jueves, noviembre 17, 2011

LAS RAICES DE LOS ÁRBOLES SON OBRAS DE ARTE

Raicesde un castaño



Raices de castaño



Raices dse castaño







Raices de csataño









Raices de castaño seco










Raices de castaño seco













Raices de castaño















Raices de castaño seco

















TT


Tronco de castaño



















Raices de un castaño muerto





















Raices de madera de zao























Raices de castaño seco

























Tronco de castaño



























Raices de castaño seco





























Raices de castaño seco































domingo, noviembre 13, 2011

ÁRBOLES MUERTOS

EN EL BARRANCO DE POQUEIRA Y SUS LADERAS HAN MUERTO Y SIGUEN MURIENDO MUCHOS ÁRBOLES

PORQUE HAN DEJADO DE RECIBIR EL AGUA QUE LE APORTABAN LOS LABRADORES QUE DEJARON SUS

TIERRAS PARA BUSCAR EN LA EMIGRACIÓN UNA VIDA MEJOR. PERO EN LA DUREZA DE LA SEQUÍA

SIGUEN AGUANTANDO Y HASTA MEJORANDO: ENCINAS, ROBLES, HIGUERAS...

LAS PERSONAS TAMBIÉN SUFRIMOS LA ADVERSIDAD EN FORMA CRISIS... Y ALGUNOS NO .UEDEN

SOPORTAR LA DUREZA DE LAS NUEVAS CONDICIONES







































viernes, noviembre 11, 2011

A VECES SE HA DE APOSTAR AL TODO O NADA




33 CONGRESO DEL PARTIDO SOCIALISTA
22 de marzo de 1994
Los tres últimos días se ha celebrado el congreso del partido socialista, al cual llegaban con una importante división interna por razones ideológicas que, se personifican en su secretario generan, Felipe González, y su vicesecretario, Alfonso Guerra.
Los periodistas opinaban y publicaban hasta la saciedad sobre ello, remarcando las pocas posibilidades que tenía la fracción guerrista de mantener los cargos en la dirección, si se aplicaba el sistema de votación que beneficia a la fracción renovadora que cuenta con el 70 % de los delegados asistentes y que, en su día, apartó a Martín Tovar del cargo de portavoz del Congreso de Diputados, que ocupó Carlos Solchaga) de la mayoría renovadora.
Eso era lo lógico, situar en los puestos importantes a personas afines a Felipe González, ya que la correlación numérica se lo permitía, para poder modernizar el partido y gobernar más en consonancia con los sistemas predominantes en la Unión Europea, pero el resultado ha sido diferente a lo que parecía previsible, pronosticado por la prensa y deseado por la mayoría renovadora: Alfonso Guerra sigue en su puesto, Chiqui Benegas (con un pequeño retoque) también, además de Rodríguez Ibarra, Marugán y otros. Por el contrario, Joaquín Leguina presidente de la Comunidad de Madrid, uno de los que había enarbolado la bandera contra Alfonso guerra, ha quedado fuera de la ejecutiva.
¿ Que ha podido pasar para que Felipe González no se haya liberado de los obstáculos que representa la corriente guerrista dentro de la dirección del partido, situando en su lugar a los fieles colaboradores que les gustaría tener?
Se cree que Alfonso Guerra jugó fuerte a todo o nada, advirtiendo que si se aplicaba el rodillo de la mayoría él se sentiría obligado a defender la sensibilidad de la verdadera izquierda como mejor pudiera, sin excluir la formación de un nuevo partido.
Como suele suceder ante las apuestas radicales, se debió aplicar lo norma más sensata: negociar con unos resultados que desde fuera no comprendemos.
Alguna o algunas veces en la vida a todos se nos presenta el dilema: Seguimos aguantando o rompemos la baraja. Son momentos que requieren un golpe de genio para hacer saber que no estamos conformes como van las cosas. Y una de dos: o se arreglan, o tiramos el soporte que nos sostiene, arrastrando en la caída a quienes nos están crean las complicaciones.
En una ocasión, en el empeño por conseguir nuevos clientes en la zona industrial de Sabadell, el director comercial de la Empresa donde trabajaba, me hizo acompañar por otro compañero y, francamente, la faena era desalentadora. Nada más entrar en alguna fábrica y preguntar por la persona que se cuidaba de los refrescos para el personal, o tomaba las decisiones sobre el tema, nos contestaban que ya tenían de la competencia y ello era más que suficiente. Ante la imposibilidad de permitirnos informar sobre el tema, cambiamos la estrategia; y así, nuestras primeras palabras consistían en presentarnos para hablar de una degustación del producto en el centro de trabajo y, si ello no era posible, le ofrecíamos unas cajas de producto de prueba, sin cargo alguno, para después pasar a preguntar si les había gustado, recoger los envases y según se presentara la situación intentar venderles el producto.
De todos modos los resultados eran pírricos y ello nos tenía desanimados, sobre todo el Sr. Santamaría, que era el nombre de mi colaborador, el cual repetía una y otra vez:
para que vamos a entrar en esta fábrica si ya están servidos con los otros productos, a lo que contestaba yo. Tenemos que hacer nuestro trabajo y ¿quien sabe si conseguiremos clientes o no? -Contestándome él- Tú tienes más moral que el alcoyano.
Yo pensaba que la cosa no era tan mala para nosotros que cobrábamos un buen sueldo sin depender de los clientes que pudiésemos conseguir, pero los resultados negativos también me afectaban a mí, aunque trataba de disimular y realizar un doble esfuerzo para animarme a mí y animar a mi colaborador que, se suponía estaba allí para darme ayuda y soporte. Hasta que llegó el momento decisivo y a la vez arriesgado que me vengo refiriendo. Me metí dentro del coche y le dije a mi compañero. Se acabó. Ya no visitamos ninguna empresa más. Nos vamos para Barcelona. Resultado: cuando el Sr. Santamaría me vio en aquella situación, se dedicó a animarme y ponerse delante para realizar el trabajo, con mayor o menor éxito, pero haciendo todas las visitas que nos era posible y, al final, como todo lo que se hace bien y se aplica la constancia, se consiguieron clientes, algunos de ellos muy buenos como: las clínicas Santa fe y El Niño Jesús y la empresa Bronwoveri…

