domingo, enero 25, 2015

EL PODEROSO ACEQUIERO

 
EL PODEROSO ACEQUIERO
= El Sr. Ricardo, la Señora que le cuidaba y su conductor realizábamos uno de los viajes que tanto gustaban al Jefe encontrándonos en aquellos momentos en Castellón, haciendo tiempo para  la hora de comer que habíamos de disfrutar en el "Restaurante Falomir, situado en el Puerto.
¡Que buena temperatura disfrutamos hoy!  -djo Lura-
= ¡Qué diferencia de clima con otras Comunidades que conforman España! -Respondió el Señor Ricardo-
- Por no ahondar en otras diferencias, que son tantas que darían para hablar  hasta no sabemos cuando y de las personas que las poblamos, que somos el resultado de las invasiones de Íberos, Celtas, Fenicios, Griegos, Cartagineses, Romanos, Bárbaros…con sus ideas, culturas, conquistas, guerras, sumisiones, armisticios… Somos pues el subproducto de las uniones de toda esa amalgama de personas.
= Tanto que nos une y tanto que nos separa. ¿Cree usted que eso es malo?
- Pues según  se quiera  mirar. Los hombres tenemos la virtud o el defecto de adaptarnos a las situaciones fáciles y difíciles. Me explicaré:
Cuando vivíamos en la ley del palo y la zanahoria, (entiéndase por la dictadura del General Franco) a callar mandaban, aceptando la zanahoria por temor al palo. Y Cuando el Caudillo murió parecía que nos quedaba la zanahoria y había desaparecido el palo, pero resultaba que había unos señores de uniforme que seguían guardando el palo o mejor dicho el sable, avisando de ello en el intento de "Golpe de Estado del 23 f". En esta situación apareció la prudencia diciendo: Vamos a ponernos de acuerdo para conseguir una constitución de mínimos que nos proporcione más poder del que teníamos, que era poco, sin disgustar a los del palo, perdón a los del sable.
El Tomás  se nos pone trascendente y eso para mí es aburrimiento –dijo Laura-
= No se preocupe que también se han de comentar estas cosas. ¿Sabe usted que, en Cataluña y Las Vascongadas no están conformes con la cuota de dinero y de mando que ellos administran? Así lo publican los diarios. Y sus dirigentes lo recuerdan cada vez que tienen oportunidad, diciendo que necesitan más autonomía y más recursos para mejorar los servicios que prestan a los ciudadanos.
- Esto me recuerda una historia que se contaba como verdadera allá por La Alpujarra de Granada  (España) aunque para mi sólo se trataba de un ingenioso cuento.
= Pues ya que lo recuerda ¿porqué no nos lo cuenta?
- Es un cuento un poco largo y sobre todo a Laura le aburrirá un poco.
Un cuento no tiene porqué ser aburrido, lo que debería producir en nosotros es sueño porque la mayoría de los cuentos se hicieron para hacer dormir a los niños –contestó la Laura-
- Pues allá voy y si resulta aburrido o largo lo dejamos sin terminar ya que no se trata de algo necesario. El cuento comienza así:
En una población de La Alpujarra granadina había una comunidad de regantes que se habían dado o le habían impuesto, una norma de conducta que consistía en que lo tocante al agua de riego decidía un hombre poderoso, llamado "el Acequiero", armado con una escopeta de caza, al que todos respetaban, unos por conveniencia y otros por miedo.
Sucedió que se presentó un invierno muy lluvioso seguido de una primavera con más de lo mismo, lo cual era bueno porque proporcionaba abundante reserva de agua en forma de nieve sobre las cumbres de Sierra Nevada, pero también tenía su parte negativa al provocar corrimientos de tierras que destruían las acequias y caminos.
Antes de que llegara la época de riegos se repararon los destrozos lo mejor que se pudo, pero el poderoso Acequiero no paraba de repetir aquel año se sembrara lo mínimo necesario, porque las acequia como consecuencia de los corrimientos de tierras no garantizaba el transporte del agua acostumbrada.
Sucedió que el Acequiero sufrió una enfermedad de flebitis que en poco tiempo lo mandó al cementerio. Y provisionalmente contrataron a otro acequiero, un hombre moderado que se escuchaba a todos, pero le faltaba energía y respaldo para hacer cumplir lo que creía necesario.
Así unos le decían:
Se han de aprovechar los buenos años de agua para sembrar todos los campos y conseguir las cosechas que necesitamos y merecemos.
El nuevo acequiero avisaba a todos con buenas palabras:
La acequia no podrá aguantar llevando tanta agua, pero los labradores insistían:
Necesitamos más agua para regar o ¿es mejor que se deslice río abajo hasta perderse en la mar?
Viendo el cariz que tomaban las cosas se reunieron los caciques del pueblo que resultaron ser los que sustentaban desde la sombra la fuerza del fallecido Acequiero, el cual les compensaba permitiendo que las fincas de su propiedad, que eran las mejores, dispusieran de más agua de riego que las demás.
El acuerdo fue enviar una pareja de la guardia civil con el aviso que si no cesaba la presión sobre el acequiero, aquel sería sustituido por otro armado y apoyado por los guardias del uniforme verde como garantes del orden y buenas costumbres.
El resultado fue que los labradores que de buena fe pedían más y más agua para sus fincas se dijeron.
