viernes, enero 23, 2015

LA GALLINITA NEGRA (Cuento de mi niñez)



LA GALLINITA NEGRA
 
En el pueblo más escondido de La Alpujarra granadina vivía una gallina hacendosa, que con esfuerzo y tesón criaba una quincena de polluelos, a los que sacaba todos los días a buscar comida y  enseñarles los campos cercanos y sus peligros que comportaba el mundo.

De aquella manera los polluelos crecían y crecían al tiempo que aprendían los lugares donde había las mejores semillas y agua fresca donde beber. Tanto la "Gallinita Negra" (que  era el nombre de la madre) como los polluelos vivían días felices mientras crecían y crecían hasta hacerse tan grandes como su propia madre y algunos  hasta más. Aunque había uno, que lo que le faltaba de crecimiento lo había ganado en astucia y sabiduría. Era el  pequeñín.

Tan grades estaban los polluelos que, la Gallinita, pensó que ya era hora de dejarlos solos para que demostrarán si cuanto les había enseñado les servía para  su futuro.

Pensado y hecho. La gallinita comunicó a sus hijos que había de marchar al pueblo vecino para realizar unos asuntos y que ellos se habían de quedar solos y así lo hizo una mañana temprano.

Cuando los polluelos se quedaron solos empezaron a comentar entre ellos que iban a hacer durante la ausencia de su madre, llegando al acuerdo que seguirían haciendo lo mismo que venían repitiendo junto a ella. Todos estaban de acuerdo, menos el pequeñín que repetía que fuera de casa había peligros y que no debían salir hasta que su madre volviera. 

Lo cierto fue que los catorce restantes no le hicieron  caso  dirigieron al campo mientras el pequeño se quedaba en casa  con la puerta bien cerrada.

Cuando la Gallinita volvió de un encuentro con su amigo, el gallo más apuesto de toda La Alpujarra, encontró al  pequeñín en casa aburrido y lleno de miedo.

Con preocupación, la Gallina, preguntaba al pequeñín que le contó que sus  hermanos habían salido y llevaban dos días sin regresar.

 Madre e hijo salieron a buscarlos  y, por desgracia, solo encontraron muchas plumas esparcidas por el campo.

Madre e hijo regresaron a casa muy tristes, llorando y lamentándose por la mala suerte que habían tenido los demás polluelos.

A partir de aquel día, Madre e hijo, siguieron viviendo juntos hasta que llegó el tiempo que ambos acordaron que el pequeñín, que ya no lo era tanto, se fuera a vivir en su propia casa.

La Gallinita Negra no sabía  lo que le había sucedido a sus hijos, pero pensaba que podía haber sido obra de la zorra y no se equivocaba lo más mínimo, ya que la astuta zorra los había matado, comidos algunos y enterrados otros para comerlos más adelante.

Tiempo después, cuando a la zorra se le había acabado la comida, empezó a pensar en secuestrar a la Gallinita  y comérsela entre ella y sus zorrendos.

La idea era difícil de realizar porque la Gallinita permanecía en  cosa todos los días, sin salir para nada gastando de las provisiones que tenía almacenadas.

Pero la astuta zorra seguía merodeando por los alrededores de la casa con la intención de cogerla y llevarla  hasta donde esperaban sus zorrendos para darse un buen  festín.

Tanto pensaba la zorra en poder dar caza a la gallinita que se quedó más delgado que una rama de leña seca.

Todos los días al salir decía a sus pequeños que pusieran a hervir un caldero de agua para desplumar a la Gallina pero, día tras día, regresaba con el saco vacío y la desilusión de tota la familia se hacía cada vez más grande.

Pero mira por donde un día que la gallinita se sintió obligada por la necesidad a ir a por leña y, por las prisas, cometió el descuido  más grande de toda su vida. Se olvidó de  cerrar  la puerta con llave, cosa que aprovechó la astuta zorra para meterse en la casa.

