miércoles, diciembre 31, 2014

LAS EXIGENCIAS EXCESIVAS PUEDEN SER PELIGROSAS


El creerse que los demás siempre nos perjudican y que nosotros somos los sufridores, porque los que mandan  y hacen el reparto no son justos con nosotros, quizá porque somos diferentes y más capacitados, por lo cual  nos hacen contribuir demasiado al bien común, puede crear sentimientos de desprotección y hasta de humillación que pueden ser muy peligrosos.  

= El Sr. Ricardo, la Señora que le cuidaba y su conductor (Que era yo Tomás Martín Cifuentes) realizábamos uno de los viajes que tanto gustaban al Jefe, encontrándonos en aquellos momentos en un Parque Público de Castellón, haciendo tiempo para que llegara la hora de la comida que habíamos de disfrutar en el restaurante Falomir, del Puerto de Castellón.

¡Que buena temperatura disfrutamos hoy!  -Dijo Soledad-
= ¡Qué diferencia de clima con otras Comunidades que conforman España! -Respondió el Señor Ricardo.

- Por no ahondar en otras diferencias, que son tantas que darían para hablar de ello hasta no sabemos cuando y de las personas que las poblamos, que somos el resultado de las invasiones de Íberos, Celtas, Fenicios, Griegos, Cartagineses, Romanos, Bárbaros…con sus ideas, culturas, conquistas violencias, guerras, sumisiones, armisticios… Somos pues el subproducto de las uniones de toda esa amalgama de personas y cosas, cuando no de la conservación de lo diferente celosamente guardado.

= Con tanto que nos une y tanto que nos separa. Y oiga ¿Usted diría que todo eso es malo?
- Pues según como se quiera o pueda mirar y ver. Los hombres tenemos la virtud o el defecto de adaptarnos a las situaciones fáciles y difíciles. Me explicaré:
Cuando vivíamos en la ley del palo y la zanahoria, (entiéndase por la dictadura del General Franco) a callar mandaban, aceptando la zanahoria por temor al palo. Y Cuando el Caudillo murió parecía que nos quedaba la zanahoria y había desaparecido el palo, pero resultaba que había unos señores de uniforme que seguían guardando el palo o mejor dicho el sable, avisando de ello en el 23 f. En esta situación apareció la prudencia diciendo: Vamos a ponernos de acuerdo para conseguir una constitución de mínimos que nos proporcione más poder del que teníamos, que era poco, sin disgustar a los del palo, perdón a los del sable.

 El Tomás se nos pone trascendente y eso para mí es aburrimiento –dijo Soledad-

= No se preocupe que también se han de comentar estas cosas. ¿Sabe usted que, en Cataluña y Las Vascongadas no están conformes con la cuota de dinero y de mando que ellos administran? Así lo publican los diarios. Y sus dirigentes lo recuerdan cada vez que tienen oportunidad, diciendo que necesitan más autonomía y más recursos para mejorar los servicios que prestan a los ciudadanos.
 
- Esto me recuerda una historia que se contaba como verdadera allá por Andalucía, aunque para mí sólo se trataba de un ingenioso cuento.
= Pues ya que lo recuerda ¿Porqué no nos lo cuenta?
- Es un cuento un poco largo y a Soledad puede que le  aburra un poco.

Un cuento no tiene porqué ser aburrido, lo que debería producir en nosotros es sueño porque la mayoría de los cuentos se hicieron para hacer dormir a los niños –contestó la Soledad-
- Pues allá voy y si resulta aburrido o largo lo dejamos sin terminar, ya que no se trata de algo necesario. El cuento comienza así:
En una población de La Alpujarra granadina había una comunidad de regantes que se habían dado o le habían impuesto, una norma de conducta que consistía en que lo tocante al agua de riego decidía un hombre poderoso, llamado el acequiero, armado con una escopeta de caza, al que todos respetaban, unos por conveniencia y otros por miedo.  Pero sucedió que se presentó un invierno muy lluvioso seguido de una primavera con más de lo mismo, lo cual era bueno porque proporcionaba abundante reserva de agua en forma de nieve sobre las cumbres de Sierra Nevada, pero también tenía su parte negativa al provocar corrimientos de tierras que destruían las acequias y caminos.
Antes de que llegara la época de riegos se repararon los destrozos lo mejor que se pudo, pero el poderoso acequiero no paraba de insistir que sembraran en sus campos lo mínimo necesario, porque las acequia como consecuencia de los corrimientos de tierras no garantizaba el transporte del agua acostumbrada. Pero sucedió que el acequiero sufrió una enfermedad de flebitis que en poco tiempo lo mandó al cementerio. Y provisionalmente contrataron a otro acequiero, un hombre moderado que escuchaba a todos, aunque le faltaba energía y respaldo para hacer cumplir lo que creía necesario.
En aquella situación unos decían:
Se han de aprovechar los buenos años de agua para sembrar todos los campos y conseguir las cosechas que necesitamos y merecemos.

El nuevo acequiero avisaba a todos con buenas palabras:
La acequia no podrá aguantar llevando tanta agua, pero los labradores insistían:
Necesitamos más agua para regar o ¿Es mejor que se deslice río abajo hasta perderse en la mar?

Viendo el cariz que tomaban las cosas se reunieron los caciques del pueblo que resultaron ser los que sustentaban desde la sombra la fuerza del fallecido acequiero, el cual les compensaba permitiéndoles una vida fácil llena de mando y privilegios.