domingo, noviembre 06, 2011

DIFERENTES FORMAS DE EJERCER LA AUTORIDAD




El Cuartel y sus decisionesHacía varios años que ejercía de Comandante de Puesto del Cuartel de la Guardia Civil de uno de los pueblos de la Alpujarra Alta Granadina, el sargento González. Hombre prudente que había sabido compaginar desde una aplicación estricta de las leyes hasta la más benévola de las interpretaciones de las mismas.
Aquella forma de proceder había sido muy eficaz para mantener la convivencia entre los vecinos del pueblo que agradecidos, no sólo se deshacían en elogios hacia los componentes de la Benemérita y del sargento en particular, sino que los colmaban de regalos de cuantas cosas disponían o cosechaban: corderos, quesos, pollos, huevos, leña, patatas, hortalizas, frutas...
Aquella forma de agradecer los servicios e intermediación de la Guardia Civil en los conflictos entre vecinos fue configurando unas amistades que a la larga terminarían siendo perjudiciales para el buen funcionamiento de las relaciones, entre los que tenían la obligación de arbitrar y a veces imponer normas y los que las habían de cumplir.
Empezando porque los guardias y sus familias se habituaron de tal forma a las dádivas de los vecinos que llegaron a creerse que no se trataba de obsequios, sino de obligaciones que habían de cumplirse con la puntualidad del mejor reloj suizo. Y cuando algunos de aquellos regalos se retrasaban, una pareja de guardias se encargaba de recordarlo.

