LA GALLINITA
NEGRA
En el pueblo
más escondido de La Alpujarra granadina vivía una gallina hacendosa, que con
esfuerzo y tesón criaba una quincena de polluelos, a los que sacaba todos los
días a buscar comida y enseñarles los
campos cercanos y sus peligros que comportaba el mundo.
De aquella
manera los polluelos crecían y crecían al tiempo que aprendían los lugares
donde había las mejores semillas y agua fresca donde beber. Tanto la
"Gallinita Negra" (que era el
nombre de la madre) como los polluelos vivían días felices mientras crecían y
crecían hasta hacerse tan grandes como su propia madre y algunos hasta más. Aunque había uno, que lo que le
faltaba de crecimiento lo había ganado en astucia y sabiduría. Era el pequeñín.
Tan grades
estaban los polluelos que, la Gallinita, pensó que ya era hora de dejarlos
solos para que demostrarán si cuanto les había enseñado les servía para su futuro.
Pensado y
hecho. La gallinita comunicó a sus hijos que había de marchar al pueblo vecino
para realizar unos asuntos y que ellos se habían de quedar solos y así lo hizo
una mañana temprano.
Cuando los
polluelos se quedaron solos empezaron a comentar entre ellos que iban a hacer
durante la ausencia de su madre, llegando al acuerdo que seguirían haciendo lo
mismo que venían repitiendo junto a ella. Todos estaban de acuerdo, menos el
pequeñín que repetía que fuera de casa había peligros y que no debían salir
hasta que su madre volviera.
Lo cierto
fue que los catorce restantes no le hicieron
caso dirigieron al campo mientras
el pequeño se quedaba en casa con la
puerta bien cerrada.
Cuando la
Gallinita volvió de un encuentro con su amigo, el gallo más apuesto de toda La
Alpujarra, encontró al pequeñín en casa
aburrido y lleno de miedo.
Con
preocupación, la Gallina, preguntaba al pequeñín que le contó que sus hermanos habían salido y llevaban dos días sin
regresar.
Madre e hijo salieron a buscarlos y, por desgracia, solo encontraron muchas
plumas esparcidas por el campo.
Madre e hijo
regresaron a casa muy tristes, llorando y lamentándose por la mala suerte que
habían tenido los demás polluelos.
A partir de
aquel día, Madre e hijo, siguieron viviendo juntos hasta que llegó el tiempo
que ambos acordaron que el pequeñín, que ya no lo era tanto, se fuera a vivir
en su propia casa.
La Gallinita
Negra no sabía lo que le había sucedido
a sus hijos, pero pensaba que podía haber sido obra de la zorra y no se
equivocaba lo más mínimo, ya que la astuta zorra los había matado, comidos
algunos y enterrados otros para comerlos más adelante.
Tiempo
después, cuando a la zorra se le había acabado la comida, empezó a pensar en
secuestrar a la Gallinita y comérsela
entre ella y sus zorrendos.
La idea era
difícil de realizar porque la Gallinita permanecía en cosa todos los días, sin salir para nada
gastando de las provisiones que tenía almacenadas.
Pero la
astuta zorra seguía merodeando por los alrededores de la casa con la intención
de cogerla y llevarla hasta donde
esperaban sus zorrendos para darse un buen festín.
Tanto
pensaba la zorra en poder dar caza a la gallinita que se quedó más delgado que
una rama de leña seca.
Todos los
días al salir decía a sus pequeños que pusieran a hervir un caldero de agua
para desplumar a la Gallina pero, día tras día, regresaba con el saco vacío y
la desilusión de tota la familia se hacía cada vez más grande.
Pero mira
por donde un día que la gallinita se sintió obligada por la necesidad a ir a por
leña y, por las prisas, cometió el descuido más grande de toda su vida. Se olvidó de cerrar la puerta con llave, cosa que aprovechó la
astuta zorra para meterse en la casa.
