PERDICIÓN POR ANVICIÓN
En un pueblo de La Alpujarra vivían dos hermanos con sus esposas e hijos y, aunque uno de ellos era pobre y el otro muy rico, ambos eran medianamente felices y mantenían cierta convivencia, a pesar del escollo que representaba la diferencia de bienes materiales entre una familia y otra.
Un día el hermano pobre, llamado José al que todos llamaban Pepe, se marchó muy temprano al monte cercano para traer leña como de costumbre, pero al ver que cada día le costaba más tiempo reunir la cantidad necesaria para cargar el borrico, decidió alejarse monte adentro buscando mejores árboles en los que cortar. Sucedió que estando en plena faena oyó unos ruidos que le llamaron la atención y por un impulso incontrolado dejó de golpear con el hacha y quedó en el silencio más absoluto. Agudizando la vista y el oído se percató que se trataba de varias personas que conversaban entre ellas mientras caminaban. La curiosidad y temor le hicieron agacharse para observar cuanto le fuera posible de aquellas personas que resultaron ser hombres que caminaban por el bosque, pero cual fue su sorpresa al verlos pararse todos junto a una roca y pronunciar las palabras:“ábrase la puerta de la cueva siniestra” y no solo eso, sino que la puerta se abrió y uno tras otro se adentraron por la cueva en total doce hombres que pudo contar uno a uno.
El leñador quedó pensativo y dándole vueltas empezó a relacionar aquellos hombres con la leyenda de los ladrones que abrían la puerta de una cueva con las palabras mágicas “Ábrete sésamo”. Estos son doce hombres y algunos iban armados. Lo mejor será marcharme con el borrico para casa antes de que salgan. ¿Pero sin leña? ¿Qué les diré cuando llegue? Tengo que quedarme, pero ¿Qué hago ahora? Cortar leña no puedo porque si me oyen puedo correr peligro y marcharme sin leña tampoco es buena cosa. Lo mejor será esperar aquí escondido hasta ver si vuelven a salir. Así lo hizo y tras esperar un buen rato volvió a divisar a los mismos hombres que salían de la cueva comentando entre ellos que sería mejor quedarse alguno para vigilar, respondiendo el que parecía ser el jefe, que no era necesario pues por este lugar nunca vienen otras personas que no seamos nosotros y, además no conocerían las palabras que utilizamos para abrir la puerta. Al tiempo que marchaban, el señor Pepe los fue contando hasta el último que hacía el número doce. Pasado un tiempo sin saber que hacer se le ocurrió acercarse a la puerta de la cueva pensando para sí ¿que habrá dentro? Como me gustaría saberlo. El hombre recordó que no había quedado ninguno para vigilar, por lo que decidió pronunciar las palabras que les había oído a ellos. Allá voy. Haber que pasa y, a continuación dijo: “Ábrase la puerta de la cueva siniestra”
La puerta se abrió y, por el hueco se adentró caminando muy despacio, ya que el miedo le agarrotaba las piernas y casi no le permitía andar. Mirando una tras otra las galerías pudo comprobar que, en una de ellas, había muchos tesoros y gran cantidad de monedas de oro que le dejó perplejo. En este instante se le vino la idea de acabar con su pobreza llevándose monedas de las que allí se almacenaban, aunque a continuación razonaba que tendría que robarlas y él era muy pobre pero no ladrón. ¿Qué hago? Si me llevo unas poquitas no es muy grave. Ya que ¡tienen tantas! Además aquí se ve perfectamente que los que las traen aquí son ladrones. Solo ver las cosas que hay: pistolas, disfraces y mucho oro. En el pueblo se dice: “ladrón que roba a otro ladrón tiene cien años de perdón! Sin pensarlo más cogió un costal lleno de monedas y lo cargó sobre el borrico sin intentar siquiera cerrar la puerta de la cueva, marchándose lo más rápido que pudo.
Llegado a su casa comentó a su esposa lo sucedido, la cual daba saltos de alegría, ordenando a su hija que fuera a la casa del hermano de su padre –llamado Juan – para que les prestase una medida para saber la cantidad de monedas que había traído su padre. La niña fue corriendo a casa de su tío y le pidió una cuartilla prestada.
El señor Juan le preguntó: ¿que vais a medir con la cuartilla?
Dineros –le contestó la sobrina-
¿Dineros? Bien sabemos todos que en tu casa no hay dineros.
Que es verdad. Son monedas que ha traído mi padre.
