No
sé desde cuando existe el Ejército Español obligatorio, equipado y
organizado por el Estado; lo que si sé es que mi abuelo materno, José Cifuentes Nevot, descendiente de gallegos
que entre 1870 y 1871 habían
repoblado Capileira, (en La Alpujarra de
Granada) fue enviado como soldado de reemplazo a la Colonia
Caribeña de Cuba.
Mi
hermano José militó, como soldado de infantería, en la Guerra Civil Española
(1936-1939) en el bando de los Nacionales, participando en el acoso
y toma de Madrid y escuchado gritar a los hambrientos madrileños: "Viva
Franco que nos trae el pan blanco". Hemos de recordar que Madrid había
estado sitiado y desabastecido y que, como en toda
España, había personas con ideas de uno y otro lado de las balas. Nos contaba mi hermano que aquel mismo día llegaron cargamentos de harina y al día siguiente había pan en todas las panaderías.
Los ganadores de la guerra con el general Franco al frente decidieron que gran parte de quienes habían participado en la Guerra, mi hermano Pepe entre ellos, habían de permanecer tres
años más, sirviendo a La Patria, para consolidar la victoria y repeler una invasión extranjera si llegaba a producirse. Gran parte de esos años, mi hermano Pepe, los pasó en Orense haciendo de
asistente de un capitán del que le quedaron muy buenos recuerdos.
Pasados
aquellos años volvió a casa acompañado de la disciplina militar que había
practicado durante seis largos años, cual era
complicado conciliar con una vida normal fuera del Ejército.
Alfonso
complicado conciliar con una vida normal fuera del Ejército.
Alfonso
Mi
hermano Alfonso dedicó tres años como soldado de caballería, (desde 1945 á 1948) al
Ejército de España, en Colmenar Viejo de Madrid todo el tiempo, pasando tanta
hambre (sobre todo el 1945) que al volver a casa de permiso y al hacer comidas normales cayó enfermo porque
su organismo, acostumbrado a comer tan poco, había perdido la capacidad de digerir los alimentos.
Alfonso Martín Cifuentes
Mi hermano Antonio, como soldado de Esquiadores y Escaladores
de Montaña participó en el Ejército Español unos treinta meses en Jaca y Candanchú de Huesca donde, más que esquiar, cuidaban
mulos para el transporte de material de guerra. Y, aunque parezca mentira, ya se vendía parte de la cebada destinada a pienso de los animales de carga.
Antonio Martín Cifuentes
Yo, el que escribe, Tomás Martín Cifuentes, el año 1956, estaba próximo a incorporarme
a filas cuando nos visitó un Comandante del Ejército del Aire, hijo de una
hermana de mi padre, al que le comentaron que estaba esperando el sorteo para
saber donde haría la mili. El primo Antonio nos dijo: ¿por qué no se le
había dicho antes y hubiera pasado la mili (en Almilla de Granada) donde él
estaba? pero que, a pesar de ser tan tarde, trataría de que fuera a un buen
Cuerpo.
Unos días después recibimos una carta del primo Antonio diciendo que haría la Mili
en el 5º. Grupo de Automóviles con sede en Zaragoza.
Aquel
hecho fue determinante para que el camino que yo he recorrido pudiera
realizarse, porque allí tomé contacto con los camiones que hasta aquel momento
ni siquiera había pensado en ellos.
Como
militar en Automovilismo pasé 15 meses comenzando por el desplazamiento desde
Granada en un tren con asientos de madera con las maletas que todos llevábamos
ocupando el puesto donde habrían de estar nuestros pies. En aquella posición
pasamos toda la noche haciendo el recorrido hasta Moreda donde nos hicieron
bajar para tomar agua caliente manchada con torrefacto y leche. El jefe de la
expedición nos insistía que tomáramos aquello caliente que nos vendría bien,
pero los reclutas teníamos el recuerdo de la comida de casa y lo que había en
nuestra maleta. La mía era de madera y había acompañado a todos mis hermanos en sus años de militar.
Volvimos
al tren, en la situación antes descrita, donde tuvimos que aguantar, un día y
una noche más, hasta vernos en el cuartel de Zaragoza con la misma escena de la
perola con agua caliente manchada.
El
5º. Grupo de Automóviles estaba situado al lado de río Ebro, junto al emblemático
puente de Hierro y yo fui destinado a una
compañía separada en el barrio Del Arraval.
Nada
más llegar nos entregaron el uniforme color caqui de una sola talla sin tener
en cuenta que habíamos personas de diferente altura y grosor.
Por la noche nos hicieron formar para hacer el recuento y como éramos 99, al sargento se le ocurrió hacer un poco de gracia diciendo: "Volaban por el Pilar una banda de palomas y un gavilán que estaba vigilando desde una de las Torres dijo "Banda de las cien palomas". Y una de ellas le contestó: Con estas, otras tantas como esta, la mitad de estas, la cuarta parte de estas y usted señor gavilán suman el ciento cabal.
Ahora el que lo sepa, -dijo el sargento- que pase a mi despacho.
Unos minutos después me encontraba en el despacho del sargento para descifrar el problema de las palomas y el gavilán.
