Y sigue Daniel Goleman: Cualquier amenaza presenta el dilema lucha o huída y ésta es el detonante del enfado. Y no solamente a la amenaza física sino también, como suele ocurrir, a cualquier amenaza simbólica para nuestra autoestima o nuestro amor propio (como, por ejemplo, sentirse tratado ruda o injustamente, sentirse insultado, menospreciado, frustrado en la consecución de determinado objetivo, etc), percepciones, todas ellas, que actúan a modo de detonante de una respuesta límbica, que tiene un efecto doble sobre el cerebro.
Después de un duro día de trabajo, una persona se sentirá especialmente predispuesta a enfadarse en casa por razones tan insignificantes como: el ruido o el desorden de los niños; razones que en otras circunstancias no tendrían el poder suficiente para desencadenar un secuestro emocional.
Y nos sigue diciendo Daniel Goleman: Ante los pensamientos depresivos crónicos cabe preguntarse: ¿Cabe ciertamente la posibilidad de que ocurra el acontecimiento temido? ¿Es algo absolutamente necesario y no existe más alternativo que aceptarlo? ¿Hay algo positivo que pueda hacerse al respecto? ¿Realmente me sirve de algo dar vueltas y más vueltas a los mismos problemas?
Por otra parte, sería también recomendable e incluso diríamos que sería una señal de autoconciencia- que las personas cuyas preocupaciones son tan graves para desembocar en fobias, trastornos obsesivos-compulsivos o ataques de pánico, recurrieran a la medicación para tratar de interrumpir este círculo. No obstante, una reeducación emocional a través de la terapia sigue siendo imprescindible para disminuir la probabilidad de que los trastornos de ansiedad vuelvan a presentarse una vez se haya dejado la medicación.
Un eficaz elevador del estado de ánimo consiste en ayudar a los que lo necesitan. Puesto que la depresión se alimenta de obsesiones y preocupaciones que giran en torno a uno mismo, el hecho de ayudar a quien se halla afligido puede contribuir a que nos desembaracemos de este tipo de preocupaciones. De este modo, entregarse a una actividad de voluntariado, hacerse entrenador de la liga infantil, convertirse en una especie de hermano mayor, o ayudar a los indigentes, constituye, según Tice, una de las estrategias más adecuadas para elevar el estado de ánimo.
Y ahora tratemos de la perseverancia que es necesaria para conseguir resultados a medio y largo plazo, por qué la combinación entre el talento razonable y la capacidad de perseverar ante el fracaso es lo que conducen al éxito.
Dado un determinado nivel de inteligencia, el logro real no depende tanto del talento como de la capacidad de seguir adelante a pesar de los fracasos. Y las críticas titiles sobre las cosas que hace otra persona, en muchos casos, no la ayudan en lo más mínimo sino que la hacen sentirse atacada.
La conciencia de uno mismo es la facultad sobre la que se erige la empatía, puesto que, cuanto más abiertos nos hallemos a nuestras propias emociones, mayor será nuestra destreza en la compresión de los sentimientos de los demás. Y la movilización emocional constituye la esencia misma de la capacidad de influir en los demás.
Todos hemos experimentado un cambio en los sentimientos reflejado en nuestro rostro, al llegar a un velatorio en el que las personas están tristes.
La habilidad esencial de un líder consiste en movilizar y coordinar los esfuerzos de un grupo de personas. Y en el patio del colegio se trata del niño que decide a que jugarán; el niño que termina convirtiéndose en el capitán del equipo.
El talento del mediador consiste en impedir la aparición de conflictos o en solucionar aquellos que se declaren. Son los niños que, en nuestro caso, que resuelven las disputas que se presentan en el patio del recreo.
La habilidad de conectar y comprender a los demás que se asienta en la empatía, favorece el contacto con los demás y facilita el reconocimiento y el respeto por sus sentimientos y sus intereses y permite, en suma, el dominio del sutil arte de las relaciones.
