viernes, enero 01, 2016

EL CABALLO VOLADOR (Cuento)




EL CABALLO VOLADOR

Una familia  con el sobrenombre de “Amapola” tenía una borrica cansada por los muchas cargas pasadas por sus lomos y los años que también pesaban.

Por lo que  los hijos mayores de la familia pedían a su padre, un día si y otro también, que comprara un animal de carga mejor, ya que la borrica no podía cumplir con las necesidades de transporte de la familia.

Con ese fin, el padre y los dos hijos mayores se desplazaron a la feria ganadera que se celebraba en  pueblo cercano. Y cual fue la sorpresa del resto de la familia al verlos regresar con la misma burra y un potro blanco al que subieron al pequeño de la familia.




No era el mulo  que  deseaban, pero conforme pasaban los días  la presencia del potro, al que  llamaban “Nevado”, se hacía normal y, aunque respetaban las recomendaciones del vendedor de no cargarlo  hasta que pasaran seis meses, todos los días subían sobre sus lomos a Sergio, el pequeño de la familia.

El contacto de Sergio sobre la piel de Nevado hizo que se creara entre ambos una corriente de simpatía y amistad.

Unos tres meses después, Roque  “El Curro”, un hombre   muy entendido en animales de carga, les dijo que había llegado el tiempo de esterilizar al potro, ya que si no se hacía, con el tiempo, podía convertirse en un animal peligroso.

A ninguno de los miembros de la familia le sentó bien la recomendación y advertencia de Roque el Curro, pero el padre, como cabeza de familia, concertó el día en que el propio Curro había de practicar a Nevado una dolorosa operación.

Cuando llegó el día, el Curro y el señor Nicanor se quedaron solos con el joven caballo y después de inmovilizarlo con  cuerdas especiales y torniquetes: Roque el Curro comenzó  a rajar  la piel de Nevado sin ningún tipo de anestesia, por lo que el potro se retorcía de dolor cuanto le permitían las ataduras ha que lo habían sometido.

Terminada la operación le regaron el lugar desgarrado con alcohol puro que producía tanto dolor a Nevado que terminó por marearse. Tiempo que aprovecharon, el Curro y Nicanor, para quitarle las ataduras y dejarlo solo en el corral, a pesar de que seguía perdiendo sangre por entre los puntos de sutura.

La noche siguiente, el joven caballo lo pasó tan mal que al día siguiente no probó bocado de la comida que le pusieron en el pesebre.

El pequeño Sergio se sintió  muy triste cuando   comprobó que ni siquiera abría los ojos por lo que se dedicó a  acariciarle con  sus manitas hasta conseguir que  abriera los ojos para mirarle. Tanto tiempo se quedó acompañando a Nevado que su madre le dijo que que no volviera a entrar solo en el corral. Pero la noche siguiente, cuando los demás estaban dormidos, se levantó de la cama sin hacer ruido tomo una manta de su cama y se la puso por encima a  Nevado y se tumbó junto a el donde se quedó dormido con tan mala suerte que su padre lo encontró en aquella situación a los primeros rayos de luz del día.

El revuelo que se formó en la familia fue tal que su madre le llegó a decir que si lo volvían a ver en el corar venderían un caballo que tantos problemas les estaba creando.

Enterado el curandero del pueblo que Nevado se encontraba tan mal, se ofreció aplicarle sus poderes para que pudiera curarse, aunque su ritual que consistía en regarle la parte infectada  con un agua especial, no mejoró al joven caballo.

En aquella situación Sergio tubo una visión que le ordenaba llevar a su amigo Nevado a la Montaña Mágica y aplicarle sobre la operación infectada el veneno de la serpiente ciega.

 ¿Pero cómo iba a llevar él, a un caballo enfermo hasta donde no había logrado llegar nadie?  Era imposible.
Así que tendría que resignarse a la muerte de su amigo Nevado.

La noche siguiente se despertó a media noche y la preocupación no le permitía volverse a dormir. Y, harto de dar vueltas en la cama, se levantó y bajó a la planta  baja de la casa, donde se encontraba su amigo enfermo tumbado, sobre sus propios excrementos, con los ojos cerrados.

Todo presagiaba un desenlace fatal más pronto que tarde, pero al pasar la mano sobre la la piel de su amigo notó algo anormal que le sugirió encender un candil de aceite para mirarlo.

Y cual fue su sorpresa al comprobar que a Nevado le habían brotado  sobre sus espaldas unas alas que no paraban de crecer. Y no solo eso, sino que abría los ojos,  se levantaba del suelo y comenzaba a agitar las alas como si quisiera volar.




A Sergio se le aclaró la mente y pensó que, si Nevado podía volar,  llegarían a la Montaña Mágica.

Sin pensarlo dos veces subió a la vivienda, se vistió lo más rápido que pudo, cogió la llave de la puerta, puso el ronzal a su amigo y salieron a la calle donde Sergio  montó sobre el joven caballo que inició el vuelo hacia la Montaña Mágica.

Una vez allí comenzaron a buscar la serpiente ciega que les había de dar el veneno que curaría a potro.

No fue tarea fácil hasta que encontraron al castor leñador que les informó que la serpiente ciega
estaba en la cueva del lagarto contento, a unas cien leguas de distancia que con las alas de Nevado batiendo a pleno rendimiento llegaron 
muy pronto, donde el lagarto les informó que la serpiente ciega y así permanecería durante las tres próximas semanas.




Con la ayuda del lagarto y una liebre que pasaba por allí, Sergio sacó gran cantidad de veneno a la serpiente ciega y se la dieron a beber a Nevado que enseguida recobró la salud y relinchaba de contento. Un viejo mago, director del territorio donde se encontraban, pidió a Sergio que se quedaran a vivir con ellos. El niño generoso y valiente le pidió al Mago



tiempo para pensarlo, pero cuando descubrieron que allí vivían manadas de caballos voladores y otros niños y niñas guapísimos, Sergio y su amigo Nevado se quedaron a vivir para siempre donde vivieron felices y contentos.




Y con el caballo Nevado, este cuento se ha acabado.


   



   


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