El acuerdo fue enviar una pareja de la guardia civil con el aviso que si no cesaba la presión sobre el acequiero, aquel sería sustituido por otro armado y apoyado por los guardias del uniforme verde como garantes del orden y buenas costumbres.

El resultado fue que los labradores que de buena fe pedían más y más agua para sus fincas se dijeron:
Vamos a respetar este acequiero y conformarnos con el agua que él nos de y al mismo tiempo ayudarle ha hacer una distribución de mínimos para no enfurecer a la guardia civil.

Y como buenos vecinos hicieron un nuevo reglamento del agua que les permitió compartir los recursos hídricos de manera tranquila durante 20 años. En aquel periodo de tiempo se cambió varias veces de acequiero, pero eso sí, escogiendo entre los que solicitaban el cargo, por medio de una votación realizada en la plaza de pueblo.

Como todo marchaba tan bien y la riqueza y el progreso se instalaron en el pueblo, no paraban de llegar personas de otros lugares a instalarse allí y, aunque la Guardia Civil, que ya no gastaba su tiempo amenazando al acequiero de turno, se esforzaba en impedir la entrada de los que seguían llegando, lo cierto era que cada vez había más personas para trabajar los campos y, aunque muchos de los llegados no conseguían un trabajo justamente remunerado y una vivienda digna, se conformaban pensando que aquello era mejor que lo que habían dejado.

Todo iba tan bien que las fincas y las cortijadas tenían cada vez más poder. Se les aconsejaba, aunque no se les imponían lo más conveniente a sembrar, se les compensaba incluso por dejar algunos campos en barbecho para evitar los excedentes y poder así mantener unos precios políticamente correctos. Hasta se hacían seguros contra las heladas, sequías y otras plagas. Había establecido un mecanismo por el cual los que disponían de las tierras más fértiles habían de aportar mayor cantidad a un fondo de solidaridad, cuya distribución había de favorecer a los que ocupaban las tierras menos productivas. Todos podían decir lo que creían conveniente sin temor a represalia alguna. Aquello era demasiado bueno para ser real, pero lo era. Pero claro, la abundancia y el tener de todo también cansa y los dueños de las mejores fincas empezaron a decir que ellos pagaban demasiado. Que si los cortijeros del sur eran unos vagos. Que se habían de cambiar las normas por otras más justas. Algunas cortijadas a través de su representante pedían más poder para decidir lo que les convenía o no les convenía sembrar y repetían una y otra vez: El acequiero no distribuye el agua con justicia. Nosotros pagamos más de lo que recibimos del fondo de solidaridad. Hemos de tener más autonomía.

Las múltiples reuniones para pactar nuevos sistemas de distribución de poder y aportaciones al fondo común no conseguían acuerdo alguno. Y en otros asuntos también había discrepancias. Mientras unos proponían que se había de prescindir de la Guardia Civil, otros proponían legalizar las patrullas de agricultores porque a un labrador le habían robado un caballo.

Como era tan difícil conseguir acuerdos, las cortijadas más ricas decidieron declararse independientes y no respetar las decisiones de las autoridades del pueblo ni de la Hermandad de Labradores, dejando de  pagar los tributos y las aportaciones al fondo de solidaridad. El disgusto generalizado se instaló en el pueblo, los vecinos empezaron por dejar de hablarse para más adelante comenzar a insultarse. Proliferaban los populistas que soliviantaban a la gente. Los más poderosos nombraron patrullas para su defensa y obligaban al acequiero a recargar de agua la acequia con el consiguiente peligro de quiebras y roturas. Y en tanto ¿Qué hacían los que les había tocado perder con la nueva situación? El nerviosismo se iba instalando en ellos, discutían acaloradamente en las tabernas y hacían pequeños sabotajes.

La situación terminó por hacerse insostenible, raro era el día que no había peleas. El médico del pueblo se hizo especialista en la cura de golpes y magulladuras, hasta que un desgraciado y luctuoso hecho complicó mucho más las cosas. Se trataba de la muerte de un muchacho en una discusión de celos por una guapa joven a la que muchos deseaban. Le siguió una paliza a varios de los jóvenes que se decía habían apoyado al agresor que permanecía a buen recaudo en la cárcel.

Con este desgraciado hecho se instaló un clima de violencia, llegando hasta la quema de cosechas, pero el peor de todos los males fue la rotura de la acequia una noche del mes de julio. La voladura fue tal que se tardaron dos semanas en reparar los destrozos, tiempo suficiente en verano para deteriorar las cosechas.
 
Pues no sabía yo que el Tomás fuera también contador de cuentos –dijo Soledad-
= Yo espero y deseo que en España, en este País, como dicen los que no quieren pronunciar su nombre, no suceda nunca lo del cuento que nos ha contado Tomás.

El Tomás sabe muchas cosas ¿verdad? -dijo Soledad-
= Tomás sabe lo que sabe y cada uno sabemos lo que hemos aprendido, aunque no es suficiente saber si no entendemos lo que dicen los otros.
Según usted yo sólo se cocinar.
= Pues claro que cocina muy bien. Y ¿Eso es malo?
No es que sea malo, pero me gustaría dejar de ser la tonta de los fogones.
= Bueno dejémoslo aquí.


martes, diciembre 30, 2014

PERSONAS ESTATUA EN LA RAMBLA DE BARCELONA

 
Hace uno años la Rambla de Barcelona se había convertido en la exposición de cuantos querían disfrazarse para conseguir unas monedas de los paseantes y turistas que caminaban por ella, hasta que el Ayuntamiento tomó la decisión de limitar el número de las personas que decidían disfrazarse y pasar día tras día en aquella situación.
Aquí os muestro algunos de aquellos vividores del cuento.
 