Y por otra parte algunos vecinos empezaron a pensar que lo de cumplir la ley no iba con ellos, puesto que ya pagaban los tributos correspondientes en forma de regalos.
Así una familia de pastores apodados “los Cencerras” se sacaron de la manga una norma que consistía en que los caminos oficiales para el paso de ganado habían de tener ocho metros de amplitud, por lo que se hicieron de una cuerda de esa longitud que llevaban siempre consigo y extendían cuando les venía en gana para que sus ovejas llenaran sus barrigas.
También los taberneros se creyeron en el derecho de permitir el juego y no respetar los horarios de cierre de sus establecimientos, los leñadores a cortar cuantos árboles les viniera en gana sin el correspondiente permiso y así todas las cosas.

Como puede pensarse la convivencia en el pueblo empezaba a complicarse y las discusiones entre vecinos era el pan de cada día.
También en el cuartel se levantaron voces, pidiendo al sargento que pusiera orden en todo aquello para que la autoridad volviera a ser respetada, aunque sin renunciar a cuanto les proporcionaba la generosidad interesada de los vecinos.
En aquella situación se incorporó al Cuartel el guardia más joven que había vestido nunca el uniforme verde de la Benemérita, un joven esbelto, elegante, inteligente y sencillo. Un joven que no sabía de trapicheos y, por el contrario, revoloteaban por su cerebro palabras como cumplimiento del deber, obediencia a los jefes, respeto al uniforme y servicio a España.
El sargento, pensando que aquel joven podía ser un estorbo para la continuidad del sistema de regalos y prebendas decidió concederle una semana de permiso para, al menos, ganar tiempo y planificar alguna estrategia.
Y mientras esto sucedía, los vecinos cuyos derechos eran atropellados hacían cola en la puerta del cuartel para mostrar su disconformidad con la situación, aunque sólo recibían buenas palabras y algún recordatorio por aquella dádiva que no acababa de llegar.
Era una situación en la que la corrupción se había instalado en casi todos los ámbitos del pueblo, de la que no se escapaba el ayuntamiento y el juzgado, cuyos funcionarios exigían compensaciones por cualquier gestión que se les solicitara. Y no digamos para conseguir un permiso de obras, las carambolas que se habían de realizar con el aparejador, el concejal de urbanismo y hasta el propio alcalde.
Lo cierto fue que la semana de permiso del joven guardia había llegado a su fin sin adivinarse siquiera una formula que permitiera mantenerlo al margen de los desaguisados que se realizaban.
En principio, el sargento obsto por encomendar al cabo Serafín la tarea de ir preparando al joven guardia para los servicios que habría de realizar. Así que a Benjamín no le era permitido hacer ninguna salida en solitario amparándose en que los servicios de la Guardia Civil se habían de realizar en pareja, incluso las salidas fuera de servicio las había de hacer acompañado. Lo cual no fue obstáculo para que el joven despertara simpatías y admiración entre los vecinos. Y mientras tanto Benjamín, ajeno a las maquinaciones del Sargento para librarse de él, seguía acaparando las miradas de las jovencitas del pueblo y los comentarios por la elegante esbeltez de su cuerpo. Y no digamos la hija mayor del sargento que estaba coladita por él.
A la madre de la chica, la señora Julia, también le caía bien el Benjamín del cuartel. Pero al sargento, atrapado por las corruptelas que se habían instalado en el pueblo, recelaba de todo cuanto se refería al joven guardia. Y cuando oía algún comentario sobre la elegancia con que llevaba el uniforme respondía que eran mariconadas que la Guardia Civil no se podía permitir.
Lo cierto de todo aquello era que al sargento le molestaba cualquier elogio que fuera dirigido hacia un guardia que no había hecho mérito alguno.
El caso fue que el sargento, dejándose llevar por sus impresiones y temores, comenzó a descargar sobre el joven servicio tras servicio, aunque eso sí; siempre acompañado por el cabo, un portento de resistencia al que nada le producía tanta satisfacción como el cumplimiento del deber y el “Todo por la Patria” (que estaba rotulado sobre la entrada de todos los cuarteles) que Benjamín aceptaba sin cambiar para nada el buen talante y su agradable sonrisa.
La manera con que el joven encajaba el exceso de servicio molestaba aun más al sargento que pretendía provocar en él efectos emocionales adversos y, por el contrario, veía como se reforzaba su serenidad y sensatez.
Para colmo de sus desdichas hubo de aceptar que su esposa invitara al joven a tomar una taza de café y unos dulces el día de la celebración del dieciocho cumpleaños de su hija. Lo que provocó en el sargento un disgusto fenomenal.
