El
burro de Rubite,
dos
historias en una
Por D. Miguel Ruiz de Almodóvar.
Abogado
Todavía recuerdo la rabia
contenida que me produjo escuchar aquellas primeras explicaciones sobre lo
sucedido. Todavía recuerdo la dificultad e impotencia que siempre padecí para
comunicarme con aquel cliente tan particular. Sordo como una tapia, gozaba
riéndose viéndome como le gritaba al oído intentando que me entendiera y ello a
pesar de la pena y tristeza que lo embargaba. Se llamaba Antonio Dueñas Jódar,
y le habían quemado su burro, achicharrado por culpa de una broma temeraria.
Habría que remontarse al verano
de 1986, cuando a eso del mediodía, regresaba Antonio a su pueblo de Rubite,
orgulloso y contento junto a su burro cargado hasta la bandera de mies de
cebada, que casi lo ocultaba de larga y espesa que era. Serían las 13,30 horas
cuando paró en la plaza a charlar con un amigo antes de irse a comer, atando la
bestia a una reja, frente por frente a la panadería. Hacía mucho calor y corría
una brisa rebelde y tosca. Al pronto llegó Eduardo, siempre burlón y chistoso,
quien enseguida se le ocurrió lo imprevisible, "mira que le prendo fuego a
las gavillas" -dijo riéndose- al tiempo que blandía en la mano un mechero
amarillo. Y dicho y hecho, tanto lo arrimó que el burro prendió como una tea,
consumiéndose en breves instantes no sólo su abundante carga y aparejo, sino
también afectada su cabeza, lomo y culata, totalmente chamuscados. Ni correr ni
revolcarse pudo, ni nadie acercarse para desatarlo. Sólo unos cuantos baldes de
agua fresca para apagarlo. Las risas y bromas dieron paso a la tragedia y la
crueldad más absurda que cabe imaginarse con un ser vivo. El burro de, de ocho
años de edad, era para el dueño como un hijo para cualquiera. Es más, con seis
meses lo había comprado y desde entonces criado, siendo su principal compaña
aparte del hermano y madre con los que convivía.
Estos fueron los hechos, y el motivo que acudiera a mi
despacho apesadumbrado por lo ocurrido. Venía de parte de su cuñado José
González, una de esas personas con las que uno conecta enseguida dada su innata
curiosidad por saberlo todo, tanto que hacía poco le había comprado en Granad
un Código Penal y otro Civil que me había encargado. "Ahí le mando un
amigo que quiere hacerle unas preguntas", decía la nota manuscrita que
traía en el bolsillo, y enseguida la primera mía y a bocajarro:
¿Pero el burro como está, se salvará o no?
Nadie lo sabe -espetó- Se encuentra muy mal y en las manos
del veterinario de Castell de Ferro que lo está curando, pero que lleva gastado
un capital
en medicinas, apostilló.
Pronto me di cuenta de la injusta desproporción que tenía
delante, vistas las pretensiones económicas del cliente y la verdadera gravedad
y el perjuicio de lo ocurrido, de ahí que me pusiera a trabajar para intentar
conseguir compensar el verdadero daño ocasionado, y que yo entendía que iba
bastante más de los gastos de curación, carga y aparejo quemado. Hablamos de
lucro cesante, daños morales o precio del dolor, todas ellas materias poco
claras y muy impresionables judicialmente si la prueba y el enfoque era
acertado, como fue el caso.Sin embargo más de un año tardaría en celebrarse el juicio de
faltas por imprudencias ante el
juzgado de Distrito de Albuñol, tardanza que en
modo alguno beneficiaba a la acusación por cuanto el burro ya
estaba curado, y un tanto olvidado el suceso.
Fue entonces cuando me enteré que como resultado de la quema se le habían caído las orejas al burro, y lo que es más importante,que su amo las guardaba como reliquia en
una bolsa de plástico. Hete aquí la solución del problema me dije. El golpe de
efecto que necesitaba, pensé, no dudando un instante en presentarlas como
prueba de cargo, tras descartar mi primera intención que era llevar el burro en
una camioneta alquilada. Y así nada más comenzar la vista las deposité solemnemente
encima de la mesa del juez, acompañadas de una simpática fotografía de mi
cliente abrazado a su burro cuando era pequeño. El acta se encargó de
testimoniarlo: "aporta foto del burro antes del accidente, como orejas
del burro quemadas"- Después de aquello, debo confesar que la
cosa fue coser y cantar, aunque antes hubiera que sortear la prueba testificar
que insistía en el caso fortuito como única defensa, algo difícil de demostrar
vistas las circunstancias concurrentes, tal como se encargó de sentenciar
"in voce", el juzgador: Hechos probados: 17 de septiembre
de 1986, Antonio Dueñas Jódar se encontraba en Rubite con un asno de su
propiedad el cual ha criado desde pequeño y utilizado para labores propias,
como el día de autos en que se encontraba cargado de cebada y fue abordado por
Eduardo S. G. el cual con un encendedor prendió a la cebada que estaba seca y
hacía viento, ardiendo la carga y aparejo valorados en 10.000 pesetas, sufriendo
daños el animal que le llevaron a perder las orejas, lo que le imposibilita
para seguir trabajando a pesar de encontrarse en buena edad, 8 años. A causa de
ello satisficieron 20.328 pesetas por gastos veterinarios, el animal no ha
trabajado correspondiendo a un día de trabajo de un animal similar 2.000
pesetas y su valor de mercado es 70.000 pesetas. Además el dueño del animal es
persona que vive soltero, con su madre y el burro, y que se halla afectado de profunda sordera... Fundamentos
de derecho: Los hechos probados constituyen falta 600 C . P. imputable a Eduardo
S. G. que si bien manifiesta carecer de intencionalidad no es menos imprudente el acercarse al animal con un encendedor aunque dice no encendía, tampoco puede afirmarse con absoluta seguridad que no lo haga cuando trata de arrimarlo a un producto combustible
como es cebada seca y en día de viento.
La responsabilidad civil debe
comprender además daños causados, valor del animal y lucro cesante y si bien no
era utilizado habitualmente para tareas fuera del ámbito económico del
perjudicado nada impide que pudiera serlo, teniendo en cuenta por último que el
dueño del animal por el hecho de haberlo criado desde pequeño, vivía solo con
su madre y encontrarse afectado de deficiencia física, permite sostener la
evidencia de vínculos afectivos hacia el animal que al verle sufrir
injustamente son susceptibles de dolor. Las costas procesales son de imponer al
autor de la falta. Fallo: "Debo condenar y condeno a E. S.
G. la pena: 10.000 pesetas de multa ó diez días de arresto sustitutorio; pago
costas: Indemnizara Antonio Dueñas Jódar: 20,368 pesetas por gastos de
veterinario, 10.000 pesetas por valor de la carga y aparejo, 70.000 pesetas por
secuelas e inutilización del animal, 180.000 pesetas por pérdida de jornadas
posibles de trabajo y 50.000 pesetas por daño moral causado al dueño".
Como vemos todo salió perfecto y a pedir de boca, también el
recurso de apelación subsiguiente que vio un año después el Juzgado de
Instrucción de Órgiva, quedando el denunciado
en pagar por mensualidades el montante del total de su condena, que entre unas
cosas y otras, alcanzaba la respetable cifra de 340.368 pesetas. Por su parte
el burro quemado y sin orejas, siguió su vida en manos de un nuevo dueño, y el
de Rubite metido en tratos en la feria de ganado de Albuñol de donde se trajo
una burra preñada, que al cabo de los meses daría a luz un hermoso pollino
blanco, que andando el tiempo sería famoso en el mundo entero.
