Era el mes de enero de hace muchísimos años, un vecino de Pampaneira dijo a su esposa: mañana he de desplazarse a Orgiva para comprar unas cosas y hacerme las pruebas del un traje que encargamos en la sastrería para las fiestas de San Blas. Por este motivo esta noche me iré a la cama antes que de costumbre, cosa que, no solo hizo él, sino que le acompañó su esposa.
Al día siguiente, cuando apenas iba amaneciendo, la señora abrió una de las ventanas para ver como se presentaba el día, comprobando que estaba todo cubierto de nieve, tanto las calles como los terrados de las viviendas. Se volvió enseguida para informar a su marido y, recomendarle que aplazara el viaje para mejor ocasión.
El hombre se levantó de la cama, miró desde la ventana la situación del tiempo y dijo a su esposa:
He de hacer hoy ese viaje, porque después no habrá tiempo disponible y tu bien sabes que es necesario. Así mientras yo me arreglo termina de poner la comida en las alforjas y, también me llevaré una manta para protegerme del frío. Y tú quédate tranquila porque los dos sabemos que voy hacia zona más templada y cuanto más camine dirección a Órgiva la temperatura aumentará y por consiguiente la nieve dejará de existir.
Bueno haz lo que quieras pero ten cuidado – contestó su esposa-
El campesino salió de su casa con las alforjas al hombro e inició el recorrido por el camino real y al pasar por la era de la venta le sorprendió ver estirada en el suelo inmóvil una serpiente de las más grandes que había visto nunca. La miró con interés y le pareció anormal que no se fuera corriendo, (que es lo que suelen hacer siempre estos animales cuando ven a alguno de la especie humana) Se aproximó más a ella y efectivamente. No corría porque estaba muy afectada por el frío que había soportado durante la noche. El hombre se encontró con una situación inesperada y de la que no sabía reaccionar. ¿Que hago? Si la dejo aquí posiblemente morirá y si la auxilio perderé un tiempo que necesito para el viaje. La tocó con sus manos y efectivamente: estaba heladísima. Lo mejor será ponerla dentro de las alforjas y abrigarla con la manta. Así lo hizo y, llevando la serpiente entre las alforjas y la manta caminaba a prisa con el fin de quitarse el frío y llegar a paraje más templado lo antes posible, pero la verdad era que no necesitó llegar muy lejos para quitarse el frío de encima. Entre el peso de la serpiente y el abrigo de la manta le pusieron poco menos que sudando en medio de aquel ambiente invernal. La serpiente también se le notaba un poquito menos helada y él se sentía confortado realizando una buena acción al tiempo que hacía el viaje.
Cuando caminaba por el paraje de los llanos se notaba que la temperatura era más benigna y la serpiente comenzaba a realizar algunos movimientos, señal inequívoca que las alforjas y la manta estaban produciendo el efecto deseado.
Pasado el pueblo de Carataunas, siempre dirección a Orgiva, la serpiente ya se sentía con la temperatura suficiente en para dejar de depender de su benefactor y, sin más preámbulos salió de las alforjas y se plantó delante de él reclamando comida, que según ella, era lo que en aquel momento necesitaba.
Nuestro hombre, sorprendido por la actitud exigente del animal, intentó darle alguna de las cosas que llevaba para su merienda pero la serpiente le contestó que aquella comida no era de su agrado y que necesitaba algún animalillo vivo, bien una rata, un conejo o cosa por el estilo.
El hombre preocupado decía:
Yo no dispongo de estos animales, así que lo mejor es que tú los busque por estos campos.
La desagradecida serpiente le repetía:
Yo necesito comida ya, y si no me la proporcionas tendré que comerte a ti.
El hombre, que había realizado un esfuerzo considerable llevando sobre sus hombros la pesada serpiente, empezó a preocuparse de verdad por las amenazas de un animal al que había salvado la vida. Atribulado y sin saber que hacer, vio como se les acercaba un zorro que regresaba de sus correrías nocturnas y no se le ocurrió otra cosa que reclamar su atención diciendo: señor zorro, venga, venga por favor.
El zorro se aproximó poco a poco hasta situarse junto a la desigual pareja y les preguntó:
¿Que sucede? ¿Necesitan de mi ayuda?
Escuche señor zorro –dijo el hombre- yo he librado a esta serpiente de morir y como pago me amenaza con comerme si no le facilito la comida que dice necesitar y yo, no es que no quiera dársela, es que no la tengo.
Haber, esto se tiene que estudiar con detenimiento. El zorro se colocó las gafas muy lentamente, haciendo cada movimiento con un ritual que dejó sorprendidos tanto a la serpiente como al hombre para decir al fin:
Miren ustedes, se han de reconstruir los hechos, para lo cual se ha de poner la serpiente como estaba cuando este hombre la vio por primera vez.
La serpiente se tumbó en el suelo, quedando inmóvil y cerrando los ojos, -momento que aprovechó el zorro para decir con voz potente-
Lo mejor será que yo me de un banquetazo con este desagradecido animal, ya que la noche no me ha sido muy propicia en la búsqueda de comida.
Al escuchar la serpiente las palabras del zorro salió corriendo a tal velocidad que un instante la perdieron de vista.
