FERIA DE ÓRGIVA
Órgiva es un pueblo de la Alpujarra media de Granada donde a
finales de Septiembre se celebraba cada año una feria de ganado a la que
acudían, desde los pueblos cercanos, con
todo tipo de ganado para vender, comprar y cambiar.
Era un espectáculo ver aquella rambla arenosa del río poblada
de animales con sus dueños a su lado. (Quiero aclarar que los dominios de
aquella rambla eran todo lo que con los años
han ido invadiendo naves industriales y de servicio, lo que a algunas
personas les parece un riesgo, porque recuerdan
el dicho que "A los años miles vuelven las aguas por los mismos
carriles").
En la feria había unos hombres, llamados corredores, que se
dedicaban a mediar en las compra-ventas y, al tiempo que disfrutaban de buen
vino y pescadito frito, en los kioscos preparados para la feria, ganaban unos
dineros de corretaje que pagaban a medias entre vendedores y compradores.
Además de la compra-venta de ganado, la feria era también un
espectáculo, donde no faltaba el circo, los puestos de dulces y turrones, los
juegos de ruleta, diferentes puestos de charlatanes, trileros y engañabobos,
con el propósito de dejar los bolsillos vacíos de cuantos se dejaban convencer, como ocurrió al que les
escribe cuando era jovencito y acudió a la feria por primera vez acompañado por
su hermano mayor y que bien pagué la más grande de las novatadas, puesto que a
poco de llegar y fijar mi hermano la posición de ambos en el río, se me
autorizó a recorrer la zona de espectáculos y diversión llevando en el bolsillo
un billete de 25 pesetas que en el año 1944 era suficiente para pagar los
caprichitos que pudiera desear, pero no tardó mucho tiempo en llamarme la
atención un juego de ruleta donde comencé a hacer apuestas hasta quedarme sin
un céntimo. Sin dinero y con dos
premios que había conseguido en aquella ruleta (una pastilla de jabón y no
recuerdo que otra cosa más) pensando para qué quería aquello en la feria,
propuse al hombre de la ruleta que me los comprara, a lo que el fogueado
ruletero contestó:
Te daré dos tiradas gratis por ellos.
Cómo acepté la oferta me quedé sin dinero y sin premios. Fue
una mala jugada, ya que quedaba casi todo el día de feria y no tenía ni un
céntimo para gastar. En aquella situación comencé a caminar despacito hasta que
me llamaron la atención una pareja de
hombres que hablaban y hablaban, al tiempo que abrían y cerraban unas navajas
bastante grandes. "Miren bien estas navaja" -decía uno de ellos- porque son las
auténticas navajas de Albacete".
¿Les gustaría tener una navaja así? Muy fácil. Porque nosotros
no venimos a vender. Estamos aquí para hacer publicidad. Publicidad. ¡Qué
palabra tan bonita! Sí, y sepan que estamos un poco cansados porque anoche
velamos más de la cuenta.
¿Qué quiere decir eso? Que nos vamos a deshacer de la
mercancía en muy poquito tiempo. Por consiguiente estén atentos y sean
decididos.
Sepan de antemano que los más listos y los más rápidos, se
llevarán una de estas joyas por el módico precio de...
¿Cuánto? Anden díganlo ustedes que son tan listos.
Pues no. No han acertado. Porque no cuestan ni cien, ni 90. Ni
siquiera 50. Qué digo 50. Ni 40, ni 30, ni 29, ni 28, ni. 27. En el momento que
intervino su compañero para decir:
No le hagan caso, porque yo soy propietario de la mitad del
valor de las navajas y no voy a permitir de ninguna manera que se hagan tales
disparates porque la cabeza de mi amigo haya recibido un calentón de sol. Pero
después de una simulada discusión entre ambos, el hombre que hablaba de rebajas
se metió una mano en el bolsillo y sacando un billete de 50 pesetas dijo a su
compañero:
Ves al Bar Serrano y te tomas un vaso de vino y traes otro para mí que tengo la boca seca. El segundo hombre cogió el billete y se marchó
al bar, momento que aprovechó el charlatán
para preguntar: ¿Haber si alguno de ustedes se acuerda cual fue el
precio último que les dije cobraría por las navajas?
