LAS OVEJAS NEGRAS
El pastor más antiguo de Andalucía, llamado el Cencerrón,
pasaba la estación del invierno en los pastizales de la costa, cerca del Mar Mediterráneo.
Una noche
del mes de enero, después de dejar las ovejas en el aprisco, se fue a la taberna
para entretenerse tomando unas bebidas.
Allí se encontró con otro pastor, con un rostro tan rojo que le llamaban "El
Colorao". Enseguida entablaron conversación sobre la
vida de los pastores y el mucho trabajo que habían de hacer guardando las
ovejas, ordeñarlas y hacer el queso.
Hablando y bebiendo se les pasó el tiempo sin darse cuenta. Pero
cuando ya se marchaban el Colorao le
ofreció cambiar las ovejas.
En principio, al Cencerrón no quería ni escuchar la propuesta,
pero cuando oyó que por dos ovejas recibiría tres se lo
empezó a pensar.
Tres ovejas por cada dos, eso quiere decir que por mis cien
ovejas recibiré 150. Eso me interesa.
En aquel momento dijo al Colorao que sería mejor sentarse para
hablar del cambio.
Ambos pastores se sentaron y el Cencerrón preguntó:
¿Tus ovejas están sanas?
Pues claro que están sanas. Están vacunadas y con las revisiones
realizadas por el veterinario. Me ofendes con esa pregunta.
Perdona pero es que las ovejas no las he visto y, como está el
mundo, se han de aclarar las cosas.
Pues muy bien. ¿Qué más quieres saber?
Me interesa saber si son ovejas viejas, si hay cojas, si están
esquiladas porque la lana vale su dinero.
Tú no serías un buen pastor si no supieras que las ovejas no se
esquilan en el invierno.
Bueno, bueno para hacer un trato se han de conocer ciertas
cosas.
Te he dicho que están sanas, están vacunadas, no son viejas,
no están esquiladas, no están cojas y se ordeñan todos los días para hacer queso.
Si todo es como dices podemos firmar el acuerdo del cambio
ante testigos para que mañana yo te entregue 100 ovejas a cambio de 150.
De acuerdo -dijo el Colorao-
El hijo del dueño del bar hizo el contrato que ambos firmaron.
También pusieron sus firmas , como testigos, el dueño del bar, su hijo y dos
personas más.
Cada uno marchó con una copia del documento, quedando
de acuerdo que el día siguiente se verían en el "Cerro Pelado" para hacer el
cambio.
El Cencerrón no pudo dormir durante toda la noche pensando que
de cien ovejas pasaría a tener 150.
Al día siguiente se encontraron en el "Cerro Pelado"
para hacer el cambio y cual fue la sorpresa del Cencerrón al averiguar que las
ovejas del Colorao eran negras.
Esto no es el trato
-dijo-
¿Qué no es el trato? -repreguntó el Colorao-
Que las ovejas son
negras.
¿Y por eso dejan de ser ovejas?
No dejan de ser ovejas, pero son ovejas negras.
¿Y eso que tiene que ver con el trato?
Que yo no sabía que eran
negras.
El contrato no pone nada de colores. Solo se habla de ovejas.
De acuerdo, de acuerdo, el contrato se respeta y efectuamos el
cambio.
El Cencerrón se llevó las 150 ovejas negras y el Colorao
marchó con las 100 ovejas blancas.
Pensando y pensando, el Cencerrón se decía que aunque fueran
negras tenía 150 ovejas que tendrían sus crías, producirían más leche y más lana.
Todo siguió dentro de la normalidad hasta que, el Cencerrón,
volvió a los pastizales de verano en las montañas y sus familiares, amigos y
personas del pueblo se extrañaban del color negro de las ovejas, pero todo quedaba en comentarios. La esquila se produjo con la normalidad de siempre y los
camiones se llevaron la lana para la fábrica donde se convertía en tejidos.
Pero pasaba el tiempo y
el Cencerrón no recibía el pago por la lana que había entregado.
Hasta que un día recibió una carta reclamándole 80.000 pesetas por daños y
perjuicios.
¿Daños y perjuicios? Ahora mismo me voy a denunciar el impago
de la lana.
El Cencerrón puso una denuncia que al final les costó su
dinero, al sentenciar el juez que había
de pagar los daños que reclamaba el fabricante de tejidos por las pérdidas
ocasionadas por la lana negra al mezclarse con la blanca, inutilizando toda la
partida. Pues la lana negra no admitía ninguno de los tintes que la hubieran
convertido en mantas y tejidos de los colores que fueran necesarios.
Desde aquel momento, todas las personas del pueblo, supieron
por qué había tan pocas ovejas negras. (Porque la lana negra no se podía teñir). Y al Cencerrón le costó bastante dinero
aquel cambió.
Este relato nos enseña que hemos de desconfiar cuando nos
ofrezcan cosas muy ventajosas y no comprar a ciegas sin haber
visto aquello que se quiere comprar.
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