Una familia tenía un rebaño de ovejas, las cuales llevaba el tío Ginés, padre de
familia, todos los días a pastar por extensas praderas, mientras su esposa se
quedaba en casa atendiendo a los hijos y realizando las tareas del hogar.
Una
mañana, pasada la hora que el pastor tenía costumbre de levantarse de la cama,
su esposa le recordaba que tenía preparado el desayuno y la merienda en las
alforjas, pero al no recibir contestación de su marido se acercó a la cama y
tras pasarle la mano por la frente comprobó que tenía una fiebre muy alta.
El
hecho le produjo una gran preocupación por lo que se dirigió a la casa del
médico para comentarle la situación, el cual la acompañó a su casa
diagnosticando para su marido una gripe como padecían bastantes personas del
pueblo.
Mientras
el médico explicaba a la esposa que había de ponerle paños humedecidos sobre la frente para rebajar la fiebre,
hacerle ingerir abundantes líquidos y administrarle unas pastillas que habría
de adquirir en la botica, el pastor se incorporó en la cama diciendo:
¿Que hora es? Tengo que llevar las ovejas a los prados.
Replicándole
el doctor:
Hoy no te moverás de la cama. Otra persona tendrá que ocuparse del ganado.
-
¿Quien? dijo su esposa.
- Yo
lo haré, dijo el mayor de los hijos, aunque sólo tenía ocho años.
- Tú
eres muy pequeño para llevar el rebaño, respondieron al tiempo sus padres y
también el médico.
Pero
el niño insistía:
- Yo
ya he ido con el papa varios días y conozco perfectamente lo que he de hacer.
Anda mamá déjame ir.
La
señora, presionada por la enfermedad de su marido y la insistencia de su hijo
accedió a que fuese con las ovejas las que ella ayudó a llevar hasta la salida
del pueblo donde lo dejó solo después de darle un beso muy fuerte e insistirle
que tuviera mucho cuidado, y en caso de ver el lobo que pidiera ayuda a los
vecinos.
A lo
que contestó el pequeño.
- No
te preocupes mamá. Todo saldrá bien y las ovejas estarán bien cuidadas.
El
niño dirigió las ovejas hasta las praderas con mucha ilusión y bastante
desconocimiento de lo que representaba hacerse cargo durante todo un día de una
manada de ovejas y, una vez llegado a los pastizales, las ovejas comían y él se
lo pasaba en grande, unas veces revolcándose sobre la hierba y otras
contemplando la belleza del paisaje y el azulado del cielo, lo cual le despertó
un gran apetito por lo que se puso a comer de lo que su mamá había metido en
las alforjas, que en principio eran para su padre.
Comió
y comió hasta que no podía más. Después se tumbó a la sombra de un espino y
pronto comenzó a sentir cierta soñolencia, pero enseguida recordó que no podía
dejarse vencer. ¡Soy un pastor de verdad y tengo que vigilar! Puede venir el
lobo. Pero conforme pasaba el tiempo al pastorcillo le asediaba el
aburrimiento.
-
¡Que fastidio! repetía una y otra vez. ¡Guardar ovejas no es tan divertido!
Además la vida de pastor será para quien le guste y a mi no me gusta nada.
¿Como podré hacer para que la tarde no se me haga tan larga? Debe haber alguna
manera de divertirse. ¿Que hago? Aconsejarme ovejitas mías. Podría gritar que
viene el lobo y así ver como responden los vecinos en caso de necesidad. Pero
el lobo no viene. Es una mentira. No. No puedo hacerlo. Pero esto es muy
aburrido. Tampoco es tan malo distraerse un poco y hasta puede que no sea una
mentira, ya que el lobo puede venir ahora mismo por detrás de esas montañas. Me
gustaría saber que hacen los vecinos en el caso que el lobo viniese de verdad.
Podría gastarles una broma. Muchos de mis amigos se divierten haciendo bromas y
no pasa nada. La vida no debería obligar a ser tan serio. Voy a intentarlo a
ver que pasa.
El
pastorcillo se subió en un montículo alto y comenzó a gritar:
- El
lobo. Que viene el lobo; Ayuda. Que viene el lobo.
Todos
cuantos le oyeron corrían armados con palos y hachas para defender al
pastorcillo y sus ovejas del temido lobo; y cual fue su sorpresa al comprobar
que todo había sido una broma de mal gusto.
Se
habían llevado una gran decepción por lo que, recriminando al pastorcillo las
mentirosas peticiones de ayuda, regresaron a reanudar las faenas que habían
abandonado para atender sus falsos requerimientos, insistiendo que no querían
volver a ser objeto de ningún tipo de burla nunca más.
Después
de lo que podía haber sido un ensayo sobre una posible aparición del lobo, si
no fuera por el monumental enfado de los vecinos engañados, al pastorcillo se
le hacía la tarde cada vez más larga y le parecía que nunca llegaría la hora de
regresar.
En
cuanto a las ovejas seguían la misma rutina de otros días que no era otra que
llenar su barriga, sin percatarse del incidente provocado. No así el
pastorcillo al que la tarde se le hacía interminable y nunca llegaba el tiempo
de regresar, mientras se decía:
¡Que
gana tenía yo de guardar las ovejas! ¡Esto es cosa de mi padre! De todos modos
no estaba nada mal ver a los que vinieron a enfrentarse al lobo. Tampoco lo
hicieron por mí. Ellos quieren librarse del fiero animal. Quisiera saber
cuantos lo harían si el lobo viniese de verdad y sólo lo sabré gritando como
antes. Vamos allá: El lobo. Que viene el lobo. Y repetía una y otra vez:
¡Auxilio! ¡Que viene el lobo!
De
esta manera gritaba y gritaba hasta que llegaron bastantes vecinos, aunque
menos que en la primera vez, los cuales se disgustaron muchísimo al comprobar
que habían sido engañados por segunda vez.
Al
final de la tarde, cuando el aburrido pastorcillo se disponía a regresar con
las ovejas llegó el lobo de verdad y al chico le invadió un miedo tan grande
que casi no podía gritar, pero haciendo un esfuerzo empezó a llamar a cuantos
pudieran oírle:
-
¡Auxilio! ¡Ayuda! Que el lobo está aquí. Que es de verdad. Que se come mis
ovejas. Que peligra mi vida. Vengan buena gente. Pero nadie le hizo caso por
creer que era otra broma de las suyas.
Y
mientras gritaba y gritaba el lobo había llegado y las ovejas corrían
despavoridas, despeñándose unas y siendo degolladas otras, mientras el
desafortunado pastorcillo corría y corría hasta llegar a casa llorando y
repitiendo:
- Ha
llegado el lobo. Mama, mama, que desgracia. Las ovejas no se donde están.
Su
madre lo abrazó fuertemente y no hacía otra cosa que llorar. Los sollozos de
ambos llegaron a donde el padre permanecía en la cama y no es necesario
recordar el dolor y la ruina que había llegado a aquella familia.
En
cuantos se enteraron del triste suceso se reforzó la creencia de que las
mentiras suelen acarrear malas consecuencias.
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