jueves, julio 29, 2010

SOBRE MIS LECTURAS



SOBRE MIS LECTURAS


Es curioso que ahora esté haciendo apuntes sobre lo que leo, cuando la mayor parte de mi vida no he leído casi nada a, excepción de periódicos deportivos por entretenimiento. También en ciertos años, para reforzar el aprendizaje del catalán, leía libros y diarios en el idioma que aprendía en el “Colegio Pegaso” del barrio de San Andrés de Barcelona. Por cierto que no quiero pasar sin mostrar mi agradecimiento a La Genalalitat de Catalunya por la creación y financiación de estos cursos que permitían y permiten que las personas que hemos venido de otros lugares completemos nuestra integración, con el conocimiento del idioma.


Tengo que decir que mi equivocación consistía en decirme a mi mismo y a los demás que no me gustaba leer, yo que he reiterado que una persona normal no debería decir que no lo le gusta tal o cual comida, ateniéndonos a que la principal finalidad de los alimentos es nutrir nuestro organismo de los componentes necesarios para el correcto funcionamiento de nuestro cuerpo y mente, antes que aportarnos el placer gustativo de los mismos y que, como persona habladora, me gustaba escribir para contar, como a tantos otros, lo que en mi cerebro se revuelve. Gran error el mío durante años y años de mi vida, pretender decir a los demás lo que está bien o mal sin preocuparme de escuchar a quienes a través de sus libros nos ofrecen sus conocimientos y experiencias.

No me puede servir de consuelo que la inmensa mayoría de personas estén más interesadas en hablar que escuchar. Yo creo que es una necesidad del ser humano transmitir a otros las propias alegrías, tristezas, miedos, ilusiones… Fíjense en lo que sucede en cualquier reunión o fiesta: en el comienzo reina la calma y apenas habla el personaje principal, pero, poco a poco, la reunión se va fragmentando en grupitos cada vez más pequeños para tener más posibilidades de hablar, que no escuchar. Y piensen en aquellas personas que nos cuentan sus enfermedades, sus vivencias en guerras, pobrezas, situaciones favorables o desfavorables...

Así pues me conformaba diciendo que no leía pero escribía, ya que esto ayudaba a tapar el sentimiento de ignorancia que me aquejaba. Sabido es que en épocas pasadas los que escribían, libros se entiende, eran pocos y se tenían por personas leídas, cultas y con importantes cosas que decir a los demás.

A mí me ha llegado tarde la afición por la lectura, y ésta, contrariamente a lo que debería ser, me llegó a través de mi hijo. En una lógica normalidad debería ser yo el que hubiera transmitido a él mis hábitos de comportamiento, pero no fue así en el caso de la lectura.

De cualquier manera bienvenidos sean los buenos hábitos, independientemente del conducto por el que nos hayan llegado. Por que en cada persona o individuo se van acumulando hábitos, buenos y malos, que nos impelen ha realizar, como por rutina, unas actividades u otras.

De todos modos, para mi y en lo que a la lectura se refiere, “más vale tarde que nunca” y olvidando aquel argumento de que “leer es bueno si lo que se lee trata de hacernos mejores”, superado por los que dijeron que “no hay ningún libro tan malo que no contenga algo bueno”, me dedico a leer y anotar algunas cosas que me parecen dignas de recordar. También escribiré algunos renglones para aclarar algunas cosas y, porque no, para decir algunas cosas de mi cosecha particular.

A todo lector que le lleguen a sus manos estas páginas no debe esperar escritura bien coordinada, al tratarse de apuntes de los libros que vaya leyendo, ni tampoco una sucesión de hechos cronológicamente producidos, ya que los apuntes se irán escribiendo en el orden que los libros sean leídos por mí, prescindiendo de si fueron escritos antes o después, unos de otros. También encontrarán pocas anotaciones para decir en que página de que libro se pueden encontrar y, en algunos casos faltará hasta el nombre de la persona que dijo tal o cual cosas y quien la escribió.

Sé muy bien que se debería aportar documentación de quien proceden y donde se han publicado las cosas, porque escribiendo como lo hago yo, que es presentar los hechos y las cosas que he llegado a saber, sin preocuparme de que vayan a ser rebatidas y ni siquiera puestas en duda aunque no dispongan del apoyo, con citas, de quienes lo afirmaron antes que yo y cuyo testimonio se pueda consultar en cierto libro o tal archivo, no será bien aceptado, sobre todo por los profesionales de este negocio de la escritura.