Estas personas suelen llevarse bien con casi todo el mundo, son buenos leyendo las expresiones faciales de los demás y suelen ser queridos y respetados por sus compañeros.
La habilidad de ser capaces de detectar e intuir los sentimientos, los motivos y los intereses de las personas, suele fomentar el establecimiento de relaciones con los demás y su profundización.
El conjunto de estas habilidades constituye la materia prima de la inteligencia interpersonal, el ingrediente fundamental del encanto, el éxito social e incluso del carisma, (página 184 de “Inteligencia emocional” de Daniel Goleman, como todo cuanto se está anotando sobre nuestras emociones)
Aunque estas y otras cualidades son innatas en las personas, también pueden mejorarse con el aprendizaje como todas las cosas, aunque el rendimiento óptimo se conseguirá si existe buena materia prima.
Verdad que a todos nos gustaría ser la clase de persona con quien los demás se sienten a gusto, aunque no lo hayamos pensado, y despiertan el comentario: Nos lo pasamos bien con él. Está claro que no llegaremos a ser los mejores si carecemos de esta innata habilidad pero si nos ejercitamos, al menos, dejaremos de ser desagradables.
Opinión de quien les escribe: De todos modos no es bueno, ni para nosotros ni para los demás, convertirnos en personas adaptables a cada situación para sacar ventaja de ello. Hemos de intentar que la imagen que tengamos de si mismos responda a la que queremos transmitir a los demás para no sentirnos como un instrumento que terminará perjudicando nuestra serenidad y estabilidad emocional. Y que el temor a ser rechazado es lo que determina nuestra actitud al acercarnos a un grupo formado o una tertulia determinada.
Yo he observado a varias personas deseosas de formar una partida de cartas pero ninguna de ellas se atrevía a decir a los otros: ¡jugamos! Se podía dar el caso que todos estuvieran deseando jugar, pero ninguno se atreviera a proponerlo por no correr el riesgo a recibir un no por respuesta.
También recuerdo lo prudente de mi actitud al incorporarme a la dirección del equipo de vendedores, en la empresa donde trabajaba, después de unas vacaciones, Yo pensaba: ¿que le puedo decir después de haber estado durante un mes trabajando sin mí? Y por razones de jerarquía, ellos esperaban mis comentarios, pero yo les decía: Seguir como si no estuviera, aunque ciertamente mi presencia les restaba libertad para actual como lo habrían hecho durante mi ausencia.
Cuando ellos marchaban a visitar los clientes correspondientes a aquel día, repasaba y analizaba los resultados de las ventas durante mi ausencia y ya estaba en condiciones de asumir la dirección del grupo. Y, crean que me tomaba muy en serio los resultados que se habían producido para calibrar si mi trabajo servía de verdad para mejorar las ventas. Porque si durante mis vacaciones todo había seguido igual, ¿que seguridad tendría en mi puesto de trabajo? ¿Para qué el pago de mi sueldo y demás gastos que comportaba, si todo funcionaba igual durante mi ausencia?
La persona que ha de dirigir a otros y no está preparado para ello provoca el rechazo de éstos, al sentirse dirigidos por quien sabe del tema, menos que ellos. Y buena cosa será para todo aquel que tenga que dirigir personas, aparte de aplicar la inteligencia emocional y todo tipo de inteligencia que pueda poseer, prepararse bien y documentarse sobre los temas a tratar para no generar en sus subordinados la sensación de que está ocupando un puesto que no merece y que cualquiera de ellos podrían desempeñar de manera más eficaz.
La inteligencia emocional de la que nos está hablando Daniel Goleman en su libro es necesaria y útil para relacionarse con todo tipo de personas, sin olvidar el trabajo, pues el dominio de si mismo es importante, no solo para decir las cosas que se deban decir con un tono adecuado, sino que también a de servir para posponer comentarios, peticiones o reprensiones cuando el estado de ánimo esté más excitado de lo normal, tanto por nuestra parte como la de nuestro o nuestros interlocutores.