Bueno, bueno, llévate la cuartilla pero quiero que la devuelvas lo antes posible,
La niña cogió la cuartilla y marchó corriendo para su casa, donde sus padres que le esperaban con impaciencia procedieron a medir las monedas, mientras oía decir a su madre:
¡Somos ricos! ¡Que alegría!
El padre dijo a la niña y a su esposa que no debían comentar lo que les había sucedido hasta que el tiempo fuera pasando, pues podía llegar a oídos de los bandoleros que seguro estarían furiosos y, no solo vendrían a recuperar el dinero sino que tomaría represalias sobre ellos.
Yo no diré nada –dijo la esposa- aunque me costará bastante tener tanto dinero y no hacer uso de el y, ni siquiera contárselo a mis vecinas.
Yo tampoco diré nada –afirmó la niña- pero con todo este dinero seremos ricos como el tío Juan. Verdad papa.
Claro que somos ricos y más que el tío Juan –le confirmó la madre-
De todos modos cuanto menos hablemos de es mejor –dijo su padre- y ahora ves a devolver la cuartilla al tío Juan y darle las gracias.
La niña llevó la cuartilla a su tío y le dijo:
Aquí tiene la cuartilla y muchas gracias.
Cuando la chica hubo marchado, Adelina, la esposa del tío Juan le preguntó a su marido:
¿Para qué quería la cuartilla tu hermano?
Me ha dicho la niña que para medir dineros.
¿Para medir dineros? Para medir piojos quizás. Pero al situar la cuartilla en su sitio comprobó que en una junta había una moneda incrustada por lo que dijo a su marido:
¿Para que dijo tu sobrina que querían la cuartilla?
Para medir dineros –contestó su marido-
Pues mira que moneda hay aquí –al tiempo que le enseñaba una moneda de oro.
El señor Juan, dijo a su esposa que olvidara todo aquello y que bien sabían la suerte de su hermano Pepe, siempre sumido en la pobreza, pero la señora no paraba de darle vueltas hasta que consiguió que su marido fuera a casa de su hermano.
Aunque el hermano Pepe no era partidario de comentar sobre las monedas, al final terminó confiando a su hermano lo que el pretendía fuera un secreto.
Juan quedó maravillado del hallazgo de su hermano para a continuación proponerle ir ambos a por otra carga de monedas.
Pepe se puso muy serio y le dijo:
Eso ni lo pienses y además te pido que no digas a nadie lo que te acabo de contar. Es un asunto muy peligroso pues los bandoleros no son gente que se les pueda engañar fácilmente y si se enteran que he sido yo, mi vida correría peligro de verdad. Así que tú no sabes nada de esto. El hermano Juan le dijo:
De acuerdo de acuerdo, yo me olvido de esto y te deseo que con el oro que has traído viváis mucho mejor de ahora en adelante. Yo vuelvo para mi casa y todo olvidado.
Cuando Juan regresó a su casa informó a su esposa lo sucedido a su hermano y la promesa hecha de no decir nada del asunto.
Adelina no quedó muy conforme con la promesa de su marido mientras se movía de un lado para otro diciendo:
Yo no entiendo como vamos a encajar que la familia de tu hermano, sean más ricos que nosotros. Yo de pensarlo ya me estoy poniendo nerviosa.
Durante todo el día, la señora, estuvo dale que te pego:
Tienes que ir a casa de tu hermano y si no quiere acompañarte –ya sabemos que ellos nunca valieron para nada y así les ha ido-Que te informe donde están esas minas de oro y tu vas a por una buena carga. Pues buena soy yo para aguantar a esa pobre enriquecida de tu cuñada.
Y fiel a aquel refrán que dice. “Si tu mujer te pide que te tires por un tajo, pídele a Díos que sea bajo” Juan marchó a casa de su hermano para hacer lo que su esposa le pedía.
Así el rico señor Juan, después de pasar por casa de su hermano para que le contase el lugar exacto de la cueva, así como las palabras mágicas, el cual le insistió mucho que contase todos los ladrones que habían de ser doce y que tuviera mucho cuidado, se dirigió hacia al lugar amparándose en la oscuridad de la noche. Así llegó frente a la puerta de la cueva y, haciendo el menor ruido, llevó el caballo a la distancia que creyó conveniente y lo ocultó entre los árboles, para volver y situarse en un montículo alejado desde donde divisaba la entrada sin ser visto. Allí pasó casi toda la noche sin percibir ninguna señal de los ladrones, hasta que a la madrugada empezaron a salir, uno tras otro, los doce hombres que su hermano le había dicho. Una vez que los ladrones se alejaron, esperó un poco más por si alguno se volvía por alguna causa, el señor Juan, se acercó a la puerta de la cueva y pronunció la extraña frase –“Ábrase la puerta de la cueva siniestra” La puerta se abrió y el rico señor Juan entró y buscó hasta encontrar las monedas que le había comentado su hermano.
