Capileira
“EXCURSIÓN ARRIESGADA”
Una mañana del mes de agosto, el matrimonio formado por el señor Ricardo y la señora Teresa, desayunaban en su residencia de verano del pueblo alpujarreño de Capileira, acompañados por su hijo Julio que había llegado para pasar unos días en su compañía.
Durante el desayuna Julio les contaba de su vida y su trabajo en Barcelona y escuchaba a su madre hablando de lo habido y por haber, sin olvidar el pan casero que amasaba la Zamorana, los rizos del farmacéutico y la calva del cura párroco.
La conversación amistosa dejó de serlo cuando la señora Teresa escuchó de su hijo que quería subir al Mulhacén acompañado por su padre, instante en que el júbilo de la señora se convertía en enfado para decir con contundencia:
Si tú quieres cambiar la compañía de tu madre por los peligros de la montaña puedes hacerlo, pero realizar la subida acompañado por un hombre de más de 70 años eso si que no. Porque tu padre tiene problemas de artrosis, artritis, osteoporosis, hipertensión, colesterol...
No sigas mamá, no sigas porque por ese camino no habrá suficientes palabras en el diccionario para enumerar tantos achaques.
No pensaba yo que te tomaras tan a broma la salud de tu padre. ¡Como soy yo la que le da los masajes, se cuida de que tome sus pastillas y está vigilante para que no vuelva al maldito tabaco!
Mamá, no es que me tome a broma las cosas, es que me gustaría pasar un par de días con papá por esas montañas que él tanto conoce, pero no lo haremos si no lo autoriza el médico.
Pedir autorización a un médico que prescribe remedios contra la caída del cabello y él no tiene ni un solo pelo en su cabeza. ¿Estás loco?
“EXCURSIÓN ARRIESGADA”
Una mañana del mes de agosto, el matrimonio formado por el señor Ricardo y la señora Teresa, desayunaban en su residencia de verano del pueblo alpujarreño de Capileira, acompañados por su hijo Julio que había llegado para pasar unos días en su compañía.
Durante el desayuna Julio les contaba de su vida y su trabajo en Barcelona y escuchaba a su madre hablando de lo habido y por haber, sin olvidar el pan casero que amasaba la Zamorana, los rizos del farmacéutico y la calva del cura párroco.
La conversación amistosa dejó de serlo cuando la señora Teresa escuchó de su hijo que quería subir al Mulhacén acompañado por su padre, instante en que el júbilo de la señora se convertía en enfado para decir con contundencia:
Si tú quieres cambiar la compañía de tu madre por los peligros de la montaña puedes hacerlo, pero realizar la subida acompañado por un hombre de más de 70 años eso si que no. Porque tu padre tiene problemas de artrosis, artritis, osteoporosis, hipertensión, colesterol...
No sigas mamá, no sigas porque por ese camino no habrá suficientes palabras en el diccionario para enumerar tantos achaques.
No pensaba yo que te tomaras tan a broma la salud de tu padre. ¡Como soy yo la que le da los masajes, se cuida de que tome sus pastillas y está vigilante para que no vuelva al maldito tabaco!
Mamá, no es que me tome a broma las cosas, es que me gustaría pasar un par de días con papá por esas montañas que él tanto conoce, pero no lo haremos si no lo autoriza el médico.
Pedir autorización a un médico que prescribe remedios contra la caída del cabello y él no tiene ni un solo pelo en su cabeza. ¿Estás loco?
Laguna de la Caldera
El caso fue que, vencida la oposición de la señora y con la aprobación del médico, dos días después padre e hijo (equipados para la ocasión) salían dirección al río Poqueira para continuar en sentido contrario al discurrir de sus aguas, hasta “La Central Hidroeléctrica de Las Cebadillas, siguiendo la ascensión junto al cauce del río Naute. Un itinerario de ensueño, donde los sauces bordeaban el agua serpenteante por caprichosos recodos, aportando humedad a cuantos vegetales
vivían y adornaban las orillas y hasta su lecho.
Padre he hijo hablaban poco, pero sentían una sensación de serenidad y armonía desconocida hasta entonces y, aunque habían oído que permanecer en las montañas era sinónimo de
sentimientos puros y antídoto contra las emociones turbadoras, jamás hubieran creído en semejante bienestar. Así que imbuidos de aquel estado de ánimo, tomaron el sendero dirección al principal refugio del
Refugio del Poqueira
El caso fue que, vencida la oposición de la señora y con la aprobación del médico, dos días después padre e hijo (equipados para la ocasión) salían dirección al río Poqueira para continuar en sentido contrario al discurrir de sus aguas, hasta “La Central Hidroeléctrica de Las Cebadillas, siguiendo la ascensión junto al cauce del río Naute. Un itinerario de ensueño, donde los sauces bordeaban el agua serpenteante por caprichosos recodos, aportando humedad a cuantos vegetales
vivían y adornaban las orillas y hasta su lecho.