Veintiséis pesetas -respondió uno de los que escuchaban-
Buena memoria tiene usted y por ello aquí tiene una navaja gratis.
El hombre se acercó, tomo la navaja y dio las gracias al
charlatán.
Bueno, bueno, bueno. Hemos de darnos prisa antes que regrese
el benefactor de los bares, como merece llamarse mi compañero. O sea que les
dije que les daría las navajas a 26 pesetas. Pues para que sepan lo que llego a
ser yo cuanto me tocan las narices, me atrevo a decirles: ¿Hay alguno que me
quiera entregar un billete de 25 pesetas a cambio de nada?
Varios fueron los que se acercaron con el billete de 25
pesetas en la mano, pero él dijo:
He dicho uno, pero lo que se debería saber cual fue el primero
que decidió sacar el billete de su bolsillo, pero como eso es difícil de
averiguar, cogeré hasta cinco, pero recuerden: Yo no he prometido nada a cambio
y que esto es como la legión: "El que pique pico". El hombre de las
navajas hizo una pausa para tomar aire y darle emoción al tema y volver a
decir: ¡Así que navajas de las grandes a 25 pesetas! Yo creo que me estoy
pasando. ¿Lo piensan ustedes también? Y a todo esto ¿Qué hacemos con los cinco amigos que me han regalado 25 pesetas cada uno? ¿Las
habrán perdido? Pues no. Yo les pido que se acerquen porque se van a llevar la
mejor navaja que hayan visto en su vida como premio a la confianza depositada
en mí. Los hombres se acercaron y recogieron la deseada navaja y cuando se
alejaban oyeron decir: No se retiren aun que les quiero entregar un pequeño detalle, al tiempo que preguntaba:
¿De quien son estos billetes? No. No me lo digan. De cinco buenas personas.
Pues aquí los tienen, porque, como les dije antes, no venimos a hacer negocio
sino hacer publicidad.
Cuando recibieron sus
25 pesetas, además de la navaja, yo pensé: Si no me hubiera jugado las 25
pesetas en la ruleta podría haber conseguido una de esas navajas.
En aquel momento apareció el otros farsante simulando estar un
poco bebido y dijo a su compañero.
Es mejor que vayas tú a tomar el vino al bar porque hace mal apaño traerlo aquí
De acuerdo -contestó el compañero- pero trátame bien a esta
gente.
El segundo hablador comenzó a despotricar de su compañero diciendo
que estaba harto de que su amigo hiciera tan mal las cosas, por lo que le iba a
dar un buen escarmiento. Y seguía. Ya está bien de que yo tenga que pasar por el
malo de la película y él reciba todos los agradecimientos y hasta regalos. Sí
regalos, han oído bien porque en el lugar donde hemos estado antes de venir
aquí, le regalaron hasta un cordero. Sí un cordero, pero esto se va acabar. En
cualquier momento me pongo a regalar navajas a diestro y siniestro y ya veremos
lo que dice el bueno de mi amigo. Y hoy podría ser ese día porque estoy tan enfadado que
voy a reventar en cualquier momento.
Así
hablaba y hablaba hasta llegar al momento importante que era pedir las 25
pesetas a los mirones oyentes, recalcando que no daría nada a cambio, a pesar
de lo cual fuero muchos los que ofrecieron las 25 pesetas y hasta hubo un
hombre que le quería regalar 50, lo que no admitió el predicador de las
navajas.
Acabada la recogida de
los billetes regresó el compañero del
bar -al que le dijo-
Me voy a repartir a los pobres el dinero que me han dado tus
amigos.
¿A los pobres? ¿ Qué pobres?
A los pobres taberneros que me está esperando con la boquita
abierta -respondió mientras marchaba-
El que acababa de llegar cogió las riendas de la pantomima
-diciendo a cuantos escuchaban-
Se que mi compañero les habrá hecho alguna de las suyas pero no se preocupen que aquí estoy yo para
recompensarles. Momento en el yo marché a donde estaba mi hermano para comer
algo del contenido de las alforjas, mientras daba gracias por no haber
dispuesto de dinero que regalar a aquellos farsantes.
