LA TORTUGA Y LA LIEBRE
En la época de la cosecha, se reunían los animales para celebrar una fiesta, que ellos llamaban de la abundancia, por la mucha comida de que disponían.
En la fiesta se hacían competiciones: de canto entre perdices, codornices, urogallos…; excavación de madrigueras entre conejos; corte de troncos entre castores y otras muchas competiciones que sería largo de contar.
La reunión de animales transcurría de lo más normal, mientras unos relataban como habían pasado el año otros presentaban a las crías que por primera vez asistían a la fiesta.
Casi al atardecer se presentó una tortuga arrastrándose con su lento caminar a la que preguntaron:
¿Tú que sabes hacer?
¿Andar mucho -contestó-
¿Andar mucho? Pero si andas muy despacio. Mira a la hora que llegas cuando nosotros estamos aquí desde el amanecer –le dijeron varios al mismo tiempo-
Yo os digo que ando mucho y para demostrarlo estoy dispuesta a realizar una carrera larga contra cualquiera de vosotros.
- Al escuchar estas palabras muchos se reían del atrevimiento pero la tortuga, en vez de callarse, dijo:
Haber señora liebre que tanto orgullo tienes. ¿Serías capaz de hacer una carrera conmigo?
Esto no tiene sentido -contestó la liebre- yo llegaría antes que tu, con las patas atadas.
Hablar cuesta poco. Solo son palabras - respondió la tortuga- ¿Quieres o no quieres competir conmigo?
- Como la mayoría de los allí presentes se lo pidieron la liebre aceptó.
En ese momento tomó la palabra el presidente del jurado diciendo:
La carrera será hasta la viña de los sarmientos largos y se designa de árbitro a la paloma veloz para que vigile desde el aire que no se cometa ninguna irregularidad. El que regrese primero con una muestra de uvas de las que todos conocemos será la ganadora y, la prueba empieza ya.
La liebre salió corriendo tan velozmente que un momento después miró para atrás y ni siquiera veía la tortuga, lo que le hizo pensar: Esto no es una competición, esto es una tontería. Me sentaré un poquito en la sombra de esta higuera para darle algo de emoción, aunque de todos modos eso no será posible. La liebre en principio se sentó, después se estiró sobre el suelo, donde se sentía tan bien que empezó a sentir algo de sueño. ¡Que bien se está aquí! -se dijo para si- pero cuidado no he de dormirme que estoy en competición ¿en competición he dicho? Que broma. Disputando una carrera a una tortuga. Esto debe ser un sueño. Con toda tranquilidad puedo descansar y hasta dormir, pues en dos saltos adelantaré y pasaré a esa tortuga inocente.
La veloz, orgullosa y confiada liebre se quedó dormida, mientras su competidora andaba y andaba sin parar hasta llegar al lugar señalado para coger las uvas y regresar.
Tanta era la confianza de la liebre que cuando despertó se dijo: no tengas prisa veloz que en unos cuantos saltos alcanzaré y adelantare a esa tortuga.
Tanto tiempo había perdido la liebre que cuando comenzó a correr –eso si más rápida que el viento- no pudo dar alcance a la constante tortuga que, lenta pero sin pausa, llegaba al final del recorrido ante la sorpresa de cuantos allí estaban.
Unos segundos después llegó la liebre malhumorada por el tremendo fracaso a que le había llevado su orgullo y exceso de confianza.
Mientras la tortuga recibía los honores de rigor, la liebre se mostraba como una mala perdedora, diciendo que la victoria no era justa porque ella había estado durmiendo y la paloma árbitro no le había despertado como era su obligación.
La paloma con mucha parsimonia informó que la carrera se había desarrollado de forma correcta, por tanto nada que objetar a la justa victoria de la tortuga, ya que su misión como árbitro consistía en que los contrincantes no tomasen ningún atajo y cogieran las uvas de la viña indicada.
Esto nos recuerda que el exceso de confianza, necesaria por otra parte, puede llevarnos al fracaso si no nos sabemos controlar.