 
 










































 
 







jueves, diciembre 25, 2014

REFLESIÓN SOBRE LA CONFIANZA

Es importantísimo tener confianza. ¡Qué bueno es que los demás confien en nosotros¡
La persona que tiene confianza en sí misma consigue casi el máximo de sus posibilidades.
Si cree que es posible conseguir las cosas, no sólo lo intentará sino que pondrá empeño y esfuerzo para lograrlo.
Por el contrario a quien le falta la confianza le será difícil conseguir lo que necesita y deséa. Esa falta de confianza nos hace dudar incluso de las cosas ciertas que conocemos y, a veces después de verlas.
 
UN EJEMPLO:
1º. Yo estaba sentado en un banco de una iglesia por Navidad, pero marché a la adoración del Niño Jesús, dejando en el asiento una parca. Cuando regresé las otras personas que compartían el banco me decían que yo no estaba allí. Y, aunque les decía que sí que lo estaba; y les señalaba la parca que había dejado al marchar, ellos insistían que yo no estaba allí.
En aquel momento me afloró la desconfianza: Quizá tengan razon, me decía, y otras personas pudieran haber trasladado la parca desde otro asiento.
Resultado: Me marché teniendo toda la razón para quedarme.  
Pasado el tiempo y aquellas personas comprovaron que nadien ocupaba el asiento que decían no me pertenecía, se me acercaron para decirme que estaban equibocados y lo sentían.
 
2º. Un día que atendía en casa a unas visitas, entre otras cosa, con un platito de jamón que celebraban diciendo que estaba muy bueno y les gustaba mucho. Pero yo en un ataque de sinceridad les decía que lo había comprado en oferta a muy buen precio (sólo a 1.100 pesetas el kilo) y puedo testificar que ya no les parecía tan bueno.
 
3º. Muchas personas llaman a videntes o magos para que les digan si van a encontrar trabajo; so van a tener  salud, trabalo, buena relación con sus parejas etc..., por que puede decirse que les falta confianza.
 
4º. El Sr, Epi, vecino mío, que tiene gran capacidad para convencer de las cosas que dice, le paró la Guardia Civil de Tráfoco para denunciarle por haber invadido la raya contnua con su vehículo por lo que le habían de poner la correspodiente denuncia. Y vete allí al Sr. Epi respondéndoles con toda naturalidad, que no había cometido ninguna infracción por lo que no merecía ningún tipo de denuncia y que estaba sorprendido de lo que le acababan de decir. Perdonen señores pero yo no he pasado por encima de ninguna raya contua ni nada que se le parezca, aunque quizá les haya hecho ver lo que no és el reflejo del Sol que nos alumbra. Y con éstas y otras afirmaciones consiguió sembrar la duda en los agentes de La Benemérita. El resultado fue, que no sólo no le pusieron la denuncia, sino que terminaron pidiéndole disculpas.
 
5º. Cuando un equipo de fútbol pierde varios partidos seguidos se dice que les falta confianza. El entrenador del Fútbol Club Barcelona después de una mala racha de resultados consiguió ganar dos partidos seguidos dijo: A partir de ahora iremos mejor porque hemos ganado confianza.
 
6º. Cuando pedimos un préstamo y no confían en nosotros nos reclaman un fiador. Es decir una persona que confíe en nosotros y los que nos han de dar el préstamo confíen en él, por sus bienes o sus ingresos.
 
Trabagemos de forma que puedan confíar en nosotros. Ello, además de ser cumplidores de promesas, nos ayudará para encontrar las ayudas que podamos necesitar.
 
También miremos dentro de nosotros y veremos que hay más cualidades de las creemos poseer y reforzaro con nuestra seriedad y buenas acciones.                                 
   

REFLEXIONES SOBLE ""La LLuvia Amarilla"

 
¿Qué es la soledad?
La soledad no es estar solo porque  se puede estar  acompañado y sentir el peso de la misma.
La soledad es una sensación de  abandono,  desamparo,  inseguridad, desconfianza, falta de cariño, de comprensión y de esperanza.
  La  soledad suele ir acompañada de sentimiento de fracaso,  debilidad, impotencia y falta de decisión para afrontar los retos que se  presentan.
El déficit de actitudes positivas que padecen las personas con el síndrome de soledad, las  impregna de un alo negativo que les impide acometer, no sólo las empresas difíciles, sino las  acciones sencillas que están al alcance de su mano.
La soledad se manifiesta incluso en medio de aglomeraciones, como en una abarrotada playa.
Y es que la compañía se valora en función de la utilidad que se puede  hacer de ella porque las personas que están cerca, pero no se cree atenderían lo que se  les  pudiera pedir, son como  dinero en el bolsillo de otros.  
En la actualidad se habla de otra soledad, acompañada por   teléfono, radio, televisión, internet… Aunque un exceso de utilización de estos medios puede indicar que se  padece el síndrome de ella.
En la lectura de “La Lluvia Amarilla” la soledad se presenta como poesía triste de los acontecimientos negativos, representando las cosas en el peor de los sentidos y llegando a sustituir la belleza por la maldición.

El libro relata con minuciosidad la frustración de un hombre que ve en cada  vecino que se marcha y que no siente entereza para  despedir, como personas que le abandonan por actual contra él, por lo que recurre  a esconderse para no ver los males que de forma inexorable se han de producir.