Vamos a respetar este acequiero y conformarnos con el agua que él nos de y al mismo tiempo ayudarle ha hacer una distribución de mínimos para no enfurecer a la guardia civil.
Se  hizo un nuevo reglamento del agua que les permitió compartir el agua que la acequia podía transportar. Aquel reglamento permitió la distribución los recursos hídricos de manera tranquila muchos años años. En aquel periodo de tiempo se cambió varias veces de acequiero, pero eso sí, escogiendo entre los que solicitaban el cargo, por medio de una votación realizada en la plaza de pueblo.
Como todo marchaba tan bien y la riqueza y el progreso se instalaron en el pueblo, no paraban de llegar personas de otros lugares a instalarse allí y, aunque la Guardia Civil, que ya no gastaba su tiempo amenazando al acequiero de turno, se esforzaba en impedir la entrada de los que seguían llegando, lo cierto era que cada vez había más personas para trabajar los campos y, aunque muchos de los llegados no conseguían un trabajo justamente remunerado y una vivienda digna, se conformaban pensando que aquello era mejor que lo que habían dejado.
Todo iba tan bien que las fincas y las cortijadas tenían cada vez más poder. Se les aconsejaba, aunque no se les imponían lo más conveniente a sembrar, se les compensaba incluso por dejar algunos campos en barbecho para evitar los excedentes y poder así mantener unos precios políticamente correctos. Hasta se hacían seguros contra las heladas, sequías y otras plagas. Había establecido un mecanismo por el cual los que disponían de las tierras más fértiles habían de aportar mayor cantidad a un fondo de solidaridad, cuya distribución había de favorecer a los que ocupaban las tierras menos productivas. Todos podían decir lo que creían conveniente sin temor a represalias. Aquello era demasiado bueno para ser real, pero lo era. Aunque claro, la abundancia también cansa y los dueños de las mejores fincas empezaron a decir que ellos pagaban demasiado. Que si los cortijeros del sur eran unos vagos. Que se habían de cambiar las normas por otras más justas. Algunas cortijadas a través de su representante pedían más poder para decidir lo que les convenía o no les convenía sembrar y repetían una y otra vez: El acequiero no distribuye el agua con justicia. Nosotros pagamos más de lo que recibimos del fondo de solidaridad. Hemos de tener más autonomía.
Las múltiples reuniones para pactar nuevos sistemas de distribución de poder y aportaciones al fondo común no conseguían acuerdo alguno. Y en otros asuntos también había discrepancias. Mientras unos proponían que se había de prescindir de la Guardia Civil, otros proponían legalizar las patrullas de agricultores porque a una familia le habían robado un caballo.
Como era tan difícil conseguir acuerdos, las cortijadas más ricas decidieron declararse independientes y no respetar las decisiones de las autoridades del pueblo ni de la Hermandad de Labradores, dejando de  pagar los tributos y las aportaciones al fondo de solidaridad. El disgusto generalizado se instaló en el pueblo y los vecinos empezaron por dejar de hablarse para más adelante comenzar a insultarse. Proliferaban los populistas que soliviantaban a la gente. Los más poderosos nombraron patrullas para su defensa y obligaban al acequiero a recargar de agua la acequia con el consiguiente peligro de quiebras y roturas. Y en tanto ¿Qué hacían los que les había tocado perder con la nueva situación? El nerviosismo se iba instalando en ellos, discutían acaloradamente en las tabernas y hacían pequeños sabotajes.
La situación terminó por hacerse insostenible, raro era el día que no hubiera peleas. El médico del pueblo se hizo especialista en la cura de golpes y magulladuras, hasta que un desgraciado y luctuoso hecho complicó  más las cosas. Se trataba de la muerte de un muchacho en una discusión de celos por una guapa joven a la que muchos deseaban. Le siguió una paliza a varios de los jóvenes que, se decía, habían apoyado al agresor que permanecía a buen recaudo en la cárcel del pueblo.
Con este desgraciado hecho se instaló un clima de violencia  llegando hasta la quema de cosechas, pero el peor de todos los males fue la rotura de la acequia una noche del mes de julio. La voladura fue tal que se tardaron dos semanas en reparar los destrozos, tiempo suficiente, en verano, para deteriorar las cosechas.
Pues no sabía yo que el Tomás fuera también contador de cuentos –dijo Laura-
= Yo espero y deseo que en España, en este País como dicen los que no quieren pronunciar su nombre, no suceda nunca lo del cuento que nos ha contado Tomás.
El Tomás sabe muchas cosas ¿verdad? -dijo Laura-
= Tomás sabe lo que sabe y cada uno sabemos lo que hemos aprendido, aunque no es suficiente saber si no entendemos lo que dicen los otros.
Según usted yo sólo se cocinar.
= Pues claro que cocina muy bien. Y ¿eso es malo?
No es que sea malo, pero me gustaría dejar de ser la tonta de los fogones.
= Bueno dejémoslo aquí y marchemos a tomarnos la comida que nos espera que habéis de saber que se trata de: Gambas cocidas y a la plancha cuantas se quiera, después berenjenas rellenas, arroz a la banda, bebida y frutas variadas.
Y ¿Quien se come todo eso? -dijo Laura-
= Esas  son las cosas que nos van a poner por 4.000 pesetas cada uno, pero no tenemos la obligación de comerlo todo.
Otra vez me toma por tonta como siempre.
 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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