Trataré de aportar datos, aunque no muchos, porque para mí eso son pérdidas de tiempo y eso es lo que a mi me falta, ya que con los 74 años vividos, contando los nueve meses que estuve en el vientre de mi madre que, no lo duden, éramos dos vidas aunque unidas por el cordón umbilical: Y como escribió Josep, M. Espinnàs en “Temps afegit”, la edad que sobrepasa los 73 años es un añadido como el que los árbitros de fútbol aumentan al final, para compensar las pérdidas de tiempo durante el juego. Aunque yo no estoy por cuantificar mi tiempo perdido que, debe haber sido mucho.

Así que mi principal preocupación no ha sido ni será el aportar testimonios que confirmen que lo que digo es verdad, o al menos mi verdad, procurando, eso sí, ser lo más imparcial posible y confiando en que los que decidan leer algo de lo que yo escriba, lo hagan confiando en que me guía el propósito de que les predisponga a hacer el bien y detectar el mal. Se trata de una forma atrevida la de escribir esperando credibilidad.

Así, como escribió Don Miguel de Unamunu en “El “Sentimiento trágico de la vida”, “voy a pescar la atención del lector a anzuelo desnudo, sin cebo; el que quiera que lea, mas yo a nadie engaño”. Pero doy gracias a aquellas personas que se atrevan a leer mis escritos sabiendo que les van a faltar notas aclaratorias de quien, cuando y como se dijeron o escribieron.