Miraba y miraba con tanta admiración que no se decidía a cogerlas, en el instante que uno de los bandoleros había regresado y lo estaba mirando sin decirle nada. Unos segundos después el ladrón le dijo:
No has tenido bastante con llevarte tanto dinero que vuelves a llevarte lo que no es tuyo.
Yo no me he llevado nada y solo quería unas monedas para colección.
Sabes una cosa que lo que más me molesta es un mentiroso. A los ladrones los tolero pero no a los mentirosos.
Así que te voy a sujetar con unas cuerdas hasta que vengan mis compañeros que tendrán muchas ganas de verte. ¡Que lástima que seas un mentiroso! Como ladrón podías quedarte con nosotros.
Sepa usted que yo no soy ladrón. Yo soy una persona bien posicionada y no quiero ser ladrón.
Cuando volvieron los demás ladrones le dieron una buena paliza para que les informara donde estaba el oro que la había robado. Pero Juan fue valiente y no traicionó a su hermano.
Los bandidos no le permitieron marchar durante todo el día y por la noche hicieron que le acompañara hasta su casa, la cual registraron buscando las monedas que les habían desaparecido. Como no las encontraron decidieron llevarse todo cuanto encontraron de valor; ya fueran joyas, relojes o dinero que, esta familia de ricos tenía mucho.
Cuando se marcharon Adelina insultaba al señor Juan, tratándole de tonto, inútil y cuantas cosas malas salían de su boca rabiosa recordándole que se habían quedado en la miseria por su culpa.
A partir de este día las cosas cambiaron entre los hermanos pues el Pepe vivía a lo grande mientras el hermano Juan y su familia pasaban penurias por haber querido tener más de lo que necesitaban.
En un pueblo de La Alpujarra vivían dos hermanos con sus esposas e hijos y, aunque uno de ellos era pobre y el otro muy rico, ambos eran medianamente felices y mantenían cierta convivencia, a pesar del escollo que representaba la diferencia de bienes materiales entre una familia y otra.
Un día el hermano pobre, llamado José al que todos llamaban Pepe, se marchó muy temprano al monte cercano para traer leña como de costumbre, pero al ver que cada día le costaba más tiempo reunir la cantidad necesaria para cargar el borrico, decidió alejarse monte adentro buscando mejores árboles en los que cortar. Sucedió que estando en plena faena oyó unos ruidos que le llamaron la atención y por un impulso incontrolado dejó de golpear con el hacha y quedó en el silencio más absoluto. Agudizando la vista y el oído se percató que se trataba de varias personas que conversaban entre ellas mientras caminaban. La curiosidad y temor le hicieron agacharse para observar cuanto le fuera posible de aquellas personas que resultaron ser hombres que caminaban por el bosque, pero cual fue su sorpresa al verlos pararse todos junto a una roca y pronunciar las palabras:“ábrase la puerta de la cueva siniestra” y no solo eso, sino que la puerta se abrió y uno tras otro se adentraron por la cueva en total doce hombres que pudo contar uno a uno.