Padre he hijo hablaban poco, pero sentían una sensación de serenidad y armonía desconocida hasta entonces y, aunque habían oído que permanecer en las montañas era sinónimo de
sentimientos puros y antídoto contra las emociones turbadoras, jamás hubieran creído en semejante bienestar. Así que imbuidos de aquel estado de ánimo, tomaron el sendero dirección al principal refugio del
Refugio del Poqueira
Parque Nacional de Sierra Nevada” situado a 2.000 m de altitud, cuya ascensión muy empinada se hacía dura para ambos, pero más para el señor Ricardo, por lo que
hubieron de parar a descansar y reponer fuerzas con pastelillos, chocolate y bebidas isotónicas.
Una vez recuperaron energías y comprobado que seguían el sendero correcto al divisar uno de los montículos de piedras que indicaban el camino, reanudaron la subida al tiempo que fijaban sus miradas en una cuarentena de vacas que pastaban en los prados de la ladera derecha, entremezcladas con algunos caballos que hacían más agradable la visión.
Con mucho cansancio por el esfuerzo de la subida llegaron al refugio los improvisados montañeros, donde disfrutaron de una suculenta comida, en la que no faltó un buen plato de acarrones que ambos devoraban con el mayor de los apetitos. Después vendría el necesario descanso y cambio de impresiones con otros montañeros, donde no faltaron los consejos y advertencias del encargado del refugio, al que todos llamaban cariñosamente Rafa, el cual resaltaba los peligros de las montañas, si se acometen sin la suficiente preparación y adecuado
equipamiento.
Poco después Rafa ya sabía los itinerarios que pretendían seguir unos y otros y también que Ricardo y Julio tenían previsto subir al Mulhacén, aunque ya lo habían hecho otras veces, por lo que les propuso una ruta diferente que comprendía caminar hasta “Las Siete Lagunas” y posteriormente coronar el alto de la Alcazaba. Pero para ello habrían de salir a primera hora de la mañana, aprovechando aquella tarde para hacer una subida hasta la Laguna de La Caldera.
Así, después de pasar la tarde de excursión, la noche en el refugio, (cena, ducha, contemplación de las estrellas y cama incluidas) al día siguiente tomaron el sendero para “Las Siete Lagunas” cargando con las mochilas repletas, el bastón en la mano y el plano del territorio a la vista.
Conforme caminaban veían bastantes ejemplares de Cabra Ibérica acompañadas de sus crías y más adelante un grupo de machos de la especie, pasando el tiempo de soltería alejados de las hembras hasta los días del apareamiento que lo habían de decidir ellas, cuando sus hormonas las pusieran en situación.
El tiempo trascurrido juntos había aumentado la confianza y complicidad entre padre e hijo y, el sosiego, la calma y hasta la empatía que la montaña genera se traducía en conversación fluida y agradable, pues ambos coincidían en afirmar que la ausencia de discrepancias entre ellos se debía a que, alejados del quehacer diario y sus conflictos, sólo les quedaba el objetivo común de vencer las dificultades del camino y disfrutar de las montañas, a las que la nieve contribuía a embellecer.
hubieron de parar a descansar y reponer fuerzas con pastelillos, chocolate y bebidas isotónicas.
Una vez recuperaron energías y comprobado que seguían el sendero correcto al divisar uno de los montículos de piedras que indicaban el camino, reanudaron la subida al tiempo que fijaban sus miradas en una cuarentena de vacas que pastaban en los prados de la ladera derecha, entremezcladas con algunos caballos que hacían más agradable la visión.
Con mucho cansancio por el esfuerzo de la subida llegaron al refugio los improvisados montañeros, donde disfrutaron de una suculenta comida, en la que no faltó un buen plato de acarrones que ambos devoraban con el mayor de los apetitos. Después vendría el necesario descanso y cambio de impresiones con otros montañeros, donde no faltaron los consejos y advertencias del encargado del refugio, al que todos llamaban cariñosamente Rafa, el cual resaltaba los peligros de las montañas, si se acometen sin la suficiente preparación y adecuado
equipamiento.
Poco después Rafa ya sabía los itinerarios que pretendían seguir unos y otros y también que Ricardo y Julio tenían previsto subir al Mulhacén, aunque ya lo habían hecho otras veces, por lo que les propuso una ruta diferente que comprendía caminar hasta “Las Siete Lagunas” y posteriormente coronar el alto de la Alcazaba. Pero para ello habrían de salir a primera hora de la mañana, aprovechando aquella tarde para hacer una subida hasta la Laguna de La Caldera.
Así, después de pasar la tarde de excursión, la noche en el refugio, (cena, ducha, contemplación de las estrellas y cama incluidas) al día siguiente tomaron el sendero para “Las Siete Lagunas” cargando con las mochilas repletas, el bastón en la mano y el plano del territorio a la vista.