Hay un hecho que rompe con la  sucesión de pensamientos y acciones de abulia y pesimismo, la búsqueda y muerte del jabalí que había realizado diversas hozaduras en la huerta, relatando con desagradable dureza como un tiro le había destrozado un ojo y otros dos  en la barriga y  en el cuello, más una cuchillada para rematarlo. (En este episodio si hay algo de poesía sería de la brutalidad.
Después, en su soledad, encuentra insoportable todo utensilio, fotografía o vestimenta que le hable de la malograda compañera, teniendo que hacerlo desaparecer para librarse de los tristes y quizá acusantes recuerdos.

domingo, diciembre 21, 2014

EL CUARTEL Y EL SARGENTO




El Cuartel, el Sargento y sus decisiones
Hacía varios años que ejercía de Comandante de Puesto del Cuartel de la Guardia Civil de uno de los pueblos de la Alpujarra Alta Granadina, el sargento González. Hombre prudente que había sabido compaginar desde una aplicación estricta de las leyes hasta la más benévola de las interpretaciones de las mismas.
Aquella forma de proceder había sido muy eficaz para mantener la convivencia entre los vecinos del pueblo que agradecidos, no sólo se deshacían en elogios hacia los componentes de la Benemérita y del sargento en particular, sino que los colmaban de regalos de cuantas cosas disponían o cosechaban: corderos, quesos, pollos, huevos, leña, patatas, hortalizas, frutas...
Aquella forma de agradecer los servicios  de la Guardia Civil en los conflictos entre vecinos fue configurando unas amistades que a la larga terminarían siendo perjudiciales para el buen funcionamiento de las relaciones, entre los que tenían la obligación de arbitrar y a veces imponer normas y los que las habían de cumplir.
Empezando porque los guardias y sus familias se habituaron de tal forma a las dádivas de los vecinos que llegaron a creerse que no se trataba de obsequios, sino de obligaciones que habían de cumplirse con la puntualidad del mejor reloj suizo. Y cuando algunos de aquellos regalos se retrasaban, una pareja de guardias se encargaba de recordarlo.
Y por otra parte algunos vecinos empezaron a pensar que lo de cumplir la ley no iba con ellos, puesto que ya pagaban los tributos correspondientes en forma de regalos.
Así una familia de pastores apodados “los Cencerras” se sacaron de la manga una norma que consistía en que los caminos oficiales para el paso de ganado habían de tener ocho metros de amplitud, por lo que se hicieron de una cuerda de esa longitud que llevaban siempre consigo y extendían cuando les venía en gana para que sus ovejas llenaran sus barrigas.
También los taberneros se creyeron en el derecho de permitir el juego y no respetar los horarios de cierre de sus establecimientos, los leñadores a cortar cuantos árboles les viniera en gana sin el correspondiente permiso y así todas las cosas.
Como puede pensarse la convivencia en el pueblo empezaba a complicarse y las discusiones entre vecinos era el pan de cada día.
También en el cuartel se levantaron voces, pidiendo al sargento que pusiera orden en todo aquello para que la autoridad volviera a ser respetada, aunque sin renunciar a cuanto les proporcionaba la generosidad interesada de los vecinos.
En aquella situación se incorporó al Cuartel el guardia más joven que había vestido nunca el uniforme verde de la Benemérita, un joven esbelto, elegante, inteligente y sencillo. Un joven que no sabía de trapicheos y, por el contrario, revoloteaban por su cerebro palabras como cumplimiento del deber, obediencia a los jefes, respeto al uniforme y servicio a La Patria.
El sargento, pensando que aquel joven podía ser un estorbo para la continuidad del sistema de regalos y prebendas decidió concederle una semana de permiso para, al menos, ganar tiempo y planificar alguna estrategia.
Y mientras esto sucedía, los vecinos cuyos derechos eran atropellados hacían cola en la puerta del cuartel para mostrar su disconformidad con la situación, aunque sólo recibían buenas palabras y algún recordatorio por aquella dádiva que no acababa de llegar.
Era una situación en la que la corrupción se había instalado en casi todos los ámbitos del pueblo, de la que no se escapaba el ayuntamiento y el juzgado, cuyos funcionarios exigían compensaciones por cualquier gestión que se les solicitara. Y no digamos para conseguir un permiso de obras, las carambolas que se habían de realizar con el aparejador, el concejal de urbanismo y hasta el propio alcalde.
Lo cierto fue que la semana de permiso del joven guardia  llegó a su fin sin adivinarse siquiera una formula que permitiera mantenerlo al margen de los desaguisados que se realizaban.
En principio, el sargento obsto por encomendar al cabo Serafín la tarea de ir preparando al joven guardia para los servicios que habría de realizar. Así que a Benjamín no le era permitido hacer ninguna salida en solitario amparándose en que los servicios de la Guardia Civil se habían de realizar en pareja, incluso las salidas fuera de servicio las había de hacer acompañado, lo cual no fue obstáculo para que el joven despertara simpatías y admiración entre los vecinos. Y mientras tanto Benjamín, ajeno a las maquinaciones del Sargento para librarse de él, seguía acaparando las miradas de las jovencitas del pueblo y los comentarios por la elegante esbeltez de su cuerpo. Y no digamos la hija mayor del sargento que estaba coladita por él.
A la madre de la chica, la señora Julia, también le caía bien el Benjamín del cuartel. Pero al sargento, atrapado  por las corruptelas que se habían instalado en el pueblo, recelaba de todo cuanto se refería al joven guardia. Y cuando oía algún comentario sobre la elegancia con que llevaba el uniforme respondía que eran mariconadas que la Guardia Civil no se podía permitir.
Lo cierto de todo aquello era que al sargento le molestaba cualquier elogio que fuera dirigido hacia un guardia que  no había hecho mérito alguno.
El caso fue que el sargento, dejándose llevar por sus impresiones y temores, comenzó a descargar sobre el joven servicio tras servicio, aunque eso sí; siempre acompañado por el cabo, un portento de resistencia al que nada le producía tanta satisfacción como el cumplimiento del deber y el “Todo por La Patria” (que estaba rotulado sobre la entrada de todos los cuarteles) que Benjamín aceptaba sin cambiar para nada el buen talante y su agradable sonrisa.
