy en mi casa de verano con mi mujer camino seis kilómetros al día, de ellos casi cinco discurren por pistas forestales sin asfaltar y con muchas curvas.
La tercera semana de julio fue muy feliz para mi mujer y para mí; teníamos de visita nuestros tres hijos, que vivían en diferentes partes del país. Y hacía casi seis meses que no estábamos juntos y nos acompañaba mi nieto de tres meses.
El 19 de junio cogí el coche para llevar a mi hijo al aeropuerto, después volví a casa, dormí un poco y emprendí el paseo de rigor. Por la noche teníamos previsto ir todos a ver “La Hija del General”.
Me parece que salí hacia las cuatro me interné en el bosque y oriné. Al llegar a la carretera asfaltada me puse a caminar por el arcén con el tráfico en sentido contrario. Me adelantó un coche. Cerca de un km. Después la conductora se fijó en una camioneta Dodge de color azul que se cruzaba con ella dando bandazos, pero lo peor fue que al cruzarse conmigo venía por el arcén, el mío, por lo que me atropelló sin remedio. Tuve un corte en la memoria y al otro lado de este corte aparezco tumbado en el suelo mirando la parte trasera de la camioneta, que se ha salido de la carretera. Es una imagen
Muy nítida, las luces de atrás de vehículo están rodeadas de polvo, la matrícula y toda la parte trasera está sucia. Sigue otro vacío en la memoria. Después me paso la mano izquierda por los ojos con mucho cuidado, mojándome toda la palma de sangre varias veces. En cuando tengo la vista un poco clara, miro alrededor y veo un hombre cerca, sentado en una piedra con un bastón en la mano. Se trata del individuo que acaba de atropellarme. (Después sabré que ha acumulado más de una docena de infracciones relacionadas con la conducción.
Smith ve que estoy despierto y me dice que ha pedido ayuda. Pienso que la ayuda está en camino. La ambulancia me lleva al hospital, pero allí deciden que las heridas son tan graves que han de trasladarme a otro centro. Es el momento en que llega Tabby, mi hijo mayor y mi hija. M suben al helicóptero y diez minutos después aterrizaba en el Central Maine Medical Centre.
Me ingresaron el 19 de junio y me levanté por primera vez el treinta y di tres pasos vacilantes. Volví a mi casa el nueve de julio y volví al hospital el cuatro de agosto para otra operación.
La verdad es que este libro lo empecé el 19 de diciembre de 1997 y tardé 18 meses en la primera versión.
En junio de 1.999 tomé la decisión d aprovechar el verano para terminar el puñetero libro. No me apetecía ponerme a trabajar, tenía unos dolores fortísimos, no podía doblar la rodilla derecha y tenía que usar andador. La catástrofe infringida a mi cadera hacía que fuera una tortura estar sentado. Pero como otras veces que había pasado malos tragos me ayudó a pasarlo la escritura.
El primer cuento fue sobre cuatro animales mágicos que iban en un coche viejo ayudando a los niños.
Dice ser de la última promoción de novelistas que aprendieron a leer y escribir antes de tragarse su ración diaria de basura visual.
El primer cuento que envié a una revista sobre el mono asesino con cabeza de pecera fue rechazado.
Hay algo me gustaría aclarar lo antes posible. No hay ningún depósito de ideas, central de relatos o isla de los Best – Séller enterrados. Parece que las buenas ideas narrativas surjan de la nada, planeando hasta aterrizar en la cabeza del escritor: de repente se juntan dos ideas que no habían tenido ningún contacto y procrean algo nuevo. El trabajo del narrador no es encontrarlas, sino reconocerlas cuando aparecen.
A los catorce años el un clavo en la pared no apuntaba tantas notas de devolución. Pero seguí escribiendo.
A los 16 años recibí una devolución diciendo: El cuento es bueno. No está en nuestra línea, pero es bueno. Tiene usted talento. Envíenos más cosas.
El mismo cuento, un poco retocado, lo envié 10 años después, cuando ya había vendido un por de novelas. Esta vez lo aceptaron. He observado que, cuando ya has tenido un poco de éxito, recurren menos a la fórmula “No está en nuestra línea”.
