EL VIAJE AL AMOR (Eduardo Punset)
El factor más importante entre sexos –para muchos científicos- es la disparidad de las células germinales: la contraposición entre numerosísimos espermatozoides minúsculos y los escasos óvulos mucho mayores. El carácter de la distinta inversión parental, viene fijada por esa diferencia.
El factor más importante entre sexos –para muchos científicos- es la disparidad de las células germinales: la contraposición entre numerosísimos espermatozoides minúsculos y los escasos óvulos mucho mayores. El carácter de la distinta inversión parental, viene fijada por esa diferencia.
La ventaja de la reproducción sexual no es fácil de sobrestimar. Se trata de incremental decisivamente el nivel de complejidad y
sofisticación de la especie, que desemboca en la creación de individuos diferentes de los demás. Dejamos de ser clones para transformarnos en individuos únicos e irrepetibles.
El amor materno se alimenta de la sorpresa incontenible de haber generado en las entrañas, dentro de uno mismo, algo distinto a uno mismo.
El enamoramiento explica que nadie pudiera enamorarse de un clon de si mismo. Uno quiere fusionarse con la otra mitad a la
que se hecha de menos, justamente porque siendo distinta es imprescindible.
Una masa de material cosía añeja, los padres, genera un individuo joven y totalmente nuevo.
La búsqueda ha sido constatada, subliminalmente, por los psicólogos cuando afirman que el amor desdibuja el concepto de si mismo, amenazando con destruir barreras que separan a dos seres y, en todas las encuestas efectuadas entre enamorados, la búsqueda de esta fusión prevalece sobre el deseo sexual.
Hoy se sabe que el éxtasis y el dolor generados por los vínculos del amor romántico tienen las mismas raíces que el amor materno. Es un descubrimiento clave de la fusión, con o sin sexo.
Es tentador sugerir que el impulso de la fusión se adorna, a partir de un momento dado, con el amor sexual en algunas especies y, mucho más tarde con la capacidad de imaginar, con el amor espiritual. Tal es el planteamiento de la encíclica sobre el amor del Papa Benedicto XIII.
El derroche de entrega y sacrificio que a menudo se baraja en el amor no puede ocultar el claro contraste una visión ofrecida por la literatura y la que perfila la biología. La primera fundamenta el amor en la entrega y el sacrificio. La segunda en el ánimo de supervivencia.
“Una cosa es lo que uno dice, otra lo que el otro entiende que ha dicho y otra lo que realmente quería decir”. D. Miguel de Unamunu. Una cosa es como uno cree que es, otra como el
otro lo ve y otra como realmente es.
otro lo ve y otra como realmente es.
La mayoría de las parejas dedican mucho más tiempo a intentar explicar lo que piensa cada uno que a intuir lo que piensa el otro.
Las palabras no son, fundamentalmente, un canal para explicar las convicciones propias, sino el conducto para poder intuir lo
que está cavilando la mente del otro.
Con o sin lenguaje, los primeros embates de la vida de la pareja ocurren en la etapa de la fusión. La mente y el cuerpo están dedicados a la fusión de dos seres de procedencia y naturaleza distinta. Un porcentaje significativo de las horas transcurre en el dormitorio. Se trata de dar rienda suelta al ánimo de fusión amorosa. Claro que la pareja debe atender también otros menesteres pero su vida transcurre bajo el influjo de la fusión de los cuerpos para dar cauce al amor.
El resto de sus actividades pasa por el filtro del ánimo de fusión reciproca. Esta etapa podría durar varios años.
La segunda etapa de una fusión con perspectivas duraderas trabaja por la construcción de las infraestructuras adecuadas a la
vida en común.
Si es preciso se cambia de lugar geográfico o de trabajo. El amor se expresa menos en besos y caricias y más en desvelos, trabajo y contratos que cimienten una plataforma en común.
Superado el tiempo dedicado a la fusión y la construcción de una arquitectura para sobrevivir, llega el momento de negociar los grados de libertad que regirán las actividades de cada uno. Se trata de un proceso lento y complicado, cuyo resultado suele venir dado por la propia experiencia cotidiana.
Es sorprendente que pocos o ningún sistema educativo intente inculcar a los futuros enamorados un mínimo conocimiento sobre las características de las hormonas vinculadas al amor.