Conforme caminaban veían bastantes ejemplares de Cabra Ibérica acompañadas de sus crías y más adelante un grupo de machos de la especie, pasando el tiempo de soltería alejados de las hembras hasta los días del apareamiento que lo habían de decidir ellas, cuando sus hormonas las pusieran en situación.
El tiempo trascurrido juntos había aumentado la confianza y complicidad entre padre e hijo y, el sosiego, la calma y hasta la empatía que la montaña genera se traducía en conversación fluida y agradable, pues ambos coincidían en afirmar que la ausencia de discrepancias entre ellos se debía a que, alejados del quehacer diario y sus conflictos, sólo les quedaba el objetivo común de vencer las dificultades del camino y disfrutar de las montañas, a las que la nieve contribuía a embellecer.
Además durante el camino disfrutaban con la presencia de vacas desparramadas por las praderas como estampa clásica de aquellas latitudes y, llegando a las “Siete Lagunas” se toparon con un rebaño de ovejas que les impedían seguir avanzando, hasta que el pastor que dijo llamarse Agustín y ser conocido como “El Niño”, las obligó a despejar el camino con ayuda de los perros.
Ricardo y Julio aprovecharon la circunstancia para dejar las mochilas en el suelo y sentarse a descansar, al tiempo que escuchaban los consejos y advertencias del pastor sobre la montaña, sus bondades y peligros, aunque enseguida pasó a hablar de sus propios problemas, empezando por como le habían sorprendido cogiendo “Manzanilla de la Sierra” para aliviar los dolores intestinales de una de sus hijas, por lo que le habían sancionado con una multa tan elevada que le había sido imposible pagar, hecho que le mantenía inmerso en un proceso judicial con posibilidad de embargo.
poco después, hijo y padre, reanudaban el camino y se presentaban delante de las lagunas y losborreguiles que crecen a sus alrededores, cuando unos nubarrones empezaron a obscurecer el cielo, lo que les hizo dudar si seguir hacia la Alcazaba o quedarse cerca del refugio natural. Pero después de una corta espera iniciaron un ascenso que obligaba a un emendo esfuerzo por tratarse de una ladera empinada, pedregosa y resbaladiza, aunque el deseo de llegar y la
constancia los hizo culminar con éxito la cumbre de La Alcazaba.
Mirando la nieve camino de la Alcazaba
La alcazaba a la derecha tuya
Las siete lagunas
La alcazaba sobre una de las Siete Lagunas
constancia los hizo culminar con éxito la cumbre de La Alcazaba.
Mirando la nieve camino de la Alcazaba
La alcazaba a la derecha tuya
Las siete lagunas
La alcazaba sobre una de las Siete Lagunas
La Alcazaba
Desde aquella privilegiada atalaya se divisaba Trevélez, el pueblo más alto de la Península, y se contemplaba la parte este y más escarpada del Mulhacén, pero también la más bella. Los
nubarrones aumentaban y comenzaron los relámpagos y truenos. Julio, aventurero como casi todos los jóvenes, apuntó hacia las nubes con la punta del bastón metálico e instantáneamente recibió una vibración de electricidad estática que le causó una fuerte impresión, al tiempo que el señor Ricardo queriendo imitar la imprudencia de su hijo levantó también el bastón recibiendo una descarga de tal magnitud que le hizo caer por el despeñadero contiguo.
nubarrones aumentaban y comenzaron los relámpagos y truenos. Julio, aventurero como casi todos los jóvenes, apuntó hacia las nubes con la punta del bastón metálico e instantáneamente recibió una vibración de electricidad estática que le causó una fuerte impresión, al tiempo que el señor Ricardo queriendo imitar la imprudencia de su hijo levantó también el bastón recibiendo una descarga de tal magnitud que le hizo caer por el despeñadero contiguo.
Julio intentó utilizar el teléfono, pero por no sabía que causa no tenía señal.
Se había de correr hasta donde había quedado el pastor el cual pidió ayuda al 102 de “Emergencias de Montaña”.
Cuando finalmente pudieron rescatar al señor Ricardo procedieron a taponar las hemorragias que presentaba y hacerle la transfusión necesaria, pero la sangre de que disponían del mismo grupo del señor Ricardo, no era suficiente para atender las necesidades del paciente por lo que se hubo
de analizar la sangre de su hijo, resultando del todo incompatible.
de analizar la sangre de su hijo, resultando del todo incompatible.
Desde aquel momento la esperanza estaba en el pastor que nada más escuchar de la necesidad se puso a disposición del equipo de emergencias ofreciendo su brazo para que sacaran su sangre que fue trasferída al necesitado de ella.
Posteriormente el señor Ricardo fue trasladado al Hospital de Traumatología de Granada, donde se recuperaba de las heridas y politraumatismos sufridos. Y su hijo Julio contrataba un abogado para la defensa del pastor, cuyo delito había sido querer aliviar los dolores de barriga de su hija.
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