La manera con que el joven encajaba el exceso de servicio molestaba aun más al sargento que pretendía provocar en él efectos emocionales adversos y, por el contrario, veía como se reforzaba su serenidad y sensatez.
Para colmo de sus desdichas hubo de aceptar que su esposa invitara al joven a tomar una taza de café y unos dulces el día de la celebración del dieciocho cumpleaños de su hija. Lo que provocó en el sargento un disgusto fenomenal.
Los guardias comentaban entre ellos sobre la irritabilidad que padecía el sargento y la forma en que ordenaba los servicios (algunos de ellos innecesarios) como pretender que Benjamín, acompañado por el cabo, subieran hasta un refugio situado a 2.500m. al.,  en pleno invierno y con el sendero cubierto de nieve, pero nadie se atrevía a llevarle la contraria para evitar posteriores represalias.
Por tanto la programación seguía su curso hasta que se acercaba el día de la subida, en que el cabo pidió ser recibido por el sargento para persuadirle de la dificultad que entrañaba aquella subida por la nieve y las bajísimas temperaturas de la estación invernal.
El sargento con una voz más alta de lo normal le preguntó:
¿Hasta tú comienzas a flaquear? Este cuartel ya no es lo que era, lastima ¡tantas cosas como habíamos llegado a realizar juntos! y ahora hasta el “Duque de Ahumada” se llevaría una decepción si pudiera vernos.
Mi sargento –dijo el cabo- estamos ante un servicio que, desde mi punto de vista es tan peligroso como innecesario, por lo que pido ser liberado del mismo.
Amigo Serafín- respondió el sargento-¿tú te pones en mi contra y te atreves a cuestionar mi autoridad?
De ninguna manera -mi sargento- yo soy un miembro de la Guardia Civil orgulloso de serlo y cumplo con mi deber con lealtad y hasta con satisfacción, pero al solicitar ser liberado de la subida al refugio estoy utilizando un derecho, el derecho a mi propia vida que podría perder en esa misión. Y cualquier vida es suficiente importante para no ponerla en riesgo, a no ser que sea en defensa de la vida de otros o de sus bienes, la integridad de la Patria y cualquier otro bien que la pertenencia al Cuerpo nos obligue a defender.
No se preocupe cabo que ese servicio lo voy a realizar yo  por lo que desde ahora queda liberado del mismo.
Yo -mi sargento- le aconsejaría que suspendiera ese servicio para no asumir peligros a los que nada obliga.
¿Y como quedaría yo ante el jovencito ese y ante los demás guardias al tener que retirar un servicio por miedo a realizarlo? Así que salga de mi despacho y no haga ningún comentario sobre lo que aquí se ha hablado.
El cabo salió pensando para sí que el sargento se equivocaba en la forma de enfocar aquella situación y deseando que recapacitara y anulara aquel servicio en el que estaba también involucrado el joven guardia.
Dos días después el sargento secundado por Benjamín salía dirección al refugio a pesar de que el día era desapacible y muy frío. Ambos iban equipados con uniforme de invierno, su capa correspondiente, guantes, gorro de montaña, botas y polainas. A la espalda macuto repleto de provisiones, mosquetón al hombro y cartucheras al cinto.
El cabo, los otros guardias y algunos familiares les despedían contrariados por lo que les parecía una cabezonada del sargento y también por las dificultades que entrañaba la subida.
Ambos expedicionarios enfilaban el sendero de la sierra y poco después se perdían ante un manto de obscura niebla.
Al día siguiente no se hablaba de otra cosa en el pueblo y se preguntaba a la pareja de servicio si sabían algo de la expedición que, según se comentaba, habían acudido en ayuda de un grupo de montañeros atrapados por la nieve en uno de los refugios de la sierra.
Pasado un día más sin noticia alguna del sargento y su acompañante, el cabo solicitó de la comandancia un helicóptero que procedió a sobrevolar la Sierra y poco después divisaban tendidos sobre la nieve unos cadáveres que resultaron ser del sargento y el guardia..
El rescate de los cuerpos pudo realizarse utilizando los mismos medios aéreos que los habían descubierto por lo que, una vez realizadas las autopsias correspondientes, se supo que los había sorprendido una tormenta de nieve y viento que no la pudieron soportar aquellos desafortunados servidores de la Patria.
Al cobo le asignaron provisionalmente el mando del cuartel, pero una semana después,  se produjo el robo de diez jamones del secadero del señor Anselmo.
El cabo, conociendo la gravedad de los hechos y sabiendo que él particularmente se jugaba mucho, declaró prioritaria la investigación de los hechos, pero volvió a cometer la misma equivocación que en anteriores casos, centrar la investigación y toda sospecha sobre las tres familias más pobres del pueblo a las que se presionaba con insistencia para que confesaran la autoría de los robos para librarse de un castigo mayor.
Pero aquellas familias se negaban a confesar porque sencillamente no lo habían cometido. Y suerte hubo para ellos que el robo de los jamones se supo por pura casualidad, al descubrirse unas manchas de grasa en la ambulancia que había traído un enfermo del hospital, precisamente la noche de la desaparición de los jamones.
Se habían descubierto los culpables, pero la autoría de los hechos quedó sin castigo y por lo bajo se decía que los hijos de los Señoritos habían participado,  como parte de una de sus aventuras juveniles.
La incorporación de un nuevo sargento no tardó en producirse. Se trataba de un hombre curtido por la dureza de los lugares en que había prestado sus servicios y un pasado legionario del que conservaba un tatuaje en  el antebrazo derecho en forma de calavera que propició que en poco tiempo se le apodara: “El Sargento Calavera”.
Tanto en el cuartel como en el pueblo se sentía cierta expectación por lo que podía dar de si un sargento  poco hablador.
