domingo, diciembre 04, 2011

EL ÁGUILA Y LA ZORRA
















EL AGUILA Y LA ZORRA

En los recortados despeñaderos de la acequia del Arrabal (sobre el río Poqueira) tenía sus aposentos una vieja águila, aunque todos los días había de volar y volar para conseguir alguna pieza de caza que le aportara su alimento. Aunque de forma diferente tenía que compartir su territorio con una zorra que criaba una abundante prole.

El compartir el territorio (una desde el aira y la otra por tierra) terminó haciéndoles, no sólo competidoras sino amigas lo que les llevó a compartir la caza, las preocupaciones y hasta los deseos.

Aaunque algunas veces se gastaban bromas tan pesadas como la invitación que hizo la raposa, al águila, para compartir la suculenta comida de un conejo deshuesado, rustido, y bien troceado, pero que la zorra se comía en rápidas dentelladas, dejando al águila sin opción de probar siquiera tan exquisito manjar.

La consecuencia de aquella mala acción de la zorra fue que el águila le pagó con una moneda parecida, o sea invitándola a comida estofada de un cabrito. Con la astucia de presentar la comida en una alcuza donde la raposa no podía introducir su grueso hocico, teniendo que conformarse con ver como el águila sacaba lentamente con su largo pico una tras otra las porciones de comida, mientras que irónicamente decía a su amiga: ¿porqué no comes? A lo que la zarra respondía: ¡no tengo gana!

De éstas y otras muchas formas se gastaban bromas pesadas. Pero el colmo de todas ellas fue la invitación que el águila hizo a su amiga.

Se trataba de asistir a la boda de unos parientes en los tajos del despeñadero adonde la raposa no le era posible llegar. Pero rizando más el rizo, el águila se ofreció a llevarla sobre sus alas.

La zorra, no exenta de miedo aceptó la invitación y subió sobre las alas de su amiga, la que comenzó a remontar por los aires, mientras la raposa preguntaba.
¿Cuándo llegaremos?
Mañana al amanecer- respondió el águila.
¿Y toda la noche la hemos de pasar en el aire? Preguntó la zorra.
Es que si queremos disfrutar de la boda hemos de llegar hasta las montañas mágicas pasados los tajos del espeñadero.

Yo no quiero seguir porque me estoy mareando y me siento muy insegura y además mis pequeños me necesitan-dijo la zorra.

Pues déjate caer, porque yo no puedo volver, ya que no llegaría a tiempo a la boda.

¿Pero cómo voy hacer eso si no se volar?

No te preocupes que esta tierra está llena de colchones y con un poco de suerte caerás en uno de ellos.

¿Estás segura que caeré en uno de esos colchones?

Claro que sí, aunque tendrás que librarte de los cepos y las escopetas de los cazadores.

Lo mejor es que me bajes. Tú que me has metido en eso tú me has de sacar.

Yo ya te he dicho que no hay tiempo y yo esa boda no me la quiero perder.

El resultado fue que siguieron el vuelo hasta que pasada la media noche, el águila se sintió cansada y decidió hacer un descanso sobre una nube donde ambas se quedaron dormidas.

Al día siguiente se despertaron en el reino mágico de las nubes donde se celebraba la comentada boda y todos los asistentes eran agasajados con manjares deliciosos y diversiones de todo tipo.

Tan bien se encontraban allí que se les pasaron tres días sin darse cuenta. Hasta que la zorra al fin se acordó de sus pequeños y lo comentó al águila, la cual pidió al rey de las águilas que enviara un equipo de las mejores voladoras del reino mágico que terminaron trayendo a los zorrendos.

En el reino mágico se encontraban tan bien que se quedaron para siempre donde vivieron felices y no se volvieron a gastar ninguna otra broma pesada, sencillamente porque allí sólo eran posibles las cosas que aportaban felicidad y nunca malestar.

Y colorín colorao, éste cuento se ha acabao.

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