Después del viaje de fin de estudios conseguí un empleo en una fábrica textil. No me apetecía, pero necesitaba un sueldo ya que mi madre ganaba una miseria.
Ella me aconsejó sacar el título de maestro para tener un cojín. Piensa que algún día puedes pensar casarte. Le hice caso y a los cuatro años salí de la Universidad de Miami con el título de maestro.
Como no encontraba plaza de maestro entré a trabajar en una lavandería. Después del trabajo escribía y hasta en las horas de comer. Vendí un relato por 200 dólares y otro después por 500.
Ya estaba casado con Tabby y en aquellos años fuimos muy felices, pero también pasamos mucho miedo, aunque el cariño ayudaba a olvidar los números rojos. Nos cuidábamos (cada uno a si mismo y a los niños). Yo seguía lavando sábanas de hotel y escribiendo películas de terror de un solo rollo.
Llegó lo de profesor con sueldo de 6.400 dólares mensuales, mi esposa seguía trabajando y mandando recetas a revistas que se las devolvían con el siga escribiendo. Fue la época que he estado más cerca de perder mi porvenir de escritor. Aunque mi mujer no expresó ninguna duda y su apoyo fue constante.
A veces hay que seguir escribiendo, sin gana de hacerlo, porque teniendo la sensación de estar acumulando mierda al final sale algo bueno.
En 1.985 se había sumado a mi problema alcohólico la adicción a las drogas, pero seguía funcionando con relativa facilidad, como muchos consumidores de estupefacientes. La idea de no hacerlo me provocaba pavor. Me había olvidado como vivir de otra manera. Me desvivía por esconder las sustancias que tomaba, tanto por miedo (¿Qué me ocurriría sin droga? L e había perdido el tranquillo a la vida normal). Aun así, la parte de mí que escribía novelas y cuentos, la parte profunda que en 1.975 (año en el que escribí “El Resplandor”) ya sabía que era alcohólico, no estaba dispuesto ha aceptarlo.
Como no sabe de silencios, empezó a gritar pidiendo ayuda de la única manera que sabía: a través de mis relatos y de mis monstruos.
A finales de 1.985 y principios de 1.986 escribí “Misery (”título que describe mi estado
Ánimo) la historia de un escritor que cae prisionero de una enfermera psicópata y es torturado por ella. En primavera y verano de 1.986 escribí “Tommyknockers”, en sesiones que solían prolongarse hasta la media noche, con el corazón a 130 pulsaciones y las orejas tapadas con algodón para cortar la hemorragia debida al consumo de coca.
Tommyknockers es un relato de ciencia ficción a los años cuarenta donde la protagonista, que es escritora, descubre una nave alienígena enterrada en el suelo. La tripulación sigue dentro, pero no muerta, sino en hibernación. Se trata de unos extraterrestres que se te meten en la cabeza y hacen trastadas. El resultado es energía y una inteligencia de orden superficial (La escritora inventa su máquina de escribir y un calentador de agua atómico, pero se paga con el alma.
Fue la mejor metáfora de las drogas y el alcohol que se le ocurrió a mi cerebro, cansado y sometido a un estrés brutal.
Poco después, mi mujer llegó a la conclusión de que no saldría solo de aquella espiral descendente e intervino. Dudo que fuera fácil, porque yo ya estaba muy lejos de cualquier sensatez, pero lo consiguió. Montó un grupo de intervención formado por parientes y amigos, y fui obsequiado con una especie “Esto es su vida en el infierno”.
El primer paso que dio mi esposa fue vaciar en la alfombra una bolsa de basura llena de cosas de mi despacho: latas de cerveza, colillas, cocaína en botellitas de gramo, más cocaína en bolsitas, cucharitas para coca manchadas de mocos y sangre seca, Valium, Xanax, frascos de jarabe Robitussin para la tos y de NyQuil anti – catarro y hasta botellas de elixir bucal.
En sentido de la intervención, de la cual puedo asegurar, que fue igual de desagradable para mi mujer e hijos que para mí. Es que yo me estaba matando delante de sus narices.