El sargento dijo a sus subordinados que todo había de seguir igual por lo que los desmanes seguían  produciéndose como en el pasado reciente y las visitas al despacho del sargento eran los perjudicados por el incumplimiento de las normas y las fanfarronadas de quienes hacían lo que les venía en gana.
El sargento escuchaba las denuncias y quejas limitándose pedirles que le mantuvieran informado de cuanto anormal fuera sucediendo.
En cuanto a los servicios, después de unos días reducidos a la mínima expresión y estudiados los antecedentes que figuraban en los archivos comenzó a salir acompañando una vez a cada guardia y pidiéndoles que hicieran el mismo recorrido que realizaban cuando él no estaba con ellos.
Los guardias, aunque con bastantes recelos, le llevaban a los bares donde se jugaba dinero, a las casas donde se hacían bailes sin permiso y las majadas de pastores de donde regresaban con queso gratis para todas las familias del cuartel.
Los guardias impresionados de que el sargento Justo admitiera todas aquellas cosas sin poner ni una sola objeción comenzaron a reclamar a cuantos se retrasaban  en sus  aportaciones.
Aquella aparente conformidad del sargento con la situación heredada suscitaba toda clase de comentarios, desde los que se lamentaban de que no se les hacía caso de sus quejas hasta los que se felicitaban por poder seguir cometiendo tropelías.
Esto fue así hasta que el sargento creyó oportuno comenzar con su especial forma de actual contra los infractores de las normas y leyes, por lo que se impuso a si mismo un servicio nocturno que en compañía de uno de los guardias les llevo directamente al bar donde se estaban jugándose los cuartos muchos de los padres de familia del pueblo.
Como estaban tan acostumbrados a la forma tolerante con que se comportaban los miembros de la Guardia Civil ni siquiera les inmutó su presencia, por lo que siguieron haciendo sus apuestas teniendo a los miembros de la benemérita como espectadores excepcionales.
Todo se desarrollaba de forma normal hasta que el banquero decidió que era hora de terminar la partida y se encontró con la oposición del sargento que decía:
Esta partida no se puede terminar aun, porque yo se que a ustedes les gusta mucho jugar y como veo que no quieren continuar aquí nos acompañan al cuartel donde continuarán con el juego.
En principio los jugadores creían que se trataba de una broma, aunque obligarles a acompañarles al cuartel les parecía de muy mal gusto. Pero cuando encontraron un salón preparado con mesa, tapete verde, baraja de cartas y suficientes sillas para que todos tomaran asiento, la aparente amabilidad del sargento desconcertaba a unas personas obligadas a jugar contra su voluntad. Y más aun cuando se les impedía dejar de jugar  cada vez que querían hacerlo. El caso fue que aquellos jugadores, que muchas de las veces se jugaban el dinero que necesitaban para alimentar su familia, hubieron de jugar en el interior del cuartel hasta que el sol entraba por los cristales de las ventanas. Y cuando finalmente se les permitió marchar, el sargento les hizo saber que en aquel pueblo no se volvería a jugar el dinero mientras él estuviera al frente del cuartel.
Al día siguiente la noticia del obligado juego  corría de boca en boca como un reguero de pólvora y más aun cuando se supo que el dueño del bar había recibido una misiva advirtiéndole que no se volvería a tolerar el juego prohibido mientras el sargento Justo estuviera al frente de aquel cuartel.
Días después la extraña acción contra el juego seguía siendo comentada y más aun cuando, en una salida rutinaria, el sargento hizo parar a un joven que sobre una bicicleta hacía alardes de su habilidad al llevar las manos sobre el cuello para ordenarle que aquella misma tarde llevara el manillar de la bicicleta al cuartel ya que daba muestras de no necesitarlo.
No había pasado una semana y la extraña, por no decir arbitraria, manera de imponer justicia del sargento se extendía por la comarca dando lugar a diferentes versiones de los hechos que cada uno adornaba como le parecía para contar a vecinos y conocidos. Aunque, a pesar de la fama, lo cierto era que la singular estrategia del sargento no había hecho nada más que comenzar por lo que la siguiente acción le correspondió a los bailes sin autorización.
Siguiendo el idéntico ritual que utilizara con los que practicaban el juego ilegal, les hizo acompañarles al cuartel donde hubieron de bailar y bailar mientras les duraron las fuerzas.
Pero uno de los casos más nombrados y que produjo versiones para todos los gustos fue con uno de los pastores de la familia de los “Cencerras” que se presentó al cuartel con el obsequio de un hermoso cabrito  que el sargento recibió con normalidad, pero cuando aquel quería marcharse el sargento le dijo: Ha de ocuparse de matar y descuartizar el cabrito y esperar a que mi esposa lo cocine para comer.
Por consiguiente el “Cencerras” hubo de hacer lo que el sargento le había dicho y esperar a que fuera cocinado, pero cual fue su sorpresa que a la hora de comer sólo él se sentara a la mesa   por lo que reclamó que le acompañara el sargento y su esposa, aunque el sargento inflexible le decía que la comida era para él solo.
El pastor comenzó a comer con la mala gana que producen las cosas contrarias a lo que uno pretendía hacer, pero poco después se levantaba del asiento dando las gracias e intentado despedirse y marchar, aunque el sargento intervino para decir:
¿Cómo se va a marchar sin terminar la comida que mi esposa ha cocinado con tanto esmero?
El Cencerras sin atreverse a contradecir al sargento se volvió a sentar y continuó comiendo cuanto pudo hasta que llegado el momento en que no podía más se levantó del asiento y se hincó de rodillas frente al sargento diciendo: Yo, mi sargento, no como más porque no puedo y haga conmigo lo que quiera que siempre será mejor que reventar de un atracón de comida.
El sargento mostrándose comprensivo con la humillante actitud del pastor dijo a su esposa que le acondicionara cuanto cabrito había quedado para que el pastor se lo comiera cuando le viniera   en gana ya que sería una lástima que se desperdiciara.
A partir de aquel día el nombre del sargento se propagó, no sólo por el pueblo, sino por toda La Alpujarra y el orden se estableció por si mismo.