Los guardias comentaban entre ellos sobre la irritabilidad que padecía el sargento y la forma en que ordenaba los servicios (algunos de ellos innecesarios) como pretender que Benjamín, acompañado por el cabo, subieran hasta un refugio situado a 2.500 metros de altitud, en pleno invierno y con el sendero cubierto de nieve, pero nadie se atrevía a llevarle la contraria para evitar posteriores represalias.
Por tanto la programación seguía su curso hasta que se acercaba el día de la subida, en que el cabo pidió ser recibido por el sargento para persuadirle de la dificultad que entrañaba aquella subida por la nieve y las bajísimas temperaturas de la estación invernal.
El sargento con una voz más alta de lo normal le preguntó:
¿Hasta tú comienzas a flaquear? Este cuartel ya no es lo que era, lastima ¡tantas cosas como habíamos llegado a realizar juntos! y ahora hasta el “Duque de Ahumada” se llevaría una decepción si pudiera vernos.
Mi sargento –dijo el cabo- estamos ante un servicio que, desde mi punto de vista es tan peligroso como innecesario, por lo que pido ser liberado del mismo.
Amigo Serafín- respondió el sargento-¿tú te pones en mi contra y te atreves a cuestionar mi autoridad?
De ninguna manera -mi sargento- yo soy un miembro de la Guardia Civil orgulloso de serlo y cumplo con mi deber con lealtad y hasta con satisfacción, pero al solicitar ser liberado de la subida al refugio estoy utilizando un derecho, el derecho a mi propia vida que podría perder en esa misión. Y cualquier vida es suficiente importante para no ponerla en riesgo, a no ser que sea en defensa de la vida de otros o de sus bienes, la integridad de la Patria y cualquier otro bien que la pertenencia al Cuerpo nos obligue a defender.
No se preocupe cabo que ese servicio lo voy a realizar yo mismo por lo que desde ahora queda liberado del mismo.
Yo -mi sargento- le aconsejaría que suspendiera ese servicio para no asumir peligros a los que nada obliga.
¿Y como quedaría yo ante el jovencito ese y ante los demás guardias al tener que retirar un servicio por miedo a realizarlo? Así que salga de mi despacho y no haga ningún comentario sobre lo que aquí se ha hablado.
El cabo salió pensando para sí que el sargento se equivocaba en la forma de enfocar aquella situación y deseando que recapacitara y anulara aquel servicio en el que estaba también involucrado el joven guardia.
Dos días después el sargento secundado por Benjamín salía dirección al refugio a pesar de que el día era desapacible y muy frío. Ambos iban equipados con uniforme de invierno, su capa correspondiente, guantes, gorro de montaña, botas y polainas. A la espalda macuto repleto de provisiones, mosquetón al hombro y cartucheras al cinto.
El cabo, los otros guardias y algunos familiares les despedían contrariados por lo que les parecía una cabezonada del sargento y también por las dificultades que entrañaba la subida.
Ambos expedicionarios enfilaban el sendero de la sierra y poco después se perdían ante un manto de obscura niebla.
Al día siguiente no se hablaba de otra cosa en el pueblo y se preguntaba a la pareja de servicio si sabían algo de la expedición que, según se comentaba, habían acudido en ayuda de un grupo de montañeros atrapados por la nieve en uno de los refugios de la sierra.
Pasado un día más sin noticia alguna del sargento y su acompañante, el cabo solicitó de la comandancia un helicóptero que procedió a sobrevolar la Sierra y poco después divisaban tendidos sobre la nieve unos cadáveres que resultaron ser del sargento y el guardia..
El rescate de los cuerpos pudo realizarse utilizando los mismos medios aéreos que los habían descubierto por lo que, una vez realizadas las autopsias correspondientes, se supo que los había sorprendido una tormenta de nieve y viento que no la pudieron soportar aquellos desafortunados servidores de la Patria.
Al cobo le asignaron provisionalmente el mando del cuartel, pero una semana después, se produjo el robo de diez jamones del secadero del señor Anselmo.
El cabo, conociendo la gravedad de los hechos y sabiendo que él particularmente se jugaba mucho, declaró prioritaria la investigación de los hechos, pero volvió a cometer la misma equivocación que en anteriores casos, centrar la investigación y toda sospecha sobre las tres familias más pobres del pueblo a las que se presionaba con insistencia para que confesaran la autoría de los robos para librarse de un castigo mayor.
Pero aquellas familias se negaban a confesar porque sencillamente no lo habían cometido. Y suerte hubo para ellos que el robo de los jamones se supo por pura casualidad, al descubrirse unas manchas de grasa en la ambulancia que había traído un enfermo del hospital, precisamente la noche de la desaparición de los jamones.
Se habían descubierto los culpables, pero la autoría de los hechos quedó sin castigo y por lo bajo se decía que los hijos de los señoritos habían participado, como parte de una de sus aventuras juveniles.