Dijo ella que tenía dos alternativas: o hacer un tratamiento de rehabilitación o marcharme enseguida de casa.
Dijo que me querían los tres, ella y los niños, y por eso no querían presenciar mi suicidio.
Yo regateé que es lo que hacen los adictos. Estuve encantador, como todos los adictos, y conseguí dos semanas para pensármelo. Ahora visto en perspectivo, se me antoja el resumen de toda la locura de aquella época…
Hay alguien en el tejado de un edificio en llamas. Llega un helicóptero, se coloca encima, sueltan una escalerilla de cuerda y grita alguien desde la cabina: ¡Suba! Y contesta el del edificio: “déjeme dos semanas para pensarlo”.
La verdad, sin embargo, es que pensé (al menos hasta donde me permitiría mi estado, y acabó por decirme Annie Wilknes la enferma de Misery. Annie personificaba la coca y la bebida, y decidí que estaba cansado de ser su escritor mascota. Temí no poder seguir trabajando si alcohol ni droga, pero decidí (hasta donde me lo permitía mi estado de confusión y desánimo) darlo todo a cambio de seguir casado y ver crecer a mis niños. Si de veras había que escoger.
Que no fue el caso. La idea de que la creación y las sustancias sico-trópicas vayan de la mano es uno de los grandes mitos de nuestra época, tanto a nivel intelectual como de cultura popular.
Los cuatro escritores del siglo xx cuya obra ha tenido mayor responsabilidad en ello deben de ser Hemingway, Scout Fitzgerad, Sherwood Antersan y el poeta Dylan Thomas. Son los que han formado nuestra visión de un yerzamo existencial en lengua inglesa donde la gente ya no se comunica y vive en un ambiente de asfixia y desesperación emocionales. Ninguno de esos conceptos le es desconocido a la mayoría de los alcohólicos, pero la reacción habitual es encontrarlo gracioso. Los escritores que se enganchan a demasiadas sustancias no se diferencian en nada de los demás adictos; son, en otras palabras, borrachos y drogatas vulgaris. Las afirmaciones de que la droga y el alcohol son necesarios para atenuar un exceso de sensibilidad no pasa de ser la típica chorrada para justificarse. He oído el mismo argumento en boca de operadores de quitanieves: que beben para calmar a los demonios. Da lo mismo ser James Janes, John Cheever o un simple borracho de banco de estación; pero un adicto, el derecho al alcohol o la droga elegida bebe para protegerse a toda costa.
Hemingway y Fitzgerald no bebían porque fueran personas creativos, alienados de déviles moralmente, sino por la misma razón que todos los alcohólicos. No digo que la gente creativa no corra mayor riesgo de engancharse que en otros trabajos, pero ¿y qué? A la hora de vomitar en la cuneta nos parecemos todos bastante.
Al final de mis aventuras bebía cada noche una caja de latas de medio litro, y tengo una novela, “Cujo”, que apenas recuerdo haber escrito. No lo digo ni con orgullo ni con vergüenza; sólo con la sensación de haber perdido algo. Es un libro que me gusta, y ojalá guardara un recuerdo agradable de haber redactado las partes buenas.
En los peores momentos no quería beber ni estar sobrio. Me sentía desahuciado de mi propia vida. Al iniciar el camino de vuelta, mi máxima ambición era creerme a los que me prometían una mejora a condición de tiempo. Y en ningún momento dejé de escribir. Me salieron muchas páginas sin garra, como de aprendiz, pero al menos salían. Poco a poco volví a encontrar el ritmo, y después la alegría. Me reintegré a mi familia con gratitud, y a mi trabajo con alivio. Volvía como cuando se vuelve a la casa de campo después de un largo invierno y se empieza comprobando que no hayan robado ni roto nada durante los meses de frío. Estaba todo intacto; todo en su sitio, y dada la corriente, funcionaba todo.
El escritor ha de hacerse una caja y en la bandeja superior poner las herramientas normales o sea el vocabulario.