Cuando una persona está excitada, malhumorada o enrabietada no es momento para recriminarle su estado ni para ordenarle y aconsejarle. Es mejor esperar a un momento de serenidad que con un poco de paciencia llegará.
Yo tuve la oportunidad de esquivar un caso que terminó en un despido desagradable por la acción de un compañero que no quiso o no supo esperar a mejor ocasión: Se trataba de un vendedor-repartidor, llamado Domingo Peris, que estaba, en la nave de carga y descarga, tirando las cajas al suelo con violencia y agresividad. Al verlo en aquel estado, hice un pequeño rodeo para no sentirme obligado a intervenir. Pero otro encargado que llegaba un poco después, el señor Francisco Griñan, le llamó la atención por su actitud con resultado catastrófico desde cualquier punto de vista: El señor Peris se revolvió contra él, tratándolo de pelota, rastrero y no se cuantos insultos más. El señor Griñan una vez insultado no le quedó otro camino que informar de los hechos al director, que se sintió obligado a despedir al empleado Peris, cosa que se hubiera evitado posponiendo la llamada de atención a aquel empleado tan agitado.
Sólo excepcionalmente, si la persona en plena excitación agresiva representa un peligro evidente estaría justificada la intervención, aconsejándose hacerlo una persona con capacidad de sosegar antes de imponer la fuerza. (De la propia cosecha)
Al tratar sobre las relaciones de pareja Goleman (p.204) insiste en que para sortear las relaciones tortuosas, las mujeres y los hombres deben tratar de ir más allá de las diferencias genéticas innatas porque, en caso de no lograrlo, la relación se verá abocada al fracaso. Y relata un diálogo que se ha de evitar a todas luces:
Hombre: ¿has recogido mi ropa limpia?
Mujer: (en tono burlesco) “Has recogido mi ropa limpia” ¿Crees que soy tu criada?
Hombre: Eso difícilmente podría ser. Si fueras mi criada, al menos sabrías limpiar la ropa.
Otra pareja decidió hacer unas gestionas por separado para reunirse junto a la estafeta de correos para ir después juntos a ver una película.
La mujer con su hija llegó puntual al lugar de encuentro, pero el hombre se retrasaba.
¿Dónde se habrá metido? La película empieza dentro de diez minutos –se quejaba ella-
Cuando él apareció diez minutos después, contento por haberse encontrado con un viejo amigo y excusándose por el retraso, la mujer le espetó sarcásticamente: muy bien; ya tendremos ocasión de discutir tu sorprendente habilidad para dar al traste con todos los planes. Eres egoísta y desconsiderado.
Una queja razonable y razonada no debe convertirse en una crítica a la persona. En la queja se critican sus acciones, mientras que en la crítica personal se aprovecha un reproche o una demanda concreta para arremeter contra el otro, con frases ofensivas que, quizá, subyacen en la persona y una espera o una promesa incumplida sirvieron de detonante.
Las críticas ácidas dejan a quien las recibe avergonzado, disgustado, ultrajado y humillado, y es muy probable en reacciones defensivas que no mejoran la situación.
El circuito reverberante de la crítica, el desprecio, la actitud defensiva, el encerramiento, la desconfianza y el desbordamiento emocional es un reflejo de la desintegración de la conciencia de uno mismo, de la pérdida de autocontrol emocional, de la pérdida de empatía (si es que se tenía) y de la incapacidad para consolarse mutuamente.
¿Qué se puede hacer para guardar el amor y el afecto mutuamente entre las parejas?
¿Qué es lo que mantiene a salvo el matrimonio?
No se deberían eludir los conflictos sino que, en cambio, intentar comprender que las llamadas de atención o las muestras de disgusto, pueden estar motivados por el amor y por el intento de mantener la fluidez y la salud de la relación. La acumulación soterrada de quejas va creciendo en intensidad hasta que se produce una explosión.
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