Una vez junto a mi hermano Pepe, que en paz descanse, me sentí
más tranquilo y protegido.
Y,después de comer y mirar los animales que se exponían en el
arenal del río y el trajín de los tratantes, decidí volver al lugar de las
sorpresas, del espectáculo y la diversión y lo primero que me llamó la atención
fue un hombrecillo de menos de un metro de altura que, situado en una tarma de
la entrada del circo, cantaba:
" Que in¡mporta saber quien soy,
ni de donde vengo, ni de donde soy,
lo que quiero es que me des tu amor,
que me da la vida, que me da el calos...
Después de mirar y escuchar a aquel hombrecillo, se acercaba
un estrépito que llamaba la atención de todos, aunque pronto se pudo saber que
se trataba del anuncio de la novillada que se iba a celebrar unas horas
después.
Lastima -pensaba- ¡Si tuviera los cinco duros podría ir a los
toros.
Pasado el jaleo del anuncio de los toros, seguí paseando hasta
llegar frente a un furgón abierto por la
parte de atrás, de donde un hombre sacaba y sacaba mantas que iba poniendo en
un saliente preparado para ello.
Cómo no tenía trabajo ni dinero que gastar me pare a escuchar lo
que decía el hombre de las mantas. Otra experiencia nueva para mí que enseguida
pensé:
¡Otro como el de las navajas!
Pero pronto comprendí que aquellos
vendedores eran un poquito más serios, aunque hablaban de manera muy parecida,
al oírle decir con voz potente:
"Han venido ustedes a la feria con el propósito de
comprar una manta para el frío invierno que se avecina, pero lo que no sabían
era que encontrarían "al Rey de las Mantas". Pues miren. Se dice que el
agua hay que recogerla cuando llueve e igual pasa con las mantas.
Ustedes
pueden ir a una tienda y comprar una manta por 200 pesetas. Verdad que sí, pues
bien aquí no les costará 200 sino 300, pero ojo al parche. Las personas que
dispongan ahora mismo de 300 pesetas les voy a entregar esta buena manta y
además esta otra para la cama de los niños. Y no me conformo con eso, sino
que... Esperen, esperen -decía mientras se adentraba en el furgón- para salir
desdoblando otra manta de la que decía: Miren esta manta que por mirar no se
cobra. Se trata de una manta fina, manta mulera, manta de montura, cuyos
dibujos muestran no sólo la calidad del tejido sino la belleza de su diseño. Pues bien.
A aquellas personas que le dijimos daríamos las dos mantas por 300 pesetas, le
entregamos también esta otra manta sin un real más de coste. Pero aquí no
termina todo porque hoy estoy de buenas. Sepan ustedes que ayer, mi querida
esposa dio a luz un niño con el pelo tan rizado como yo, y eso se ha de
celebrar. Juan dijo -dirigiéndose al otro hombre que estaba
sobre el furgón-
Saca las dos estrellas.
El compañero balbuceó. ¿No iras a darle también las dos
estrellas?
Tú sácalas, que un día es un día, y la cara de estas personas
me dicen que se lo merecen.
Las dos estrellas resultaron ser dos mantas más que el
vendedor situó sobre las otras tres diciendo:
El que me entregue ahora las 300
pesetas se llevará todas estas mantas y un regalo sorpresa que yo le daré.
En aquel momento eran varios los que se acercaban con las 300
pesetas, tiempo que aproveché para dirigirme al río y esperar, junto a mi
hermano, la hora de regresar a Pampaneira.
Días después se comentaba que un matrimonio del pueblo había perdido
en el juego de las tres cartas el dinero de la venta de un becerro.
Hubo otro caso de un vecino de Pampaneira que había ido a la
feria sin ánimo de vender ni comprar
nada. Sólo para ver y pasarlo bien. Y cual fue la sorpresa de su esposa y
cuantos vecinos le oían cantar a las
tres de la madrugada en la puerta de su casa, bastante más alegre que de
costumbre:
Levántate
Ramona y verás lo que te traigo,
me
llevé la burra rucia y te traigo un burro blanco.
El burro cambiado por la burra en la feria
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