En la época de la cosecha, se reunían los animales para celebrar una fiesta, que ellos llamaban de la abundancia, por la mucha comida de que disponían.
En la fiesta se hacían competiciones: de canto entre perdices, codornices, urogallos…; excavación de madrigueras entre conejos; corte de troncos entre castores y otras muchas competiciones que sería largo de contar.
La reunión de animales transcurría de lo más normal, mientras unos relataban como habían pasado el año otros presentaban a las crías que por primera vez asistían a la fiesta.
Casi al atardecer se presentó una tortuga arrastrándose con su lento caminar a la que preguntaron:
¿Tú que sabes hacer?
¿Andar mucho -contestó-
¿Andar mucho? Pero si andas muy despacio. Mira a la hora que llegas cuando nosotros estamos aquí desde el amanecer –le dijeron varios al mismo tiempo-
Yo os digo que ando mucho y para demostrarlo estoy dispuesta a realizar una carrera larga contra cualquiera de vosotros.
- Al escuchar estas palabras muchos se reían del atrevimiento pero la tortuga, en vez de callarse, dijo:
Haber señora liebre que tanto orgullo tienes. ¿Serías capaz de hacer una carrera conmigo?
Esto no tiene sentido -contestó la liebre- yo llegaría antes que tu, con las patas atadas.
Hablar cuesta poco. Solo son palabras - respondió la tortuga- ¿Quieres o no quieres competir conmigo?
- Como la mayoría de los allí presentes se lo pidieron la liebre aceptó.
En ese momento tomó la palabra el presidente del jurado diciendo:
La carrera será hasta la viña de los sarmientos largos y se designa de árbitro a la paloma veloz para que vigile desde el aire que no se cometa ninguna irregularidad. El que regrese primero con una muestra de uvas de las que todos conocemos será la ganadora y, la prueba empieza ya.
La liebre salió corriendo tan velozmente que un momento después miró para atrás y ni siquiera veía la tortuga, lo que le hizo pensar: Esto no es una competición, esto es una tontería. Me sentaré un poquito en la sombra de esta higuera para darle algo de emoción, aunque de todos modos eso no será posible. La liebre en principio se sentó, después se estiró sobre el suelo, donde se sentía tan bien que empezó a sentir algo de sueño. ¡Que bien se está aquí! -se dijo para si- pero cuidado no he de dormirme que estoy en competición ¿en competición he dicho? Que broma. Disputando una carrera a una tortuga. Esto debe ser un sueño. Con toda tranquilidad puedo descansar y hasta dormir, pues en dos saltos adelantaré y pasaré a esa tortuga inocente.
La veloz, orgullosa y confiada liebre se quedó dormida, mientras su competidora andaba y andaba sin parar hasta llegar al lugar señalado para coger las uvas y regresar.
Tanta era la confianza de la liebre que cuando despertó se dijo: no tengas prisa veloz que en unos cuantos saltos alcanzaré y adelantare a esa tortuga.
Tanto tiempo había perdido la liebre que cuando comenzó a correr –eso si más rápida que el viento- no pudo dar alcance a la constante tortuga que, lenta pero sin pausa, llegaba al final del recorrido ante la sorpresa de cuantos allí estaban.
Unos segundos después llegó la liebre malhumorada por el tremendo fracaso a que le había llevado su orgullo y exceso de confianza.
Mientras la tortuga recibía los honores de rigor, la liebre se mostraba como una mala perdedora, diciendo que la victoria no era justa porque ella había estado durmiendo y la paloma árbitro no le había despertado como era su obligación.
La paloma con mucha parsimonia informó que la carrera se había desarrollado de forma correcta, por tanto nada que objetar a la justa victoria de la tortuga, ya que su misión como árbitro consistía en que los contrincantes no tomasen ningún atajo y cogieran las uvas de la viña indicada.
Esto nos recuerda que el exceso de confianza, necesaria por otra parte, puede llevarnos al fracaso si no nos sabemos controlar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario