lunes, febrero 02, 2015

RELATO SOBRE UN DÍA AGRADABLE


REALIDAD Y SUEÑOS
 
Era un día de verano en el que habíamos experimentado la diferencia que permiten las vacaciones y, pasado un atardecer de bellas tonalidades, nos adentrábamos en la oscuridad de la noche.
Desde la terraza de uno de los apartamentos de la “Urbanización Vallpineda” de San Pedro de Ribas (Barcelona de España) se contempla el ambiente propio de quienes, sabiendo que al día siguiente no habrán de madrugar, retrasan la hora de irse a la cama.
Niños que juegan con sus bicicletas, jóvenes que comparten motos en sus paseos de diversión y otras personas que toman el fresco en los jardines o las terrazas de sus viviendas, en tanto que los aviones siguen pasando, con su luz parpadeante, hacia el Aeropuerto del Prat.
Continúa avanzando la noche y todo se va sosegando. Desaparecen los niños, disminuye el número de jóvenes y motos, se van apagando luces y las personas pasan a las habitaciones, el Antonio se va a la cama, la Nuria duerme en el sofá y la Pepita también está dormida (hablo de mis hijos y esposa claro); y yo, que me había pasado con una larga siesta, me tendí en la cama; hacía calor y no tenía sueño. ¡Las noches de verano tienen su encanto, pero en muchos lugares hace calor! Empecé a pensar, casi soñar. A estas horas de la noche, totalmente desconocidas para la mayoría, se vive de otra manera. No quería hacer ruido por no molestar a los que dormían. Me levanté sin saber que hacer, entré en la cocina y me calenté un plato de leche bastante azucarada (yo que soy enemigo del azúcar). Todo parecía misterioso, andaba de puntillas para mantener el silencio. Recordaba mi edad juvenil en aquellas noches pasadas en las eras de La Alpujarra de Granada. También eran noches de verano.
Pensé volver a la terraza con unas mantas, aunque desistí porque al abril el armario para sacarlas se producía mucho ruido (es impresionante como se notan los ruidos por las noches), las tumbonas de playa habrían ayudado, pero estaban en el maletero del coche y sería demasiado ir a por ellas. Salí a la terraza y la sensación era muy agradable. En aquel instante se me ocurrió algo original; juntando varias piezas sueltas hacer una especie de cabaña. Así con el somier de las hamacas de la terraza, los asientos y respaldo del sofá improvisé un lecho de verano. Me tendí y, después de respirar el aire húmedo de la noche, me invadió una sensación de bienestar. Casi dormido, entré a por una sábana para cubrirme y dejar volar los pensamientos y sueños hasta épocas pasadas: aquel pueblo de Pampaneira donde disfruté de tantos amigos; los hermanos que me ayudaban, enseñaban y protegían, el caballo sobre el que recorrí aquellos caminos... Y tantas y tantas cosas. Ahí me debí quedar dormido del todo porque, cuando los rayos de sol comenzaban a calentar sobre mi cuerpo y, por tanto, hacerse molestos me desperté.
Había quedado atrás un bonito sueño de verano y la cama era un espacio mejor en aquel momento, produciéndose conmigo lo que suele suceder a los jóvenes tras una noche de fiesta que, se meten en cama mientras sus otros familiares la dejan.
Más tarde, en el acontecer de un día de playa, seguía pensando en la aventura nocturna que acababa de vivir.

No hay comentarios:

Publicar un comentario