Efectivamente tal sería el miedo y dolor este amante de los
burros que sin duda se juró que nunca más le ocurriría lo mismo aunque fuera a
costa de resultar inhumano. De esta manera y hasta que fue denunciado, mantuvo
el pollino encerrado en su cuadra y sin salir a la calle por miedo a que lo
dañara alguien, todo ello sin faltarle nunca nada y mucho menos cariño y juego
en el corral donde había nacido. Pero aquello sería imposible de ocultar porque
los rebuznos de animal serían a la postre salvadores y motivo de que un vecino
molesto lo denunciara a la Sociedad Protectora de Animales. Por su parte
Antonio lo justificaba en que era entero (no estaba capado), mostrándose
especialmente nervioso y un tanto agresivo en época de celo.
La noticia dio la vuelta a España y las miradas fueron puestas
enseguida en la recién creada Asociación para la Defensa del Borrico (Adebo)
que se aprestó a mediar y llevarse el burro encuadrado para su refugio de Rute,
por el precio de 37.500 pesetas. Por los reportajes sacados en prensa sabemos que el burro un total de cinco años
encerrado, -tenía una pezuña de 20
centímetros de largo-, razón por la que le pusieron por
nombre "Mandela", en honor y
recuerdo del líder sudafricano, quien pasó 27 años de su vida en prisión.
En definitiva y sobre todo sería un día histórico para Rubite
y su comarca, por la cantidad de medios de comunicación, tanto nacionales como internacionales,
que lanzaron a los cuatro vientos la increíble historia del burro emparedado,
motivo que aprovecharon luego los lugareños una coplilla por carnavales:
Ya
toda España sabe donde se encuentra Rubite;
gracias
al burro Mandela que tubo aquí su escondite;
lo
supo toda la prensa, la radio y televisión;
y
a Córdoba se lo llevaron montado en un camión;
Si
nombrabas Rubite todos ponían atención;
ya
que todos conocían el burro y su situación.
Ya
todos están tranquilos y nadie se acuerda ya;
que
en Rubite había un burro que no salía del corral...
La Reina Doña Sofía recibe un cariñoso
beso de Mandela
.
El caso es que Antonio se quedó
sin su burro, y este si su celoso dueño, pasando sin duda a disfrutar de una
mejor vida en las instalaciones que Adebo tiene en la serranía de Rute. Allí
fue rebautizado años después con el nombre de Nirvana, por la entonces ministra
de Cultura Carmen Calvo, quien rociaría su cabeza con anís y agua de Beirut,
convirtiéndose en estrella y estandarte del lugar, por su simpatía y docilidad,
siendo paseado por platós de televisión y escenarios internacionales como su participación en el espectáculo
"Tetralogía Anfibia", de La Fura dels Baus o en el proyecto
"Navega Don Quijote". E incluso participando en la Cabalgata de Reyes
Magos de Sevilla del año 2.007, donde encarnó a la perfección el mítico
"Platero". Todo eso forma parte ya de su fabuloso "curriculum
vitae", ampliamente conocido por numerosos reportajes en revistas y
periódicos, pero nada tan importante, como las fotos realizadas junto a la a la
reina de España, en la visita que hiciera
a la Casa del Burro el año 2.009, -besándola y rascando rítmicamente su
espalda- dieron la vuelta al mundo, y tanto "Mandela" como Doña Sofía
nos dieron a todos un ejemplo de humanidad sin precedentes.
Sin embargo viéndolas ahora con
más detenimiento e incluso repasando los videos que de aquella escena
entrañable aparecen colgados en internet, uno se pregunta -con verdadero
conocimiento de causa- de causa si no será verdad que el principal responsable
de aquella extrema cordialidad y mansedumbre no sería otro más que su primer
y original propietario, o sea, Antonio
Dueñas Jódar, más conocido por "el Sordo de Rubite.
Nota: Esta historia fue publicada en "Prisma Cultural" también por D. Miguel de Almodóvar Sel.
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