Al día siguiente nos pusieron una inyección en la espalda (se decía para quitarnos los escrúpulos sobre la comida) y la reacción de malestar y la fiebre que provocó en nosotros que, la mayoría, al toque de diana permanecimos el la cama . Yo fui uno de los que permaneció en la cama y tampoco acudí a desayunar. Estábamos adormilados en las literas hasta que, a media mañana, entró el sargento con el cinto en la mano diciendo: ¡Qué lástima de mis chicos que están malitos! mientras repartía golpes de correa a diestro y siniestro, en tanto que los enfermos saltábamos y corríamos como lo suelen hacer los jóvenes veinteañeros.
Todo seguía dentro de la normalidad de un Campamento Militar preparando conductores para sus vehículos motorizados. Y mira por donde me sucedió lo que no hubiera querido que sucediera: la rotura del cúbito del brazo izquierdo.
¿Por qué tenía que poner tanta intensidad en un juego, como era un partido de fútbol, con el solo objetivo de pasárnoslo bien? Sencillamente por actuar de manera inconsciente. Ya era la segunda vez que me producía una lesión en un partidillo de fútbol.
La primera me había producido una rotura y luxación del codo derecho de la que me dejó secuelas de por vida. y ahora, como poco, me impediría seguir haciendo prácticas de conducir y allí estaba el capitán para decir: ¡Muchacho el Curso te lo has jugado! Era el mismo capitán que, en Moreda primero y en Zaragoza después, nos animaba a beber aquel brebaje caliente. Y también el mismo que en el Arrabal nos proponía marchar voluntarios a Zapadores Ferroviarios.
La primera me había producido una rotura y luxación del codo derecho de la que me dejó secuelas de por vida. y ahora, como poco, me impediría seguir haciendo prácticas de conducir y allí estaba el capitán para decir: ¡Muchacho el Curso te lo has jugado! Era el mismo capitán que, en Moreda primero y en Zaragoza después, nos animaba a beber aquel brebaje caliente. Y también el mismo que en el Arrabal nos proponía marchar voluntarios a Zapadores Ferroviarios.
Desde siempre, mi vida había sido accidentada. Las lesiones por caídas eran una constante: heridas en la cara , en la cabeza, golpes y magulladuras en todo el cuerpo. Mis padres y hermanos sufrían por mis caídas y hasta por mi vida, la cual había estado a la escucha de un impulso espontaneo para lanzarme a la consecución del objetivo vislumbrado. Como un camicace, sin valorar un solo segundo los pros y los contras que ello presentaba. Y ahora acababa de jugarme el curso de conducir.
Poco después me llevaron a la enfermería del Cuartel, en Zaragoza, y a esperar sentado. Fue una espera larga sin ningún tipo de información y después al Hospital Militar donde me ordenaron que esperara en una sala grande, completa de camas, y a la 9 de la noche, una persona me dijo, esta es su cama. señalando una de las que llenaban la sala.
Durante el día a nadie se le había ocurrido pensar que yo estaba todo el día sin comer y en ayunas me tuve que meter en la cama.
Tuvieron que pasar siete días para que me enyesaran el cúbito del brazo izquierdo.
Durante 37 días permanecí con la muñeca izquierda enyesada hasta recibir el alta que me devolvió al Campamento con 15 días de convalecencia. Pero nada más llegar me entregaron todas mis cosas, mosquetón incluido para a continuación comunicarme que me preparara porque terminaba el Campamento y habíamos de regresar a Zaragoza.
Yo estaba convaleciente pero nadie me escuchaba, aunque si me decían: "Si no se espabila los camiones se marchan sin usted." Y tuve que desplazarme hasta con el colchón.
Una vez en el cuartel nadie se acordó de mi convalecencia y me destinaron a suministrar carburante a los vehículos y controlar sus recorridos y consumo, juntamente con otro compañero.
No había conseguido el carnet de conducir pero se me brindaba la posibilidad de hacer prácticas manteniendo una buena relación con los conductores a que había de suministrar la gasolina. Los que habían de venir a nuestro despacho, bien con un vale, una autorización o una petición de carburante y, como tenía buena relación con la mayoría de ellos, me permitían conducir el vehículo hasta el surtidor y regreso. Y no solo eso sino que les acompañaba a por alfalfa para las vacas que teníamos en el cuartel, aunque su leche se la llevaban cada día los asistentes a las casas de los Jefes.
La relación con los oficiales de guardia y el Comandante Mayor, al que habíamos de presentar cada día los servicios efectuados por los vehículos del 5º. Grupo, el consumo de combustible y la numeración de los surtidores, me dieron confianza.
Tomás es el que tiene un punto sobre su cabeza
El trabajo que habíamos de realizar entre los dos lo hacía yo solo, y el compañero marchaba a trabajar fuera y me compensaba con 50 pesetas a la semana.
Y, como había sido una constante en mi vida, asumía riesgos y hacía partícipes de ellos a quienes me dejaban conducir el vehículo a su cargo.
Mi hijo, Antonio Martín Ruiz, entregó algo más de un año al Servicio Militar, todo el tiempo en el Campamento de San Clemente de Sasebas, provincia de Girona, porque así lo decidieron los responsables de la administración de cocina.
Quiero dejar constancia que mi hijo, igual que me ocurriera a mi en su día, también se rompió una muñeca jugando al fútbol, lo que le obligó a permanecer un mes en el Hospital Militar de Barcelona.
Antonio Martín Ruiz está entre todos estos soldados
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