¡Éste es el día!–se dijo la zorra-

La zorra entró en la casa de la Gallinita y subió por las escaleras buscando un sitio donde esconderse para sorprender a la Gallinita cuando regresara.

Se metió bajo la mesa pero le asomaba el jopo. Se metió bajo la cama pero se encontraba muy incómoda tan estirada.

Al fin decidió espera amagada detrás de la puerta. En aquella posición tampoco se  encontraba bien pero el botín merecía la pena sufrir.

En aquella situación, la zorra se sentía incómoda e inquieta, y conforme pasaban las horas, la tensión y los nervios la iban atenazando de tal manera que llegaba a pensar que la Gallinita no regresaría nunca.

Tanta era la tensión a que era sometida  que llegó a pensar si sería mejor salir a buscarla y cogerla donde estuviera.

 Eran momentos difíciles para una zorra que llevaba tantos días y hasta semanas persiguiendo a  Gallinita.  Era para la zorra una cuestión de orgullo porque en el monte podía haber cogido lirones, ratillas, culebras y otros de los muchos animalillos que vivían entre los matorrales. Pero había de coger a la Gallina Negra. Finalmente decidió esperar y esperar. Pero agazapada detrás de la puerta se sentía intranquila,  inquieta, incómoda por lo que decidió buscar otro sitio donde esconderse.

Su nuevo emplazamiento fue  debajo de la mesa que antes había desechado por ser pequeño pero no había mucho donde elegir. Así que se metió bajo la mesa y para que no le asomara el jopo se lo sujetaba con los dientes.

Era una posición  muy  incómoda. Pero había que resistir y esperar.

Ya  no debe de tardar en regresar.

 Y no se equivocan la astuta zorra, ya que la gallinita, contenta y feliz,  regresaba con una buena gavilla de leña ajena a lo que su enemiga estaba tramando.

Así que llegó el momento fatídico en que la Gallinita subía las escaleras de su  casa cuando sintió el zarpazo de la zorra sobre ella, aunque reaccionó volando hasta el colgador. Una percha antigua robusta y fuerte desde donde miraba a su enemiga con ojos de incredulidad.

¿Cómo era posible lo que estaban viendo sus ojos? Su mayor enemiga estaba allí. En su propia casa.

Mientras la Gallinita se sorprendía, la zorra pensaba como hacerla bajar de la percha  donde estaba encaramada

 Pensando y pensando se le ocurrió la idea de marear a la Gallinita para que terminara cayendo de aquella percha.

Así que, ¡manos a la obra! por lo que empezó a dar vueltas y vueltas, como si quisiera cogerse la cola con la boca, hasta que la Gallinita cayó sin remedio donde la zorra la metió en un saco que cargo a sus espaldas para dirigirse a donde esperaban sus zorrendos.

La Gallinita que ya se había despertado del mareo, lloraba y lloraba sin parar. Tanto fue lo que lloró la Gallinita Negra que lleno 10 pañuelos de lágrimas.

La zorra que iba contento y seguro se paró a descansar  y hasta se permitió alejarse del saco para beber agua en una fuente del bosque.

En aquel  momento que la Gallinita se acordó que tenía unas tijeras en el bolsillo del delantar con la que abrió una raja en el saco por donde salió y en un periquete compensó la falta de peso con unas piedras que metió dentro del saco.

La zorra volvió y continuó el camino hasta su madriguera donde esperaba los pequeños con el agua hirviendo donde su madre vació el contenido del saco que hizo salpicar sobre ellos el agua hirviendo de tal manera que les produjo tantas quemaduras que le impidieron volver a pensar en la Gallina, la cual vivió en adelante tranquila y feliz y volviendo a la cría de otra pandilla de polluelos.

Y colorín, colorao. Este cuento se ha acabao.
 
 P.D. el cuento de la Gallinita Negra lo aprendí cuando era muy  pequeño, contado por mis dos hermanas que ayudaron a nuestra madre en mis cuidados, ya  que ellas tenía  más de 20 años cuando nací.
 

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