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domingo, diciembre 11, 2011
LA GALLINITA NEGRA
En un pueblo de La Alpujarra vivía una gallina hacendosa y cumplidora de sus obligaciones.
Sus polluelos ya se habían independizados, lo que le permitía
Dedicar más tiempo a sus necesidades personales y adornar la casa.
Pero para que su dicha no fuera completa, un zorro merodeaba por los alrededores con la intención de atraparla y darse un gran festín junto a sus zorrendos.
Tanto pensaba el zorro en poder dar caza a la gallinita que se quedó más delgado que una rama de leña.
Todos los días al salir decía a sus pequeños que pusieran a hervir un caldero de agua para desplumar a la gallina, pero día tras día regresaba con el saco vacío y la desilusión de los horrendos que esperaban.
Pero mira por donde un día que la gallinita salió a por leña cometió el descuido de no cerrar bien la puerta, cosa que aprovechó el viejo lobo para entrar en su casa.
Éste es el día tan deseado –se dijo el zorro-
Subió por las escaleras y buscaba un sitio donde esconderse para sorprender a la gallina a su regreso.
Se metió bajo la mesa pero le asomaba el jopo, se metió bajo la cama pero se encontraba muy incómoda por lo que decidió espera amagada detrás de la puerta.
Fue unas horas de tensión y de nervios, pero al fin llegaba la gallinita cargada con una gavilla de leñas seca-
Al empujar la puerta vio como el zorro se abalanzaba sobre ella que se defendía protegiéndose con la leña y valiéndose de sus alas llegar hasta la percha.
El zorro que no podía llegar hasta ella, pensó una estratagema que consistía en dar vueltas y vueltas como si quisiera morderse la cola, hasta que la gallina cansada de mirar cayó mareada.
El viejo zorro la metió en el saco, ató con fuerza la boca y comenzó a caminar hacia la cueva donde le esperaban sus zorrendos.
La gallinita no paraba de llorar y llorar, tanto que mojó tres pañuelos de lágrimas.
El zorro que iba contento y seguro se paró a descansar y hasta se permitió alejarse del saco, momento que la gallinita se acordó que tenía unas tijeras en el bolsillo del delantar con la que abrió una salida en el saco por donde salió y en un periquete compensó la falta de peso con unas piedras.
El zorro volvió y continuó el camino hasta su madriguera donde esperaba los pequeños con el agua hirviendo donde su padre vació el contenido del saco que hizo salpicar sobre ellos el agua que les produjo tantas quemaduras que le impidieron volver a pensar en la gallina, la cual vivió en adelante tranquila y feliz
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