PERDICIÓN POR AMBICIÓN



En un pueblo de La Alpujarra vivían dos hermanos con sus esposas e hijos y, aunque uno de ellos era pobre y el otro muy rico, ambos eran medianamente felices y mantenían cierta convivencia, a pesar del escollo que representaba la diferencia de bienes materiales entre una familia y otra.
Un día el hermano pobre, llamado José al que todos llamaban Pepe, se marchó muy temprano al monte cercano para traer leña como de costumbre, pero al ver que cada día le costaba más tiempo reunir la cantidad necesaria para cargar el borrico, decidió alejarse monte adentro buscando mejores árboles en los que cortar. Sucedió que estando en plena faena oyó unos ruidos que le llamaron la atención y por un impulso incontrolado dejó de golpear con el hacha y quedó en el silencio más absoluto. Agudizando la vista y el oído se percató que se trataba de varias personas que conversaban entre ellas mientras caminaban. La curiosidad y temor le hicieron agacharse para observar cuanto le fuera posible de aquellas personas que resultaron ser hombres que caminaban por el bosque, pero cual fue su sorpresa al verlos pararse todos junto a una roca y pronunciar las palabras:“ábrase la puerta de la cueva siniestra” y no solo eso, sino que la puerta se abrió y uno tras otro se adentraron por la cueva en total doce hombres que pudo contar uno a uno.
El leñador quedó pensativo y dándole vueltas empezó a relacionar aquellos hombres con la leyenda de los ladrones que abrían la puerta de una cueva con las palabras mágicas “Ábrete sésamo”. Estos son doce hombres y algunos iban armados. Lo mejor será marcharme con el borrico para casa antes de que salgan. ¿Pero sin leña? ¿Qué les diré cuando llegue? Tengo que quedarme, pero ¿Qué hago ahora? Cortar leña no puedo porque si me oyen puedo correr peligro y marcharme sin leña tampoco es buena cosa. Lo mejor será esperar aquí escondido hasta ver si vuelven a salir. Así lo hizo y tras esperar un buen rato volvió a divisar a los mismos hombres que salían de la cueva comentando entre ellos que sería mejor quedarse alguno para vigilar, respondiendo el que parecía ser el jefe, que no era necesario pues por este lugar nunca vienen otras personas que no seamos nosotros y, además no conocerían las palabras que utilizamos para abrir la puerta. Al tiempo que marchaban, el señor Pepe los fue contando hasta el último que hacía el número doce. Pasado un tiempo sin saber que hacer se le ocurrió acercarse a la puerta de la cueva pensando para sí ¿que habrá dentro? Como me gustaría saberlo. El hombre recordó que no había quedado ninguno para vigilar, por lo que decidió pronunciar las palabras que les había oído a ellos. Allá voy. Haber que pasa y, a continuación dijo: “Ábrase la puerta de la cueva siniestra”
La puerta se abrió y, por el hueco se adentró caminando muy despacio, ya que el miedo le agarrotaba las piernas y casi no le permitía andar. Mirando una tras otra las galerías pudo comprobar que, en una de ellas, había muchos tesoros y gran cantidad de monedas de oro que le dejó perplejo. En este instante se le vino la idea de acabar con su pobreza llevándose monedas de las que allí se almacenaban, aunque a continuación razonaba que tendría que robarlas y él era muy pobre pero no ladrón. ¿Qué hago? Si me llevo unas poquitas no es muy grave. Ya que ¡tienen tantas! Además aquí se ve perfectamente que los que las traen aquí son ladrones. Solo ver las cosas que hay: pistolas, disfraces y mucho oro. En el pueblo se dice: “ladrón que roba a otro ladrón tiene cien años de perdón! Sin pensarlo más cogió un costal lleno de monedas y lo cargó sobre el borrico sin intentar siquiera cerrar la puerta de la cueva, marchándose lo más rápido que pudo.
Llegado a su casa comentó a su esposa lo sucedido, la cual daba saltos de alegría, ordenando a su hija que fuera a la casa del hermano de su padre –llamado Juan – para que les prestase una medida para saber la cantidad de monedas que había traído su padre. La niña fue corriendo a casa de su tío y le pidió una cuartilla prestada.
El señor Juan le preguntó: ¿que vais a medir con la cuartilla?
Dineros –le contestó la sobrina-
¿Dineros? Bien sabemos todos que en tu casa no hay dineros.
Que es verdad. Son monedas que ha traído mi padre.
Bueno, bueno, llévate la cuartilla pero quiero que la devuelvas lo antes posible,
La niña cogió la cuartilla y marchó corriendo para su casa, donde sus padres que le esperaban con impaciencia procedieron a medir las monedas, mientras oía decir a su madre:
¡Somos ricos! ¡Que alegría!
El padre dijo a la niña y a su esposa que no debían comentar lo que les había sucedido hasta que el tiempo fuera pasando, pues podía llegar a oídos de los bandoleros que seguro estarían furiosos y, no solo vendrían a recuperar el dinero sino que tomaría represalias sobre ellos.
Yo no diré nada –dijo la esposa- aunque me costará bastante tener tanto dinero y no hacer uso de el y, ni siquiera contárselo a mis vecinas.
Yo tampoco diré nada –afirmó la niña- pero con todo este dinero seremos ricos como el tío Juan. Verdad papa.
Claro que somos ricos y más que el tío Juan –le confirmó la madre-
De todos modos cuanto menos hablemos de es mejor –dijo su padre- y ahora ves a devolver la cuartilla al tío Juan y darle las gracias.
La niña llevó la cuartilla a su tío y le dijo:
Aquí tiene la cuartilla y muchas gracias.
Cuando la chica hubo marchado, Adelina, la esposa del tío Juan le preguntó a su marido:
¿Para qué quería la cuartilla tu hermano?
Me ha dicho la niña que para medir dineros.
¿Para medir dineros? Para medir piojos quizás. Pero al situar la cuartilla en su sitio comprobó que en una junta había una moneda incrustada por lo que dijo a su marido:
¿Para que dijo tu sobrina que querían la cuartilla?
Para medir dineros –contestó su marido-
Pues mira que moneda hay aquí –al tiempo que le enseñaba una moneda de oro.
El señor Juan, dijo a su esposa que olvidara todo aquello y que bien sabían la suerte de su hermano Pepe, siempre sumido en la pobreza, pero la señora no paraba de darle vueltas hasta que consiguió que su marido fuera a casa de su hermano.
Aunque el hermano Pepe no era partidario de comentar sobre las monedas, al final terminó confiando a su hermano lo que el pretendía fuera un secreto.