Puedes utilizar lo que tengas sin complejo de culpa o de inferioridad. Es lo que le dijo una mujer al marinero. Oye, guapo, que no es cuestión de lo que tienes sino como lo usas.
También se ha de poner la gramática. La gramática se aprende leyendo o oyendo hablar. No hablaré de gramática, predicaré a los conversos. En cualquier frase no puede faltar nombre y verbo.
Aborrezco las expresiones “que legal”, “al final del día”, “aquel precioso instante”.
Escribe el tímido: “La reunión ha sido programada para las siete”. Es como si le dijera una vocecita: “Dilo así y la gente creerá que sabes algo”. ¡Abajo con la vocecita traidora! ¡levanta los hombros, yergue la cabeza y toma las riendas de la reunión! “La reunión es a las siete y punto. ¡Ya está!, ¿A que sienta mejor?
No se ha de abusar de los adverbios que modifican: completamente, avasalladoramente, fuertemente…
Soy de la opinión que los defectos de estilo suelen tener sus raíces en el miedo, un miedo que puede ser escaso si se escribe por gusto.
Aunque las equivocaciones se pueden corregir como: “el hecho de que”, “seguro que no lo dices en serio” –dijo incrédulamente Hill”. Por fácil que parezca un idioma, está sembrado de trampas. Sólo te pido que te esfuerces al máximo, y ten presente que escribir adverbios es humano, pero escribir “es divino”.
Los escritores se ordenan siguiendo la misma pirámide que se aprecia en todas las áreas del talento y la creatividad humanos. Los malos están en la base. Encima hay otro grupo ligeramente más reducido pero abundante y acogedor: son los escritores aceptables, que también pueden estar en la plantilla del periódico local, en las estanterías de librerías de pueblo o en las lecturas poéticas a micrófono abierto. Es gente que ha llegado a entender que una cosa es que esté indignado una lesbiana y otra que sus pechos sean eso, pechos.
El Teruel nivel es mucho más pequeño: se trata de los escritores buenos de verdad.
Encima de ellos, (de casi todos nosotros) están los Shakespeare, Faulkner, Yeats, Shaw y Endora Welty: genios, accidentes divinos, personajes con un don que no podemos entender.
Si quieres ser escritor, lo primero has de hacer dos cosas: leer mucho y escribir mucho. No conozco ninguna manera de saltárselas. No he visto ningún atajo.
Leyendo prosa mala es como se aprende de manara más clara a evitar ciertas cosas. Una novela como Mineros de Asteroides, El Valle de las muñecas, Flores en el Ático y los Puentes de Madison, por dar algunos ejemplos, equivalen a un semestre en una buena academia de escritura, incluidas las conferencias de los invitados estrella.
Quizá una novela como “Las Uvas de La ira” provoque desesperación y celos en el escritor novel.
El que quiera ser escritor ha de leer. Si no tienes tiempo para leer o no quieres hacerlo, es que no tienes tiempo (ni herramientas) para escribir.
La verdadera importancia de leer es que genera confianza e intimidad con el proceso de la escritura. Se entra en el país de los escritores con los papeles en regla. La lectura constante te lleva a un lugar (o estado mental, si lo prefieres), donde se puede escribir con entusiasmo y sin complejos. También te permite ir descubriendo qué está y qué por hacer, y te enseña a distinguir entre lo trillado y lo fresco, lo que funciona y lo que sólo ocupa espacio.
Cuanto más leas menos riesgo correrás de hacer el tonto con el bolígrafo o procesador de textos.
Escribir en una habitación cerrada, aleja las distracciones. Escribe de lo que quieras, de lo que sea, mientras cuentes la verdad.
Se empieza escribiendo de lo que le gusta a uno.
Hay que respetar la línea de los personajes y dejarlos que digan lo que tengan que decir. Aunque pienso que los tacos y la vulgaridad son el lenguaje de la ignorancia y la limitación verbal, pero si relatas un personaje que los dice los tendrás que poner.
Si quieres prescindir de sus expresiones has de prescindir del personaje.