Y la incorporación de un nuevo sargento no tardó en producirse. Se trataba de un hombre curtido por la dureza de los lugares en que había prestado sus servicios y un pasado legionario del que conservaba un tatuaje en el antebrazo derecho en forma de calavera que propició que en poco tiempo se le apodara: “El Sargento Calavera”.
Tanto en el cuartel como en el pueblo se sentía cierta expectación por lo que podía dar de si un sargento poco hablador y con una melena tan larga que le sobresalía del tricornio de una forma extraña.

El sargento dijo a sus subordinados que todo había de seguir igual por lo que los desmanes seguían produciéndose como en el pasado reciente y las visitas al despacho del sargento eran los perjudicados por el incumplimiento de las normas y las fanfarronadas de quienes hacían lo que les venía en gana.
El sargento escuchaba las denuncias y quejas limitándose pedirles que le mantuvieran informado de cuanto anormal fuera sucediendo.
En cuanto a los servicios, después de unos días reducidos a la mínima expresión y estudiados los antecedentes que figuraban en los archivos comenzó a salir acompañando una vez a cada guardia y pidiéndoles que hicieran el mismo recorrido que realizaban cuando él no estaba con ellos.
Los guardias, aunque con bastantes recelos, le llevaban a los bares donde se jugaba dinero, a las casas donde se hacían bailes sin permiso y las majadas de pastores de donde regresaban con queso gratis para todas las familias del cuartel.
Los guardias impresionados de que el sargento Justo admitiera todas aquellas cosas sin poner ni una sola objeción comenzaron a reclamar a cuantos se retrasaban en sus aportaciones.
Aquella aparente conformidad del sargento con la situación heredada suscitaba toda clase de comentarios, desde los que se lamentaban de que no se les hacía caso de sus quejas hasta los que se felicitaban por poder seguir cometiendo tropelías.