Juan quedó maravillado del hallazgo de su hermano para a continuación proponerle ir ambos a por otra carga de monedas.
Pepe se puso muy serio y le dijo:
Eso ni lo pienses y además te pido que no digas a nadie lo que te acabo de contar. Es un asunto muy peligroso pues los bandoleros no son gente que se les pueda engañar fácilmente y si se enteran que he sido yo, mi vida correría peligro de verdad. Así que tú no sabes nada de esto. El hermano Juan le dijo:
De acuerdo de acuerdo, yo me olvido de esto y te deseo que con el oro que has traído viváis mucho mejor de ahora en adelante. Yo vuelvo para mi casa y todo olvidado.
Cuando Juan regresó a su casa informó a su esposa lo sucedido a su hermano y la promesa hecha de no decir nada del asunto.
Adelina no quedó muy conforme con la promesa de su marido mientras se movía de un lado para otro diciendo:
Yo no entiendo como vamos a encajar que la familia de tu hermano, sean más ricos que nosotros. Yo de pensarlo ya me estoy poniendo nerviosa.
Durante todo el día, la señora, estuvo dale que te pego:
Tienes que ir a casa de tu hermano y si no quiere acompañarte –ya sabemos que ellos nunca valieron para nada y así les ha ido-Que te informe donde están esas minas de oro y tu vas a por una buena carga. Pues buena soy yo para aguantar a esa pobre enriquecida de tu cuñada.
Y fiel a aquel refrán que dice. “Si tu mujer te pide que te tires por un tajo, pídele a Díos que sea bajo” Juan marchó a casa de su hermano para hacer lo que su esposa le pedía.
Así el rico señor Juan, después de pasar por casa de su hermano para que le contase el lugar exacto de la cueva, así como las palabras mágicas, el cual le insistió mucho que contase todos los ladrones que habían de ser doce y que tuviera mucho cuidado, se dirigió hacia al lugar amparándose en la oscuridad de la noche. Así llegó frente a la puerta de la cueva y, haciendo el menor ruido, llevó el caballo a la distancia que creyó conveniente y lo ocultó entre los árboles, para volver y situarse en un montículo alejado desde donde divisaba la entrada sin ser visto. Allí pasó casi toda la noche sin percibir ninguna señal de los ladrones, hasta que a la madrugada empezaron a salir, uno tras otro, los doce hombres que su hermano le había dicho. Una vez que los ladrones se alejaron, esperó un poco más por si alguno se volvía por alguna causa, el señor Juan, se acercó a la puerta de la cueva y pronunció la extraña frase –“Ábrase la puerta de la cueva siniestra” La puerta se abrió y el rico señor Juan entró y buscó hasta encontrar las monedas que le había comentado su hermano.
Miraba y miraba con tanta admiración que no se decidía a cogerlas, en el instante que uno de los bandoleros había regresado y lo estaba mirando sin decirle nada. Unos segundos después el ladrón le dijo:
No has tenido bastante con llevarte tanto dinero que vuelves a llevarte lo que no es tuyo.
Yo no me he llevado nada y solo quería unas monedas para colección.
Sabes una cosa que lo que más me molesta es un mentiroso. A los ladrones los tolero pero no a los mentirosos.
Así que te voy a sujetar con unas cuerdas hasta que vengan mis compañeros que tendrán muchas ganas de verte. ¡Que lástima que seas un mentiroso! Como ladrón podías quedarte con nosotros.
Sepa usted que yo no soy ladrón. Yo soy una persona bien posicionada y no quiero ser ladrón.
Cuando volvieron los demás ladrones le dieron una buena paliza para que les informara donde estaba el oro que la había robado. Pero Juan fue valiente y no traicionó a su hermano.
Los bandidos no le permitieron marchar durante todo el día y por la noche hicieron que le acompañara hasta su casa, la cual registraron buscando las monedas que les habían desaparecido. Como no las encontraron decidieron llevarse todo cuanto encontraron de valor; ya fueran joyas, relojes o dinero que, esta familia de ricos tenía mucho.
Cuando se marcharon Adelina insultaba al señor Juan, tratándole de tonto, inútil y cuantas cosas malas salían de su boca rabiosa recordándole que se habían quedado en la miseria por su culpa.
A partir de este día las cosas cambiaron entre los hermanos pues el Pepe vivía a lo grande mientras el hermano Juan y su familia pasaban penurias por haber querido tener más de lo que necesitaban.