Normalmente se prepara poco o casi nada para hacer frente al desamor y combatir la ansiedad de una separación de la persona que se quiere.
La ansiedad de una separación activada por el abandono tiene efectos equivalentes a la muerte o el estado emocional previo al
suicidio, tanto en los niños como en los adultos.
Uno de los factores de la capacidad o incapacidad de amor y desamor tiene que ver con las relaciones entre amor y deseo en cada individuo. Parece evidente que unos pueden amar sin desear necesariamente, otros no pueden desear sin amar y otros, en fin, son perfectamente capaces de desear sin amar. Según encuestas realizadas el desamor surge con mayor facilidad en aquellas personas que separan el amor del deseo.
La antitesis del amor no es el odio, sino el desprecio. En la historia de la evolución, el desprecio implicaba la expulsión de la cueva y, por tanto, la muerte segura. Haría falta meditar dos veces antes de profesar desprecio hacia los demás. Si un miembro de la pareja abriga un mínimo de desprecio hacia el otro, el amor no tiene cabida.
En el mundo académico se debería gestionar un modelo emocional para niños y adolescentes. No sólo para apuntalar las ansias de amor y felicidad, sino para evitar los estragos del desamor.
“El sexo está involucrado, la obsesión es inevitable, el grado de control consciente es muy modesto y el tiempo de gloria breve”. Sheila Sullivan.
Los grandes románticos sufren los efectos de la ciclotimia, un desorden bipolar semejante al de los maniaco-depresivos, con periodos alternativos de excitación interna y desesperanza. En las fases de felicidad, los pacientes se enamoran profundamente, pero a la euforia sigue, inevitablemente, la melancolía premonitoria de la depresión suicida. Veamos lo que ocurre a raíz del desamor.
Nacemos programados para formar fuertes vínculos afectivos. Pero cuando esos vínculos se rompen suena la señal de alarma del miedo por abandono. Esa emoción despierta cada vez que algo nos separa definitivamente de un ser amado y no hay vuelta
atrás.
Cuando somos adultos no disponemos de más herramientas para hacer frente al desamor que los que teníamos de niños para
combatir la ansiedad de separación. De cada cien mujeres asesinadas, casi la mitad muere a manos de sus ex marido, novio y ex novio en cuyos cerebros idénticos mecanismos hormonales.
Se trata de las mismas descargas y circuitos cerebrales responsables de que nada menos que el 35% de los niños se sientan inseguros.
Cuando se está locamente enamorado, nadie puede vislumbrar otro tipo de realidad. Las víctimas o protagonistas del desamparo y el desamor no pueden concebir sus conductas o sentimientos fuera del trance de la angustia y el terror. Somos capaces de imaginar la existencia de Dios, pero no a nosotros mismos en otro momento y condición.
La ciencia descubre que en el impulso de fusión y, por tanto del amor se encuentra, no la necesidad de entrega y sacrificio, sino
la de sobrevivir a la soledad y el abandono impuesto por el entorno.
Los genes determinan la conducta potencial y el entorno puede modelar la práctica del comportamiento amoroso.
El amor entendido como impulso de fusión es una constante de la existencia y nunca hubo vida sin amor.
Los mayores de 65 años son más felices –como demuestran las encuestas- por un doble motivo: al mayor tamaño del archivo que sustenta la capacidad la capacidad metafórica, así como la lógica codificación y satisfacción de las últimas experiencias amorosas para que puedan superar a las primeras.
El amor romántico es, por encima de todo, la eclosión de un vínculo de apego y dependencia diferenciado que fluye en los
mecanismos cerebrales de recompensa.
Antes de entrar en la tela de araña que se fabrica en torno al amor, es recordar que el primer cometido de la pareja es entenderse.
El número de hijos no es el único factor en la inversión parental. hay otros como los niveles de compromisos heredados y adquiridos para articular el soporte material y psicológico de la convivencia.
De trata de cifra el nivel de prudencia adecuado en la estrategia
de compromisos y no dejarse deslumbrar por las demandas apremiantes de una sociedad de consumo que ha multiplicado por mil sus ofertas de placer y bienestar a costa de desbancar compromisos heredados o adquiridos con anterioridad.
La capacidad de amar de una persona estresada se resiente a la hora de renunciar a un deseo y puede ser comprensible con no
estar dispuesto a disminuir el nivel de vida para construir un hogar mejor.
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