sábado, diciembre 20, 2014

EL PODER DESTRUCTIVO DE LAS OBSESIONES


EL PODER TESTRUPTIVO DE LAS OBSESIONES
Tres señoras llegaron a las mismas consecuencias por su obcecación en creer que su cuerpo tenía unas deficiencias que no les permitían ser tan bellas  como los hombres deseaban.
 La primera se lamentaba  porque el tamaño de sus pechos le parecía pequeño hasta tal punto de no permitir a su marido verla desnuda, a pesar de que aquellos senos habían amamantado a sus hijos con toda normalidad.
La segunda que tenía un cuerpo delgado, tampoco permitía a su marido mirarla sin ropa, por las arrugas que había dejado la disminución de volumen corporal que había experimentado por una dieta alimentaria. 
La tercera le hacía sufrir la pequeñez de sus glúteos. (se sentía como una tabla)
A todas ellas su descontento con alguna parte de su cuerpo les producía grandes disgustos y hasta depresiones, sin llegar a pensar que a todos nos gustaría ser guapos, inteligentes y muchas cosas más; pero una cosa son los deseos y otra muy distinta las realidades y, por consiguiente se ha de aceptar que teniendo tantas cosas, alguna o algunas no lleguen a ser como a nosotros nos gustaría que fueran.
Deberíamos saber y, recordar a menudo, que la obligación personal de cada uno  no pasa de potenciar las capacidades que nos   acompañaron al nacer, y mejorar, recogiendo cuanto nos sea posible, de lo bueno que encontremos al  caminar por la vida
 l aumentar el sufrimiento de las desgracias que nos puedan salpicar de los males de este mundo, por sentirnos  imperfectos, discriminados o faltos de suerte es una  sobrecarga innecesaria  sobre nuestras espaldas que a nada bueno nos llevará.      
Lo que si suele ser bueno  es hacer una lista de  las cosas que poseemos y qué nos hubiera   costado comprarlas, si es que  se pudieran comprar. Por ejemplo:
 ¿Cuánto vale un ojo? ¿Cuánto una pierna? ¿Cuánto…