¡Éste es el
día!–se dijo la zorra-
La zorra
entró en la casa de la Gallinita y subió por las escaleras buscando un sitio
donde esconderse para sorprender a la Gallinita cuando regresara.
Se metió
bajo la mesa pero le asomaba el jopo. Se metió bajo la cama pero se encontraba
muy incómoda tan estirada.
Al fin decidió
espera amagada detrás de la puerta. En aquella posición tampoco se encontraba bien pero el botín merecía la pena
sufrir.
En aquella
situación, la zorra se sentía incómoda e inquieta, y conforme pasaban las
horas, la tensión y los nervios la iban atenazando de tal manera que llegaba a
pensar que la Gallinita no regresaría nunca.
Tanta era la
tensión a que era sometida que llegó a
pensar si sería mejor salir a buscarla y cogerla donde estuviera.
Eran momentos difíciles para una zorra que
llevaba tantos días y hasta semanas persiguiendo a Gallinita.
Era para la zorra una cuestión de orgullo porque en el monte podía haber
cogido lirones, ratillas, culebras y otros de los muchos animalillos que vivían
entre los matorrales. Pero había de coger a la Gallina Negra. Finalmente
decidió esperar y esperar. Pero agazapada detrás de la puerta se sentía
intranquila, inquieta, incómoda por lo
que decidió buscar otro sitio donde esconderse.
Su nuevo
emplazamiento fue debajo de la mesa que
antes había desechado por ser pequeño pero no había mucho donde elegir. Así que
se metió bajo la mesa y para que no le asomara el jopo se lo sujetaba con los
dientes.
Era una
posición muy incómoda. Pero había que resistir y esperar.
Ya no debe de tardar en regresar.
Y no se equivocan la astuta zorra, ya que la
gallinita, contenta y feliz, regresaba
con una buena gavilla de leña ajena a lo que su enemiga estaba tramando.
Así que
llegó el momento fatídico en que la Gallinita subía las escaleras de su casa cuando sintió el zarpazo de la zorra
sobre ella, aunque reaccionó volando hasta el colgador. Una percha antigua
robusta y fuerte desde donde miraba a su enemiga con ojos de incredulidad.
¿Cómo era
posible lo que estaban viendo sus ojos? Su mayor enemiga estaba allí. En su
propia casa.
Mientras la
Gallinita se sorprendía, la zorra pensaba como hacerla bajar de la percha donde estaba encaramada
Pensando y pensando se le ocurrió la idea de
marear a la Gallinita para que terminara cayendo de aquella percha.
Así que,
¡manos a la obra! por lo que empezó a dar vueltas y vueltas, como si quisiera
cogerse la cola con la boca, hasta que la Gallinita cayó sin remedio donde la
zorra la metió en un saco que cargo a sus espaldas para dirigirse a donde
esperaban sus zorrendos.
La Gallinita
que ya se había despertado del mareo, lloraba y lloraba sin parar. Tanto fue lo
que lloró la Gallinita Negra que lleno 10 pañuelos de lágrimas.
La zorra que
iba contento y seguro se paró a descansar
y hasta se permitió alejarse del saco para beber agua en una fuente del
bosque.
En
aquel momento que la Gallinita se acordó
que tenía unas tijeras en el bolsillo del delantar con la que abrió una raja en
el saco por donde salió y en un periquete compensó la falta de peso con unas
piedras que metió dentro del saco.
La zorra
volvió y continuó el camino hasta su madriguera donde esperaba los pequeños con
el agua hirviendo donde su madre vació el contenido del saco que hizo salpicar
sobre ellos el agua hirviendo de tal manera que les produjo tantas quemaduras
que le impidieron volver a pensar en la Gallina, la cual vivió en adelante
tranquila y feliz y volviendo a la cría de otra pandilla de polluelos.
Y
colorín, colorao. Este cuento se ha acabao.
No hay comentarios:
Publicar un comentario