El leñador quedó pensativo y dándole vueltas empezó a relacionar aquellos hombres con la leyenda de los ladrones que abrían la puerta de una cueva con las palabras mágicas “Ábrete sésamo”. Estos son doce hombres y algunos iban armados. Lo mejor será marcharme con el borrico para casa antes de que salgan. ¿Pero sin leña? ¿Qué les diré cuando llegue? Tengo que quedarme, pero ¿Qué hago ahora? Cortar leña no puedo porque si me oyen puedo correr peligro y marcharme sin leña tampoco es buena cosa. Lo mejor será esperar aquí escondido hasta ver si vuelven a salir. Así lo hizo y tras esperar un buen rato volvió a divisar a los mismos hombres que salían de la cueva comentando entre ellos que sería mejor quedarse alguno para vigilar, respondiendo el que parecía ser el jefe, que no era necesario pues por este lugar nunca vienen otras personas que no seamos nosotros y, además no conocerían las palabras que utilizamos para abrir la puerta. Al tiempo que marchaban, el señor Pepe los fue contando hasta el último que hacía el número doce. Pasado un tiempo sin saber que hacer se le ocurrió acercarse a la puerta de la cueva pensando para sí ¿que habrá dentro? Como me gustaría saberlo. El hombre recordó que no había quedado ninguno para vigilar, por lo que decidió pronunciar las palabras que les había oído a ellos. Allá voy. Haber que pasa y, a continuación dijo: “Ábrase la puerta de la cueva siniestra”
La puerta se abrió y, por el hueco se adentró caminando muy despacio, ya que el miedo le agarrotaba las piernas y casi no le permitía andar. Mirando una tras otra las galerías pudo comprobar que, en una de ellas, había muchos tesoros y gran cantidad de monedas de oro que le dejó perplejo. En este instante se le vino la idea de acabar con su pobreza llevándose monedas de las que allí se almacenaban, aunque a continuación razonaba que tendría que robarlas y él era muy pobre pero no ladrón. ¿Qué hago? Si me llevo unas poquitas no es muy grave. Ya que ¡tienen tantas! Además aquí se ve perfectamente que los que las traen aquí son ladrones. Solo ver las cosas que hay: pistolas, disfraces y mucho oro. En el pueblo se dice: “ladrón que roba a otro ladrón tiene cien años de perdón! Sin pensarlo más cogió un costal lleno de monedas y lo cargó sobre el borrico sin intentar siquiera cerrar la puerta de la cueva, marchándose lo más rápido que pudo.
Llegado a su casa comentó a su esposa lo sucedido, la cual daba saltos de alegría, ordenando a su hija que fuera a la casa del hermano de su padre –llamado Juan – para que les prestase una medida para saber la cantidad de monedas que había traído su padre. La niña fue corriendo a casa de su tío y le pidió una cuartilla prestada.
El señor Juan le preguntó: ¿que vais a medir con la cuartilla?
Dineros –le contestó la sobrina-
¿Dineros? Bien sabemos todos que en tu casa no hay dineros.
Que es verdad. Son monedas que ha traído mi padre.
Bueno, bueno, llévate la cuartilla pero quiero que la devuelvas lo antes posible,
La niña cogió la cuartilla y marchó corriendo para su casa, donde sus padres que le esperaban con impaciencia procedieron a medir las monedas, mientras oía decir a su madre:
¡Somos ricos! ¡Que alegría!
El padre dijo a la niña y a su esposa que no debían comentar lo que les había sucedido hasta que el tiempo fuera pasando, pues podía llegar a oídos de los bandoleros que seguro estarían furiosos y, no solo vendrían a recuperar el dinero sino que tomaría represalias sobre ellos.
Yo no diré nada –dijo la esposa- aunque me costará bastante tener tanto dinero y no hacer uso de el y, ni siquiera contárselo a mis vecinas.
Yo tampoco diré nada –afirmó la niña- pero con todo este dinero seremos ricos como el tío Juan. Verdad papa.
Claro que somos ricos y más que el tío Juan –le confirmó la madre-
De todos modos cuanto menos hablemos de es mejor –dijo su padre- y ahora ves a devolver la cuartilla al tío Juan y darle las gracias.
La niña llevó la cuartilla a su tío y le dijo:
Aquí tiene la cuartilla y muchas gracias.
Cuando la chica hubo marchado, Adelina, la esposa del tío Juan le preguntó a su marido:
¿Para qué quería la cuartilla tu hermano?
Me ha dicho la niña que para medir dineros.
¿Para medir dineros? Para medir piojos quizás. Pero al situar la cuartilla en su sitio comprobó que en una junta había una moneda incrustada por lo que dijo a su marido:
¿Para que dijo tu sobrina que querían la cuartilla?
Para medir dineros –contestó su marido-
Pues mira que moneda hay aquí –al tiempo que le enseñaba una moneda de oro.
El señor Juan, dijo a su esposa que olvidara todo aquello y que bien sabían la suerte de su hermano Pepe, siempre sumido en la pobreza, pero la señora no paraba de darle vueltas hasta que consiguió que su marido fuera a casa de su hermano.
Aunque el hermano Pepe no era partidario de comentar sobre las monedas, al final terminó confiando a su hermano lo que el pretendía fuera un secreto.
Juan quedó maravillado del hallazgo de su hermano para a continuación proponerle ir ambos a por otra carga de monedas.
Pepe se puso muy serio y le dijo:
Eso ni lo pienses y además te pido que no digas a nadie lo que te acabo de contar. Es un asunto muy peligroso pues los bandoleros no son gente que se les pueda engañar fácilmente y si se enteran que he sido yo, mi vida correría peligro de verdad. Así que tú no sabes nada de esto. El hermano Juan le dijo:
De acuerdo de acuerdo, yo me olvido de esto y te deseo que con el oro que has traído viváis mucho mejor de ahora en adelante. Yo vuelvo para mi casa y todo olvidado.
Cuando Juan regresó a su casa informó a su esposa lo sucedido a su hermano y la promesa hecha de no decir nada del asunto.
Adelina no quedó muy conforme con la promesa de su marido mientras se movía de un lado para otro diciendo:
Yo no entiendo como vamos a encajar que la familia de tu hermano, sean más ricos que nosotros. Yo de pensarlo ya me estoy poniendo nerviosa.
Durante todo el día, la señora, estuvo dale que te pego:
Tienes que ir a casa de tu hermano y si no quiere acompañarte –ya sabemos que ellos nunca valieron para nada y así les ha ido-Que te informe donde están esas minas de oro y tu vas a por una buena carga. Pues buena soy yo para aguantar a esa pobre enriquecida de tu cuñada.
Y fiel a aquel refrán que dice. “Si tu mujer te pide que te tires por un tajo, pídele a Díos que sea bajo” Juan marchó a casa de su hermano para hacer lo que su esposa le pedía.
Así el rico señor Juan, después de pasar por casa de su hermano para que le contase el lugar exacto de la cueva, así como las palabras mágicas, el cual le insistió mucho que contase todos los ladrones que habían de ser doce y que tuviera mucho cuidado, se dirigió hacia al lugar amparándose en la oscuridad de la noche. Así llegó frente a la puerta de la cueva y, haciendo el menor ruido, llevó el caballo a la distancia que creyó conveniente y lo ocultó entre los árboles, para volver y situarse en un montículo alejado desde donde divisaba la entrada sin ser visto. Allí pasó casi toda la noche sin percibir ninguna señal de los ladrones, hasta que a la madrugada empezaron a salir, uno tras otro, los doce hombres que su hermano le había dicho. Una vez que los ladrones se alejaron, esperó un poco más por si alguno se volvía por alguna causa, el señor Juan, se acercó a la puerta de la cueva y pronunció la extraña frase –“Ábrase la puerta de la cueva siniestra” La puerta se abrió y el rico señor Juan entró y buscó hasta encontrar las monedas que le había comentado su hermano.
Miraba y miraba con tanta admiración que no se decidía a cogerlas, en el instante que uno de los bandoleros había regresado y lo estaba mirando sin decirle nada. Unos segundos después el ladrón le dijo:
No has tenido bastante con llevarte tanto dinero que vuelves a llevarte lo que no es tuyo.
Yo no me he llevado nada y solo quería unas monedas para colección.
Sabes una cosa que lo que más me molesta es un mentiroso. A los ladrones los tolero pero no a los mentirosos.
Así que te voy a sujetar con unas cuerdas hasta que vengan mis compañeros que tendrán muchas ganas de verte. ¡Que lástima que seas un mentiroso! Como ladrón podías quedarte con nosotros.
Sepa usted que yo no soy ladrón. Yo soy una persona bien posicionada y no quiero ser ladrón.
Cuando volvieron los demás ladrones le dieron una buena paliza para que les informara donde estaba el oro que la había robado. Pero Juan fue valiente y no traicionó a su hermano.
Los bandidos no le permitieron marchar durante todo el día y por la noche hicieron que le acompañara hasta su casa, la cual registraron buscando las monedas que les habían desaparecido. Como no las encontraron decidieron llevarse todo cuanto encontraron de valor; ya fueran joyas, relojes o dinero que, esta familia de ricos tenía mucho.
Cuando se marcharon Adelina insultaba al señor Juan, tratándole de tonto, inútil y cuantas cosas malas salían de su boca rabiosa recordándole que se habían quedado en la miseria por su culpa.
A partir de este día las cosas cambiaron entre los hermanos pues el Pepe vivía a lo grande mientras el hermano Juan y su familia pasaban penurias por haber querido tener más de lo que necesitaban.
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