Yo creo que hay que prestar atención a la gente que te rodea y contar la verdad de lo que has visto. Quizá te hayas fijado que el vecino, cuando cree que no le ve nadie, se mete el dedo en la nariz. Es un detalle valioso, pero no serás mejor escritor por fijarte, sino por estar dispuesto a incluirlo en algún episodio de la narración.
Antes de llevar el libro a la imprenta, lo normal es que lo hayas leído una docena de veces, se me de memoria párrafos enteros y me muero de ganas de quitarme este tocho de encima.
En 1.966 recibí un comentario manuscrito que cambió para siempre la manera de enfocar las revisiones. Debajo de la firma de director, reproducida a máquina, figuraba a mano lo siguiente: “No es malo, pero está inflado. Revisa la extensión. Formula: 2ª. Extensión = a 1ª. Versión –menos el 10%. Suerte.
Lo que hace la perla en el grano de arena que se mete en la concha de la ostra, no los seminarios de hacer perlas con otras ostras. Y cuanto más trabajo se me acumule, cuanto más se acerque el debo y se aleje del simple quiero, mas problemático puede llegar a ser. Los talleres de escritura presentan el grave problema de exigir el debo a categoría de norma, porque claro no vas para dar paseos románticos y gozar de la belleza de los bosques o la majestad de las montañas.
Cuando estoy en mi casa de verano con mi mujer camino seis kilómetros al día, de ellos casi cinco discurren por pistas forestales sin asfaltar y con muchas curvas.
La tercera semana de julio fue muy feliz para mi mujer y para mí; teníamos de visita nuestros tres hijos, que vivían en diferentes partes del país. Y hacía casi seis meses que no estábamos juntos y nos acompañaba mi nieto de tres meses.
El 19 de junio cogí el coche para llevar a mi hijo al aeropuerto, después volví a casa, dormí un poco y emprendí el paseo de rigor. Por la noche teníamos previsto ir todos a ver “La Hija del General”.
Me parece que salí hacia las cuatro me interné en el bosque y oriné. Al llegar a la carretera asfaltada me puse a caminar por el arcén con el tráfico en sentido contrario. Me adelantó un coche. Cerca de un km. Después la conductora se fijó en una camioneta Dodge de color azul que se cruzaba con ella dando bandazos, pero lo peor fue que al cruzarse conmigo venía por el arcén, el mío, por lo que me atropelló sin remedio. Tuve un corte en la memoria y al otro lado de este corte aparezco tumbado en el suelo mirando la parte trasera de la camioneta, que se ha salido de la carretera. Es una imagen
Muy nítida, las luces de atrás de vehículo están rodeadas de polvo, la matrícula y toda la parte trasera está sucia. Sigue otro vacío en la memoria. Después me paso la mano izquierda por los ojos con mucho cuidado, mojándome toda la palma de sangre varias veces. En cuando tengo la vista un poco clara, miro alrededor y veo un hombre cerca, sentado en una piedra con un bastón en la mano. Se trata del individuo que acaba de atropellarme. (Después sabré que ha acumulado más de una docena de infracciones relacionadas con la conducción.
Smith ve que estoy despierto y me dice que ha pedido ayuda. Pienso que la ayuda está en camino. La ambulancia me lleva al hospital, pero allí deciden que las heridas son tan graves que han de trasladarme a otro centro. Es el momento en que llega Tabby, mi hijo mayor y mi hija. M suben al helicóptero y diez minutos después aterrizaba en el Central Maine Medical Centre.
Me ingresaron el 19 de junio y me levanté por primera vez el treinta y di tres pasos vacilantes. Volví a mi casa el nueve de julio y volví al hospital el cuatro de agosto para otra operación.
La verdad es que este libro lo empecé el 19 de diciembre de 1997 y tardé 18 meses en la primera versión.
En junio de 1.999 tomé la decisión d aprovechar el verano para terminar el puñetero libro. No me apetecía ponerme a trabajar, tenía unos dolores fortísimos, no podía doblar la rodilla derecha y tenía que usar andador. La catástrofe infringida a mi cadera hacía que fuera una tortura estar sentado. Pero como otras veces que había pasado malos tragos me ayudó a pasarlo la escritura.
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