El hombre, liberado de las amenazas del animal a quien había salvado la vida, hizo patente su agradecimiento al zorro y le recompensó compartiendo con el la comida que llevaba en sus alforjas.
Al día siguiente, cuando apenas iba amaneciendo, la señora abrió una de las ventanas para ver como se presentaba el día, comprobando que estaba todo cubierto de nieve, tanto las calles como los terrados de las viviendas. Se volvió enseguida para informar a su marido y, recomendarle que aplazara el viaje para mejor ocasión.
El hombre se levantó de la cama, miró desde la ventana la situación del tiempo y dijo a su esposa:
He de hacer hoy ese viaje, porque después no habrá tiempo disponible y tu bien sabes que es necesario. Así mientras yo me arreglo termina de poner la comida en las alforjas y, también me llevaré una manta para protegerme del frío. Y tú quédate tranquila porque los dos sabemos que voy hacia zona más templada y cuanto más camine dirección a Órgiva la temperatura aumentará y por consiguiente la nieve dejará de existir.
Bueno haz lo que quieras pero ten cuidado – contestó su esposa-
El campesino salió de su casa con las alforjas al hombro e inició el recorrido por el camino real y al pasar por la era de la venta le sorprendió ver estirada en el suelo inmóvil una serpiente de las más grandes que había visto nunca. La miró con interés y le pareció anormal que no se fuera corriendo, (que es lo que suelen hacer siempre estos animales cuando ven a alguno de la especie humana) Se aproximó más a ella y efectivamente. No corría porque estaba muy afectada por el frío que había soportado durante la noche. El hombre se encontró con una situación inesperada y de la que no sabía reaccionar. ¿Que hago? Si la dejo aquí posiblemente morirá y si la auxilio perderé un tiempo que necesito para el viaje. La tocó con sus manos y efectivamente: estaba heladísima. Lo mejor será ponerla dentro de las alforjas y abrigarla con la manta. Así lo hizo y, llevando la serpiente entre las alforjas y la manta caminaba a prisa con el fin de quitarse el frío y llegar a paraje más templado lo antes posible, pero la verdad era que no necesitó llegar muy lejos para quitarse el frío de encima. Entre el peso de la serpiente y el abrigo de la manta le pusieron poco menos que sudando en medio de aquel ambiente invernal. La serpiente también se le notaba un poquito menos helada y él se sentía confortado realizando una buena acción al tiempo que hacía el viaje.
Cuando caminaba por el paraje de los llanos se notaba que la temperatura era más benigna y la serpiente comenzaba a realizar algunos movimientos, señal inequívoca que las alforjas y la manta estaban produciendo el efecto deseado.
Pasado el pueblo de Carataunas, siempre dirección a Orgiva, la serpiente ya se sentía con la temperatura suficiente en para dejar de depender de su benefactor y, sin más preámbulos salió de las alforjas y se plantó delante de él reclamando comida, que según ella, era lo que en aquel momento necesitaba.
Nuestro hombre, sorprendido por la actitud exigente del animal, intentó darle alguna de las cosas que llevaba para su merienda pero la serpiente le contestó que aquella comida no era de su agrado y que necesitaba algún animalillo vivo, bien una rata, un conejo o cosa por el estilo.
El hombre preocupado decía:
Yo no dispongo de estos animales, así que lo mejor es que tú los busque por estos campos.
La desagradecida serpiente le repetía:
Yo necesito comida ya, y si no me la proporcionas tendré que comerte a ti.
El hombre, que había realizado un esfuerzo considerable llevando sobre sus hombros la pesada serpiente, empezó a preocuparse de verdad por las amenazas de un animal al que había salvado la vida. Atribulado y sin saber que hacer, vio como se les acercaba un zorro que regresaba de sus correrías nocturnas y no se le ocurrió otra cosa que reclamar su atención diciendo: señor zorro, venga, venga por favor.
El zorro se aproximó poco a poco hasta situarse junto a la desigual pareja y les preguntó:
¿Que sucede? ¿Necesitan de mi ayuda?
Escuche señor zorro –dijo el hombre- yo he librado a esta serpiente de morir y como pago me amenaza con comerme si no le facilito la comida que dice necesitar y yo, no es que no quiera dársela, es que no la tengo.
Haber, esto se tiene que estudiar con detenimiento. El zorro se colocó las gafas muy lentamente, haciendo cada movimiento con un ritual que dejó sorprendidos tanto a la serpiente como al hombre para decir al fin:
Miren ustedes, se han de reconstruir los hechos, para lo cual se ha de poner la serpiente como estaba cuando este hombre la vio por primera vez.
La serpiente se tumbó en el suelo, quedando inmóvil y cerrando los ojos, -momento que aprovechó el zorro para decir con voz potente-
Lo mejor será que yo me de un banquetazo con este desagradecido animal, ya que la noche no me ha sido muy propicia en la búsqueda de comida.
Al escuchar la serpiente las palabras del zorro salió corriendo a tal velocidad que un instante la perdieron de vista.
El hombre, liberado de las amenazas del animal a quien había salvado la vida, hizo patente su agradecimiento al zorro y le recompensó compartiendo con el la comida que llevaba en sus alforjas.
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