miércoles, marzo 18, 2015

LA FERIA DE ÓRGIVA (Vivida por Tomás Martín Cifuentes)


FERIA DE ÓRGIVA
 
Órgiva es un pueblo de la Alpujarra media de Granada donde a finales de Septiembre se celebraba cada año una feria de ganado a la que acudían, desde los pueblos cercanos,  con todo tipo de ganado para vender, comprar y cambiar.
Era un espectáculo ver aquella rambla arenosa del río poblada de animales con sus dueños a su lado. (Quiero aclarar que los dominios de aquella rambla eran todo lo que con los años  han ido invadiendo naves industriales y de servicio, lo que a algunas personas les parece un riesgo, porque recuerdan  el dicho que "A los años miles vuelven las aguas por los mismos carriles").
En la feria había unos hombres, llamados corredores, que se dedicaban a mediar en las compra-ventas y, al tiempo que disfrutaban de buen vino y pescadito frito, en los kioscos preparados para la feria, ganaban unos dineros de corretaje que pagaban a medias entre vendedores y compradores.
Además de la compra-venta de ganado, la feria era también un espectáculo, donde no faltaba el circo, los puestos de dulces y turrones, los juegos de ruleta, diferentes puestos de charlatanes, trileros y engañabobos, con el propósito de dejar los bolsillos vacíos de cuantos  se dejaban convencer, como ocurrió al que les escribe cuando era jovencito y acudió a la feria por primera vez acompañado por su hermano mayor y que bien pagué la más grande de las novatadas, puesto que a poco de llegar y fijar mi hermano la posición de ambos en el río, se me autorizó a recorrer la zona de espectáculos y diversión llevando en el bolsillo un billete de 25 pesetas que en el año 1944 era suficiente para pagar los caprichitos que pudiera desear, pero no tardó mucho tiempo en llamarme la atención un juego de ruleta donde comencé a hacer apuestas hasta quedarme sin un céntimo.         Sin dinero y con dos premios que había conseguido en aquella ruleta (una pastilla de jabón y no recuerdo que otra cosa más) pensando para qué quería aquello en la feria, propuse al hombre de la ruleta que me los comprara, a lo que el fogueado ruletero contestó:
 Te daré dos tiradas gratis por ellos.
Cómo acepté la oferta me quedé sin dinero y sin premios. Fue una mala jugada, ya que quedaba casi todo el día de feria y no tenía ni un céntimo para gastar. En aquella situación comencé a caminar despacito hasta que me llamaron la atención  una pareja de hombres que hablaban y hablaban, al tiempo que abrían y cerraban unas navajas bastante grandes. "Miren bien estas navaja"  -decía uno de ellos- porque son las auténticas navajas de Albacete".
¿Les gustaría tener una navaja así? Muy fácil. Porque nosotros no venimos a vender. Estamos aquí para hacer publicidad. Publicidad. ¡Qué palabra tan bonita! Sí, y sepan que estamos un poco cansados porque anoche velamos más de la cuenta.
¿Qué quiere decir eso? Que nos vamos a deshacer de la mercancía en muy poquito tiempo. Por consiguiente estén atentos y sean decididos.
Sepan de antemano que los más listos y los más rápidos, se llevarán una de estas joyas por el módico precio de...
¿Cuánto? Anden díganlo ustedes que son tan listos.
Pues no. No han acertado. Porque no cuestan ni cien, ni 90. Ni siquiera 50. Qué digo 50. Ni 40, ni 30, ni 29, ni 28, ni. 27. En el momento que intervino su compañero para decir:
No le hagan caso, porque yo soy propietario de la mitad del valor de las navajas y no voy a permitir de ninguna manera que se hagan tales disparates porque la cabeza de mi amigo haya recibido un calentón de sol. Pero después de una simulada discusión entre ambos, el hombre que hablaba de rebajas se metió una mano en el bolsillo y sacando un billete de 50 pesetas dijo a su compañero:
Ves al Bar Serrano y te tomas un vaso de vino y  traes otro para mí que tengo la boca seca.  El segundo hombre cogió el billete y se marchó al bar, momento que aprovechó el charlatán  para preguntar: ¿Haber si alguno de ustedes se acuerda cual fue el precio último que les dije cobraría por las navajas?
Veintiséis pesetas -respondió uno de los que  escuchaban-
Buena memoria tiene usted y por ello aquí tiene una  navaja gratis.
El hombre se acercó, tomo la navaja y dio las gracias al charlatán.
Bueno, bueno, bueno. Hemos de darnos prisa antes que regrese el benefactor de los bares, como merece llamarse mi compañero. O sea que les dije que les daría las navajas a 26 pesetas. Pues para que sepan lo que llego a ser yo cuanto me tocan las narices, me atrevo a decirles: ¿Hay alguno que me quiera entregar un billete de 25 pesetas a cambio de nada?
Varios fueron los que se acercaron con el billete de 25 pesetas en la mano, pero él dijo:
He dicho uno, pero lo que se debería saber cual fue el primero que decidió sacar el billete de su bolsillo, pero como eso es difícil de averiguar, cogeré hasta cinco, pero recuerden: Yo no he prometido nada a cambio y que esto es como la legión: "El que pique pico". El hombre de las navajas hizo una pausa para tomar aire y darle emoción al tema y volver a decir: ¡Así que navajas de las grandes a 25 pesetas! Yo creo que me estoy pasando. ¿Lo piensan ustedes también? Y a todo esto  ¿Qué hacemos con los cinco amigos  que me han regalado 25 pesetas cada uno? ¿Las habrán perdido? Pues no. Yo les pido que se acerquen porque se van a llevar la mejor navaja que hayan visto en su vida como premio a la confianza depositada en mí. Los hombres se acercaron y recogieron la deseada navaja y cuando se alejaban oyeron decir: No se retiren aun que les quiero entregar  un pequeño detalle, al tiempo que preguntaba:
¿De quien son estos billetes? No. No me lo digan. De cinco buenas personas. Pues aquí los tienen, porque, como les dije antes, no venimos a hacer negocio sino hacer publicidad.
Cuando  recibieron sus 25 pesetas, además de la navaja, yo pensé: Si no me hubiera jugado las 25 pesetas en la ruleta podría haber conseguido una de esas navajas.
En aquel momento apareció el otros farsante simulando estar un poco bebido y dijo a su compañero.
Es mejor que vayas tú a tomar el vino al bar  porque hace mal apaño traerlo aquí
De acuerdo -contestó el compañero- pero trátame bien a esta gente.
El segundo hablador comenzó a despotricar de su compañero diciendo que estaba harto de que su amigo hiciera tan mal las cosas, por lo que le iba a dar un buen escarmiento. Y seguía. Ya está bien de que yo tenga que pasar por el malo de la película y él reciba todos los agradecimientos y hasta regalos. Sí regalos, han oído bien porque en el lugar donde hemos estado antes de venir aquí, le regalaron hasta un cordero. Sí un cordero, pero esto se va acabar. En cualquier momento me pongo a regalar navajas a diestro y siniestro y ya veremos lo que dice el bueno de mi amigo. Y hoy podría ser ese día porque estoy tan enfadado que voy a reventar en cualquier momento. 
Así hablaba y hablaba hasta llegar al momento importante que era pedir las 25 pesetas a los mirones oyentes, recalcando que no daría nada a cambio, a pesar de lo cual fuero muchos los que ofrecieron las 25 pesetas y hasta hubo un hombre que le quería regalar 50, lo que no admitió el predicador de las navajas.
Acabada la  recogida de los billetes regresó el compañero   del bar -al que le dijo-
Me voy a repartir a los pobres el dinero que me han dado tus amigos.
¿A los pobres? ¿ Qué pobres?
A los pobres taberneros que me está esperando con la boquita abierta -respondió mientras marchaba-
El que acababa de llegar cogió las riendas de la pantomima -diciendo a cuantos escuchaban-
Se que mi compañero les habrá hecho alguna de las suyas  pero no se preocupen que aquí estoy yo para recompensarles. Momento en el yo marché a donde estaba mi hermano para comer algo del contenido de las alforjas, mientras daba gracias por no haber dispuesto de dinero que regalar a aquellos farsantes.
Una vez junto a mi hermano Pepe, que en paz descanse, me sentí más tranquilo y protegido.
Y,después de comer y mirar los animales que se exponían en el arenal del río y el trajín de los tratantes, decidí volver al lugar de las sorpresas, del espectáculo y la diversión y lo primero que me llamó la atención fue un hombrecillo de menos de un metro de altura que, situado en una tarma de la entrada del circo, cantaba:
 
" Que in¡mporta saber quien soy,
ni de donde vengo, ni de donde soy,
lo que quiero es que me des tu amor,
que me da la vida, que me da el calos...

Después de mirar y escuchar a aquel hombrecillo, se acercaba un estrépito que llamaba la atención de todos, aunque pronto se pudo saber que se trataba del anuncio de la novillada que se iba a celebrar unas horas después.
Lastima -pensaba- ¡Si tuviera los cinco duros podría ir a los toros.
Pasado el jaleo del anuncio de los toros, seguí paseando hasta llegar  frente a un furgón abierto por la parte de atrás, de donde un hombre sacaba y sacaba mantas que iba poniendo en un saliente preparado para ello.
Cómo no tenía trabajo ni dinero que gastar    me pare a escuchar lo que decía el hombre de las mantas. Otra experiencia nueva para mí que enseguida pensé:
¡Otro como el de las navajas!
 Pero pronto comprendí que aquellos vendedores eran un poquito más serios, aunque hablaban de manera muy parecida, al oírle decir con voz potente:
"Han venido ustedes a la feria con el propósito de comprar una manta para el frío invierno que se avecina, pero lo que no sabían era que encontrarían "al Rey de las Mantas". Pues miren. Se dice que el agua hay que recogerla cuando llueve e igual pasa con las mantas.
 Ustedes pueden ir a una tienda y comprar una manta por 200 pesetas. Verdad que sí, pues bien aquí no les costará 200 sino 300, pero ojo al parche. Las personas que dispongan ahora mismo de 300 pesetas les voy a entregar esta buena manta y además esta otra para la cama de los niños. Y no me conformo con eso, sino que... Esperen, esperen -decía mientras se adentraba en el furgón- para salir desdoblando otra manta de la que decía: Miren esta manta que por mirar no se cobra. Se trata de una manta fina, manta mulera, manta de montura, cuyos dibujos muestran no sólo la calidad del tejido sino la belleza de su diseño. Pues bien. A aquellas personas que le dijimos daríamos las dos mantas por 300 pesetas, le entregamos también esta otra manta sin un real más de coste. Pero aquí no termina todo porque hoy estoy de buenas. Sepan ustedes que ayer, mi querida esposa dio a luz un niño con el pelo tan rizado como yo, y eso se ha de celebrar. Juan dijo -dirigiéndose al otro hombre  que estaba sobre el furgón- 
 Saca las dos estrellas.
El compañero balbuceó. ¿No iras a darle también las dos estrellas?
Tú sácalas, que un día es un día, y la cara de estas personas me dicen que se lo merecen.
Las dos estrellas resultaron ser dos mantas más que el vendedor situó sobre las otras tres diciendo:
 El que me entregue ahora las 300 pesetas se llevará todas estas mantas y un regalo sorpresa que yo le daré.
En aquel momento eran varios los que se acercaban con las 300 pesetas, tiempo que aproveché para dirigirme al río y esperar, junto a mi hermano, la hora de regresar a Pampaneira.
 
Días después se comentaba que un matrimonio del pueblo había perdido en el juego de las tres cartas el dinero de la venta de un becerro.
Hubo otro caso de un vecino de Pampaneira que había ido a la feria sin  ánimo de vender ni comprar nada. Sólo para ver y pasarlo bien. Y cual fue la sorpresa de su esposa y cuantos vecinos le oían cantar  a las tres de la madrugada en la puerta de su casa, bastante más alegre que de costumbre:
Levántate Ramona y verás lo que te traigo,
me llevé la burra rucia y te traigo un burro blanco.

El burro cambiado por la burra en  la feria
      

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