Esto fue así hasta que el sargento creyó oportuno comenzar con su especial forma de actual contra los infractores de las normas y leyes, por lo que se impuso a si mismo un servicio nocturno que en compañía de uno de los guardias les llevo directamente al bar donde se estaban jugándose los cuartos muchos de los padres de familia del pueblo.
Como estaban tan acostumbrados a la forma tolerante con que se comportaban los miembros de la Guardia Civil ni siquiera les inmutó su presencia, por lo que siguieron haciendo sus apuestas teniendo a los miembros de la benemérita como espectadores excepcionales.
Todo se desarrollaba de forma normal hasta que el banquero decidió que era hora de terminar la partida y se encontró con la oposición del sargento que decía:
Esta partida no se puede terminar aun, porque yo se que a ustedes les gusta mucho jugar y como veo que no quieren continuar aquí nos acompañan al cuartel donde continuarán con el juego.
En principio los jugadores creían que se trataba de una broma, aunque obligarles a acompañarles al cuartel les parecía de muy mal gusto. Pero cuando encontraron un salón preparado con mesa, tapete verde, baraja de cartas y suficientes sillas para que todos tomaran asiento, la aparente amabilidad del sargento desconcertaba a unas personas obligadas a jugar contra su voluntad. Y más aun cuando se les impedía dejar de jugar cada vez que querían hacerlo.
El caso fue que aquellos jugadores, que muchas de las veces se jugaban el dinero que necesitaban para alimentar su familia, hubieron de jugar en el interior del cuartel hasta que el sol entraba por los cristales de las ventanas. Y cuando finalmente se les permitió marchar, el sargento les hizo saber que en aquel pueblo no se volvería a jugar el dinero mientras él estuviera al frente de aquel cuartel.

Al día siguiente la noticia del obligado juego en el Cuartel corría de boca en boca como un reguero de pólvora y más aun cuando se supo que el dueño del bar había recibido una misiva advirtiéndole que no se volvería a tolerar el juego prohibido mientras el sargento Justo estuviera al frente de aquel cuartel.

Días después la extraña acción contra el juego seguía siendo comentada y más aun cuando, en una salida rutinaria, el sargento hizo parar a un joven que sobre una bicicleta hacía alardes de su habilidad al llevar las manos sobre el cuello para ordenarle que aquella misma tarde llevara el manillar de la bicicleta al cuartel ya que daba muestras de no necesitarlo.

No había pasado una semana y la extraña por no decir arbitraria manera de imponer justicia del sargento se extendía por la comarca dando lugar a diferentes versiones de los hechos que cada uno adornaba como le parecía para contar a vecinos y conocidos. Aunque, a pesar de la fama, lo cierto era que la singular estrategia del sargento no había hecho nada más que comenzar por lo que la siguiente acción le correspondió a los bailes sin autorización. Siguiendo el idéntico ritual que utilizara con los que practicaban el juego ilegal, les hizo acompañarles al cuartel donde hubieron de bailar y bailar mientras les duraron las fuerzas.

Pero uno de los casos más nombrados y que produjo versiones para todos los gustos fue el uno de los pastores de la familia de los “Cencerras” que se presentó al cuartel con el obsequio de un hermoso cabrito que el sargento recibió con normalidad, pero cuando aquel quería marcharse el sargento le dijo:
Ha de ocuparse de matar y descuartizar el cabrito y esperar a que mi esposa lo cocine para comer.
Por consiguiente el “Cencerra” hubo de hacer lo que el sargento le había dicho y esperar a que fuera cocinado, pero cual fue su sorpresa que a la hora de comer sólo él se sentara a la mesa por lo que reclamó que le acompañara el sargento y su esposa, aunque el sargento inflexible le decía que la que mida era para él solo.
El pastor comenzó a comer con la mala gana que producen las cosas contrarias a lo que uno pretendía hacer, pero poco después se levantaba del asiento dando las gracias e intentado despedirse y marchar, aunque el sargento intervino para decir:
¿Cómo se va a marchar sin terminar la comida que mi esposa ha cocinado con tanto esmero?
El Cencerras sin atreverse a contradecir al sargento se volvió a sentar y continuó comiendo cuanto pudo hasta que llegado el momento en que no podía más se levantó del asiento y se hincó de rodillas frente al sargento diciendo:
Yo, mi sargento, no como más porque no puedo y haga conmigo lo que quiera que siempre será mejor que reventar de un atracón de comida.
El sargento mostrándose comprensivo con la humillante actitud del pastor dijo a su esposa que le acondicionara cuanto cabrito había quedado para que el pastor se lo comiera cuando le viniera en gana ya que sería una lástima que se desperdiciara.
A partir de aquel día el nombre del sargento se propagó como un reguero de pólvora, no sólo por el pueblo sino por toda La Alpujarra y el orden se estableció por si mismo.
Tomás Martín Cifuentes