viernes, diciembre 19, 2014

COMIENZO DE VACACIONES DEVERANO


COMIENZO DE VACACIONES DE VERANO
Después de varios aplazamientos el Señor Roca (persona con quien yo hacía de conductor)  decidió marchar de vacaciones a Salou, por lo que salimos en coche por la autopista dirección Tarragona, realizando el viaje con normalidad, allí nos esperaba “el Jaime”, un hombre sencillo que, siendo jubilado, se gana unos dineros haciendo de conductor del Sr. Roca, el tiempo que permanece en aquella población.
Después de las salutaciones de rigor, una vez acomodado el equipaje en el apartamento del Sr., hemos iniciamos un pequeño paseo para acabar en el Rte. Felip, con la intención de suministrar a nuestro organismo los nutrientes que necesitaba de la forma más agradable.
En el Restaurante, nos recibió un camarero, el cual  nos ofreció las mesas que había disponibles, decidiendo que utilizaríamos una, en la  terraza, donde nos acomodamos después de pasar por los lavabos para asearnos. Una vez acomodados alrededor de la mesa, se nos acercó el dueño del establecimiento para saludarnos y hacernos entrega de los libretos con los apuntes de las comidas, entre las que se  podían elegir. Los invitados hojeábamos aquellos listados de comida con sus correspondientes precios, que nos parecían muy caros, esa es la verdad, y por tanto pasaba  el tiempo sin que nos decidiéramos por una u otra cosa. Quizás esperábamos oír lo que pedía el Sr.  Roca, pero cual fue nuestro asombro al escucharle decir: para mí una ración de almejas y otra de caracoles de mar. La Consuelo, (que es la señora que le cuida) le insistió unas cuantas veces que aquello no era comida suficiente, a lo que contestó él. Cada uno pida lo que quiera que yo bien se lo que he de pedir. Yo, otras muchas veces me había guiado por lo que pedía el Sr., y  no me había ido mal, pero hoy no me servían como referencia unas almejas y unos caracoles de mar. Nosotros volvimos a releer la carta y escogimos unos platos de nuestro agrado y que no eran de los más caros. El resultado fue bueno y creo que todos quedamos satisfechos por las 12.020 pesetas que pagó el Sr. Roca.
 Terminado nuestro cometido en el restaurante nos dirigimos al apartamento pasando antes por la estación del ferrocarril donde compramos el billete para mi regreso a Barcelona. Estuve con ellos   hasta que se acercaba la hora que  había de subir al tren y, en aquel  ambiente tranquilo nos despedimos, deseándonos unos a otros un verano agradable y sin  complicaciones.
En la estación observaba como los viajeros se movían de un lado para otro, inquietos la mayoría de ellos, preguntando para aclarar sus dudas hasta que al acercarse un nuevo tren  comunicaban por los micrófonos que este se dirigía a  Barcelona, por lo que un poco atropellados, subimos al mismo cuantos esperábamos y enseguida me vino a la memoria aquel otro tren que el año anterior, me había trasladó también a Barcelona. Ese tren era más moderno y todas las ventanas permanecían cerradas, al contrario de aquel otro en   que todas ellas estaban abiertas, aunque  en este hacía mucho calor. Por suerte llegó pronto el revisor y nos informó que, en aquel vagón, el aire acondicionado estaba averiado, pero podíamos pasarnos a otros vagones donde iríamos más frescos. Así lo hice pero, para que todo no saliera perfecto me acomodé en un departamento de ocho plazas, el cual compartía con una señora con muy poquitas ganas de hablar en contraste con las señoritas del vagón del calor, que se suponía habrían ido a acomodarse en otro departamento.   
De todos modos, el viaje en tren sigue siendo romántico: se puede descansar, leer o escribir, acercarse  a la ventana y contemplar el paisaje o  pasear por el interior y,  si se tiene la fortuna de coincidir con unos vecinos de asiento algo más agradables que la señora de hoy, se puede conversar y hasta hacer amistades. Deberíamos viajar más en tren: es un transporte bastante tranquilo y seguro.

ALEGRÍAS Y TRISTEZAS

La alegría o tristeza es la expresión de nuestro estado de ánimo, configurado por los hechos favorables o desfavorables que nos suceden. Así pues, para evitar las tristezas, se habrían de impedir los hechos desfavorables.

¿Y quien decide si los acontecimientos son favorables o desfavorables? buenos o malos.

Lo decidimos nosotros cuando creamos deseos y nos formamos expectativas sobre el posible cumplimiento de los mismos. Y no, necesariamente, porque lo que deseamos sea bueno. Puede suceder que aquello que deseamos no sea bueno para nosotros. Puede incluso suceder que nos sintamos tristes porque no se ha producido algo que no aportaría ventaja alguna para nosotros, e incluso que se haya producido algo que nos favorece.

Y también podemos sufrir desde el momento en que creamos el deseo hasta el día, hora o momento prefijado para su ejecución.

Pongamos un ejemplo: Desde  hace unos días sabemos que el Real Madrid y el Fútbol C B se jugarán la continuación  próximamente.

Y, aunque a fuerza de  enfrentamientos se va rebajando algo las perspectivas sobre  estos partidos,  los aficionados  siguen deseando que el triunfador sea el equipo que eligieron en su día como suyo y temiendo que sea el perdedor. 

Estas cosas que las piensa cualquier aficionado, se ven reforzadas por los medios de comunicación afines, que insisten, día si y día también, sobre la importancia y necesidad de de ganar y el reto que ello representa.

¿No creen ustedes que sería mejor analizar tranquilamente porque deseamos lo que deseamos, sabiendo que nuestra alegría o tristeza va a depender de algo que nosotros no podemos controlar?

Yo creo que si. Porque pensándolo bien ¿que ganaremos nosotros si el Barcelona vence?

La satisfacción de haber acertado en nuestra apuesta sentimental, llegando a decir y hasta creer que también hemos ganado nosotros. ¿Y si es derrotado? La desilusión de no haber acertado en nuestra apuesta sentimental, mientras rebuscamos los culpables que han hecho que el Barca haya salido derrotado, acusando a los árbitros, las malas artes de los jugadores contrarios y su entrenador, y como último recurso los fallos de los jugadores de su equipo y el  entrenador.

Nosotros sufriremos; pero seguiremos diciendo que no nos hemos equivocado en la apuesta.

Así, con nuestras emociones incontroladas, sufriremos y quizá haremos sufrir a otros, porque hemos fijado nuestro deseo en el juego de unos trabajadores, trabajadores atípicos pero trabajadores al fin.

Si sopesáramos que nuestra apuesta a todo o nada es arriesgada, quizá razonando llegaríamos a la conclusión que, porque el Barcelona gane al Real Madrid no seremos más de lo que somos, ni que las butifarras nos llegarán volando asadas y listas para comer.

Y en el caso contrario, si el Barcelona sale derrotado, quizá no sea tan malo como creemos y nos han hecho creer.